Hermógenes Villanueva: «¡Mira, allí fusilaron a Solís!»

Luis Lamela

CORCUBIÓN

LUIS LAMELA

El liberal progresista residente en Quenxe fue firme defensor de la libertad y democracia

20 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Fondeado el desarbolado galeón Nervión en un puerto del norte de Portugal, se aproximó a él una embarcación impulsada por remos para conducir a los huidos españoles a tierra, a los revolucionarios de 1846, al vecino reino lusitano. Allí iba Hermógenes Villanueva, el liberal afincado en Corcubión. Todos guardaban silencio porque dolorosas ideas les preocupaban.

«Forman grupo en la popa mi padre -recordó Elvira, la hija de Hermógenes-, don Antonio Romero Ortiz y el cadete D. Francisco Mariné, que contando apenas 17 años, acaba de dar muestra de su arrojo mandando un pequeño pelotón en una bocacalle de Santiago frente a las tropas del general Concha.

Volviendo la vista a la madre patria, acometió invencible congoja al señor Romero Ortiz que se mostraba por mal reprimidos sollozos. El joven Mariné lo miró con el asombro retratado en el semblante, y mi padre, para evitar aquella muestra de debilidad del caudillo, le apretó el brazo con significativa expresión:

-¡Dejadme! -dijo Romero Ortiz al sentirlo, a la vez que aumentaban los entrecortados suspiros y la admiración del joven.

Una nueva advertencia le hizo proferir, enojado, un segundo ‘dejadme’, tratando de separarse, pero mi padre reteniéndolo, le dijo con energía:

-Ten vergüenza. Te está viendo llorar ese niño tan valiente y tan sereno en la desgracia. ¿Salimos mal de la empresa? ¿Todo lo hemos perdido? Bien, pero sufre como hombre y ahoga la debilidad dentro del pecho.

Estas palabras produjeron el efecto deseado. Por un supremo esfuerzo, el señor Ortiz reaccionó, y con aparente calma hizo la travesía hasta Portugal».

Después, a los exiliados gallegos los trasladaron a Peniche, en la región centro de Portugal, y allí fue donde conocieron el fusilamiento en Carral de sus desgraciados compañeros. «Y grande fue su consternación, dedicándose todos, haciéndose superiores a sus fuerzas, a mitigar el dolor y desesperación del joven Mariné por la muerte de su hermano, mimándole como a un hijo por sus pocos años y su valor heroico», contaba Elvira.

«El exilio no es una pena, sino un refugio, un medio por el que uno escapa a un castigo», dijo Cicerón cuando dejó Roma por un tiempo. Y el sufrimiento forja el carácter. A los seis meses de permanecer en la diáspora, Perfecto, el hermano de Hermógenes Villanueva, falleció siendo comandante y con apenas 33 años. Y un año más tarde fue cuando sus demás compañeros resultaron amnistiados y pudieron encontrar el camino de vuelta: regresaron a España a partir de octubre de 1847. Y, unos años después, en diciembre de 1955, cuando ya Hermógenes residía en Cee después de casarse con Antonia Pou Paradela, la Reina Isabel II le concedió la Cruz del Valor y Constancia por su participación en los hechos narrados hasta ahora.

Cuarenta años después de la llamada Revolución gallega de 1846, en abril de 1886, Hermógenes Villanueva acompañó en un viaje a Coruña a su hija Elvira, que había perdido a uno de sus vástagos, para acudir a una consulta médica. En aquella época cambiaban el tiro de caballos en Carral y mientras los demás viajeros bajaron del coche para estirar las piernas y respirar la primavera, Elvira se quedó en su asiento, al igual que su padre.

-«Mira», le dijo Hermógenes a su hija, señalándole a la derecha, no dejando pasar la oportunidad de recordar, «allí fusilaron a Solís», cortando un sollozo la voz en su garganta, rodando gruesas lágrimas por sus mejillas hasta perderse entre su espesa blanca barba. Y, con gran recogimiento, el viejo revolucionario elevó una plegaria al Eterno por el recuerdo de sus desventurados compañeros, mientras Elvira contemplaba en silencio, muda de admiración, el dolor de aquel anciano tan vivo aún a pesar de los años transcurridos y las penalidades sufridas. Todo un verdadero abanico de emociones y sentimientos que llevan de la mano por una vida vivida, por una herida nunca del todo sanada; en todo caso, escondida.

Mirando atrás, Hermógenes solo vio ruinas. Más desengañado de todo, con un poso de amargura no quiso borrar su propia memoria, y fue esta la última semblanza de un revolucionario en una memoria que asomó en su hija en el mes de abril de 1904, una memoria brumosa en todo caso. Cuando se inauguró el monumento de Carral, Hermógenes Villanueva hacía ya 12 años que cerrara sus ojos por última vez en su casa de Quenxe, en Corcubión, a las 5 de la madrugada del 2 de febrero de 1892, después de una dolorosa agonía y a causa de un «catarro crónico pulmonar», negándose a recibir al sacerdote y dispuesto a enterrarse en cementerio civil. Tenía 75 años y no sabemos cuántos sueños e historias más murieron con él. En todo caso, vivió con rebeldía hasta que le llegó la muerte, que miró de frente, pero nada sabemos de como Hermógenes llegó a un rincón perdido del mundo como es Cee y Corcubión y la comarca de Fisterra. Quizás en una huida hacia adelante, para fabricarse sin prisas un refugio, una retaguardia; un mundo que se acabó cuando desaparecieron sus hijos Isaac, Elvira y Lina, los últimos testigos, y con ellos se perdió el fondo documental del viejo revolucionario: en los últimos meses de 1917 aparecieron varios anuncios en La Voz de Galicia: «Se venden por arrobas, colecciones de revistas Ilustradas muy antiguas, españolas e inglesas y periódicos. En Corcubión, doña Elvira Villanueva». Y con las revistas y los periódicos seguramente se perdieron otros muchos documentos personales, familiares o de otro tipo, que deshicieron su memoria.

Lina y Elvira fallecieron en A Coruña a una edad avanzada, la primera con 86 años el 30 de agosto de 1928; y la segunda, un 25 de febrero de 1931 y no parece que dejasen descendencia alguna. Lo que sí conocemos es que unos meses más tarde del fallecimiento de Elvira, sus albaceas aportaron en su memoria un donativo de 1.001,50 pesetas para la Cocina Económica, suponemos que de la liquidación de su herencia. Y, de Isaac, poco sabemos: residió en Madrid y en 1911 estaba jubilado de Hacienda.