De Corcubión al Mar del Norte: «Na plataforma pillounos a tempestade e evacuáronnos con sete helicópteros»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

CORCUBIÓN

Ana García

Lobos de Mar | «Aos 16 xa gañaba tres veces máis que meu pai», dice Víctor Vilar, soldador retirado afincado en Corcubión, pero natural de Cee

26 dic 2022 . Actualizado a las 07:06 h.

Fue el antepenúltimo de una familia de siete hermanos en la que solo uno pudo estudiar, así que acabó haciendo del metal su profesión, y del mar, su hogar. Al menos, durante la parte de su carrera que invirtió en el montaje de plataformas petrolíferas, oleoductos y gasoductos. Tiene 71 años y le gustaba tanto lo que hacía que solo el covid pudo hacer que se retirase, apenas el año pasado.

Él es Víctor Vilar Caamaño, un ceense de A Ameixenda que lleva veinte años afincado en Corcubión. Tuvo tres hermanas y otros tantos hermanos y su padre trabajó en la fábrica ceense de carburos, actual Xeal. Estudió hasta los 13 y enseguida se puso a trabajar en el sector del metal por recomendación de unos parientes, que le hablaron de lo demandados que estaban los soldadores. Se inició en un pequeño astillero en Corcubión y a los 16 se fue para Vigo. «Había moitísimo traballo, pero moi poucos profesionais, así que os soldos eran boísimos. Pasei de cobrar 500 pesetas ao mes, a levar 2.600 á semana. A esa idade, aos 16, xa gañaba tres veces máis que meu pai», relata el propio Víctor, que poco después de cumplir los 17 se fue para Astano, en la ría de Ferrol (Fene), hasta que le tocó hacer la mili.

A la vuelta cogió los bártulos y se marchó del país. Tenía una hermana en Holanda y si las cosas no salían bien siempre podía tomar un tren y volver a casa, pero no hizo falta, ya que enseguida encontró trabajo. Al poco lo mandaron para su primera plataforma petrolera en el duro Mar del Norte, a trabajar «máis de oitenta horas á semana». El sueldo era muy bueno, pero el esfuerzo no era poco, y más teniendo en cuenta que por aquella época, en los setenta, todavía se trabajaba durante el invierno. «Houbo moitos sustos, así que as compañías de seguridade acabaron obrigando a que no inverno non se traballase, xa que era perigoso», explica Víctor, que muchas veces experimentó en sus propias carnes lo que un temporal del Mar del Norte podía suponer. «Ao principio, as barcazas eran como caixóns, pero despois xa as fixeron máis resistentes e aguantaban ondas de ata vinte metros. Traballabamos con ventos de ata forza 9 ou 10: tiñas que agarrarte ao que puideses porque te levaba», relata el ceense.

En una ocasión, ya en los ochenta, se les avecinaba semejante tempestad que hubo que evacuar a las más de 400 personas que trabajaban en la estructura. «Viñeron sete helicópteros e en cuestión de 40 minutos estaba todo o mundo fóra. Eu non: quedara xunto con outras 13 persoas para controlar que todo estivese ben», rememora, antes de recordar que también participó en el rescate tras una explosión de gas en una plataforma cercana.

La vida familiar

Son sustos que iban con el oficio y que, en todo caso, no le disuadieron de continuar: «Nunca me importou o país ou a distancia: alí onde había proxectos interesantes, alí ía. Sempre primei avanzar na miña carreira», aunque eso significase pasar mucho tiempo fuera de casa. Se casó joven, en el 1974, y tardó un decenio en tener hijos. «Despois si que viña máis á casa: estaba dous meses fóra e viña un. Pero se o pensas, ese mes que estaba aquí podía dedicarllo por completo á miña familia, cousa que compañeiros que botaban o día no mar, por exemplo, non podían», reflexiona. Fueron tiempos de prosperidad y no se arrepiente de las decisiones tomadas para labrarse un futuro para él y su familia, aunque reconoce que también lo hizo por gusto. «Puiden xubilarme aos 60, pero gustábame demasiado o que facía. Retireime cando veu o covid con 52 anos cotizados», indica Víctor.

Desde la recóndita Guayana Francesa hasta la época previa al desarrollo de los países árabes

Víctor trabajó por medio mundo. Conoce los cinco continentes e hizo carrera en los sitios más remotos. Australia, Rusia, China, la Angola socialista de los setenta o la Guayana Francesa —en donde «construímos tubaxes sobre o lodo», dice—, son solo algunos de los muchos lugares por los que pasó. También conoció la realidad de países árabes como Catar o los Emiratos antes de la gran transformación que sufrieron estos últimos decenios. «En Dubai hai corenta anos non había nada. Tampouco en Shanghái, onde tiñan que contratar a xente de fóra coma nós porque non tiñan persoal técnico para este tipo de labores», sostiene Víctor.

Experiencia en tierra

Trabajó durante unos años, asimismo, haciendo tuberías en los famosos gasoductos que vienen de Rusia a Alemaniasupuestamente saboteados hace unos meses— o formando a personal noruego. Siempre estuvo ligado a grandes estructuras marinas, aunque a finales de los noventa su empresa consiguió un importante contrato en México y durante una temporada se quedó en tierra. Fue toda una experiencia: «Fun eu porque había que tratar coa xente nativa e necesitaban a alguén que falase español para supervisar a construción. Tiñan unha mentalidade e unha forma de traballar moi diferente e se se querían sacar as cousas adiante, había que adaptarse». La cultura del soborno, dice, estaba demasiado asentada.

Destaca Víctor lo mucho que avanzó la tecnología en sus cuarenta años de profesión: empezó con grúas que no levantaban más de 700 toneladas de peso «e agora están por 10.000»: «Antes levábache máis dun ano montar unha plataforma que agora está lista en dúas semanas», indica.