El histórico jardín de Corcubión pierde la batalla contra los hongos

Juan Ventura Lado Alvela
j. v. lado CEE / LA VOZ

CORCUBIÓN

JParri

Alejandro Lamas lleva cinco años luchando para salvar su laberinto de boj del siglo XIX

19 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El jardín de la casa de Alejandro Lamas, en la avenida de la Constitución corcubionesa, es, con permiso de los del instituto Fernando Blanco de Cee, el más emblemático de todo el costado sur de la comarca. Ahora falta saber por cuanto tiempo, porque el cronista corcubionés, después de cinco años de lucha incansable, ha tirado la toalla en su particular pelea contra el cylindrocladium buxicola, un voraz hongo importado que está causando verdaderos estragos en las plantaciones de buxus sempervirens, boj o buxo en gallego, la especie que forma este particular laberinto del siglo XIX.

Ninguno de los caros y complicados remedios empleados funciona, las investigaciones científicas no dan con la tecla, y Lamas se rinde hasta el punto de que va a dejar que el conjunto siga la evolución que le tenga deparada la naturaleza, en este caso alterada por un hongo que hasta no hace tantos años era desconocido en Europa.

«Era o pronóstico esperado. Funo librando con moito traballo durante cinco anos e agora quedaranos o recordo e máis algunha fotografía por aí adiante», señala este historiador aficionado, que solamente él sabe la cantidad de horas y el dinero que ha invertido en salvar su jardín, que realmente es de todos, porque da al paseo, solo separado por una reja metálica, lo que lo ha convertido en un atractivo principal para las visitas a la villa. De hecho, muchas excursiones turísticas tienen allí establecida una parada fija.

«E que se está así no inverno -cando o fungo precisa humidade e temperaturas de máis de 14 grados para desenvolverse- na primavera e no verán xa non digo nada. O ano pasado tivemos moita sorte porque vén unha primavera seca e soleada, un verán cálido e un outono marabilloso, pero agora da maneira que se activou non hai forma», se lamenta Lamas.

Para retrasar y dificultar el avance de los hongos, ya que la forma de eliminarlos está todavía por descubrir, aplicaba, además de un abono especial a base de algas, una mezcla de fitosanitarios, durante tres semanas con períodos de carencia en medio. Todo ello para formar una capa protectora preventiva que se desvanece en cuanto llueve. Tan importante como eso era el trabajo manual de aspirar e incluso retirar una a una las diminutas hojas de la planta «porque cada unha delas libera miles de esporas que quedan latentes durante tres anos». De ahí que ni siquiera arrancarlo todo y volver a plantar sea una opción segura, «porque poden quedar como parásito noutra planta e desenvolverse cando atopen as condicións axeitadas». De ahí que le recomendase esperar, para ver si alguna de las plantas de boj se hace resistente al hongo y, a partir de esquejes de ella, poder replantar. «Algo que sería cuestión de moitísimos anos -medran de dous a tres centímetros por ano- que non vou a vivir para velo», se lamenta.

Este laberinto de Boj corcubionés fue plantado a finales del siglo XIX y Lamas cree que es de la misma época y autoría que los del instituto Fernando Blanco. De hecho se hicieron varios parecidos en Corcubión, con este estilo de influencia francesa, aunque muchos de ellos luego evolucionaron al estilo inglés, de césped. Su atractivo y excelente conservación, además de miles de visitas cada año, supuso que fuese empleado como escenario de diferentes películas y series de televisión.

Un cóctel de nueve fungicidas y un trabajo de relojero que no ha podido huir de lo inevitable

Lamas, aún con todo el pesar que le supone ver así el laberinto, hablaba ayer como si tuviese que dar explicaciones, consciente de que el jardín trasciende su propiedad y forma un poco parte del acervo de todos los corcubioneses. «Non quero que se pense que foi por desleixo ou abandono. É que se trata dunha loita contra os elementos», asegura.

Para tratar de salvarlo se puso en contacto con toda entidad en la que veía alguna opción de encontrar ayuda: instituciones, autoridades en fitosanitarios,... y la respuesta fue siempre el silencio. Únicamente a través de amigos logró contactar con los jardineros del Pazo de Oca (A Estrada) y, siguiendo sus consejos, estaba aplicando un cóctel de nueve fungicidas, «carísimos e algúns difíciles de atopar, aínda que iso sería o de menos», cuya aplicación implica un trabajo hercúleo. Tarea que, además, se vuelve directamente imposible con la lluvia. De ahí que ahora se dé por vencido, con la incertidumbre de que pasará en el futuro.