El camposanto es un territorio emocional en el que el pasado permanece

La Voz

CORCUBIÓN

02 nov 2019 . Actualizado a las 12:58 h.

Es una gran fortuna poseer un lugar. Y ese lugar, el pueblo o aldea de origen de cada uno, es un templo íntimo. Y, a mi edad, que ya viví muchos duelos, del cementerio actual de Corcubión poco voy a ocuparme. Este camposanto es un lugar y una geografía emocional en el que el pasado parece no pasar nunca del todo. Primero, porque es uno de esos lugares frecuentados por quienes tienen allí deudos enterrados y por ser recuerdo vivo caminar por su paseo central y sus estrechas veredas entre sepulturas, y leer las inscripciones de sus lápidas y laudas con nombres de gentes conocidas o no. Historias, en fin, para saber lo que fuimos y de dónde venimos, para recordar días amados y la triste aceptación de las cosas.

El de Quenxe se inauguró el 21 de julio de 1935 y condenó a la pronta caducidad al de A Viña. El primer cadáver enterrado fue el de Josefa Pugalowich Méndez, la propietaria del hotel Viuda de Pequeño. Y del viejo de Punta do Agro fueron exhumados y trasladados, además de los panteones y nichos, restos de corcubioneses, no todos, sepultados en tierra: por ejemplo, los de don Pancho -Francisco Recamán Quintana-, el práctico del puerto de La Habana en 1898 que recuerda en sus memorias el escritor Alberto Insua, una tumba en la actualidad en un olvido penoso.

El Concello de Corcubión aprobó recientemente el plan especial de infraestructuras y dotaciones para un futuro cementerio a ubicar en la zona alta del pueblo, y dará paso a una nueva etapa en los enterramientos, pero a nadie puede pasarle por la cabeza el cierre y posterior desaparición del actual de Quenxe.

Por la condición de promoción privada que tiene la futura necrópolis, es muy improbable que llegue la clausura a muy largo plazo, y menos con la tendencia ascendente de las incineraciones de cadáveres, aunque el futuro tiene una ventana muy estrecha de certezas.