Los prestamistas en el siglo XVIII y dos banqueros de Corcubión

luis lamela

CORCUBIÓN

Plácido Castro Rivas, de Fisterra, y Manuel Miñones Barros, de Muxía, marcaron una época en la comarca

24 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los prestamistas del siglo XVIII eran individuos que daban dinero a lucro y fomentaban también el comercio, colocando por lo tanto el dinero a interés. Con relación a esto, el Catastro de Ensenada de 1753 puso al descubierto, con un amplio amasijo de datos, que en Corcubión residían una serie de prestamistas que financiaban actividades comerciales a varios vecinos del propio pueblo, y también de otras localidades próximas, como Cee o Fisterra.

Si seguimos los pasos del Catastro y desgranamos algunos datos, veremos que un tal Blas Durán, vecino de Corcubión, facilitó un préstamo de 600 reales de vellón a Salvador de Lago, también de la villa de San Marcos, con el fin de comerciar con encajes. Concedió otro más de 400 para comerciar igualmente a Domingo Antonio Senande, y otro más de 1.000 a Pedro de Santos, vecino de Fisterra. También a Miguel Muíño y a Jacobo Pequeño, vecinos ambos de Cee, por un total de 1.800 a cada uno, de la misma manera prestó 1.000 a José Porrúa, vecino de Fisterra, y también 500 reales de vellón a Jacobo Marcote, vecino de San Xoán de Sardiñeiro, y otros 500 más a José de Senlle, vecino de San Vicente de Duio. Y, por último, prestó 500 reales de vellón a Gregorio de Insua, de la feligresía de Duio.

Por otra parte, el prestamista Jacinto Tomé prestó 200 reales de vellón a Suero Marcelo Senande para que pudiese comerciar con encajes, y otro a Bartolomé Duque, de 300, para comerciar con vino. De igual forma, Salvador Francisco Rodríguez prestó 600 reales de vellón a Sebastián Blanco para comerciar con encajes, y a Marcelo Senande 500, así como otros 300 para el comercio de encajes a Miguel de Montes, y 400 a Pedro Mesura, para comercio también de encajes.

Sorprende que la totalidad de los préstamos fuesen concedidos al mismo tipo de interés: al 8 por ciento, como si todos tuviesen idéntica «prima de riesgo» y reputación, unos prestadores que poseían un conocimiento directo de los prestatarios, de su solvencia económica, patrimonial y moral, así como del proyecto de intermediación en la comercialización de los encajes, confiando en la capacidad de devolución del principal y de los intereses devengados. Un censo fiscal, el levantado por el Marqués de Ensenada a mediados del siglo XVIII, que reflejó un intenso comercio de encajes en la zona de Corcubión, Cee y Fisterra, y a unos prestamistas que no existían en los demás pueblos de la zona, y por tanto predecesores de los banqueros de los últimos años del siglo XIX y primeros XX, Plácido Castro Rivas y Manuel Miñones Barros, que surgieron como tales en Corcubión. Unos individuos que sabían lo que querían y tuvieron los recursos y capacidades suficientes como para llevarlos a cabo.

Nacido en Fisterra

El primero, Plácido Castro, que nació en Fisterra, se dedicó a la actividad bancaria en Corcubión desde las últimas décadas del siglo XIX, una tarea que le sirvió de soporte para efectuar inversiones y crear un importante nudo de intereses comerciales e industriales, en un abanico que abarcó desde la comercialización y exportación nacional e internacional de langostas (en 1889 instaló en la ría un vivero flotante para estos crustáceos y poseyó una flota de embarcaciones que utilizó para el envío a lejanas tierras).

También se dedicó a la actividad de la salazón y a las conservas, con fábricas asentadas en la zona del playal de Quenxe, e igualmente a la comercialización de carbón inglés en la ría para buques mercantes y de pesca, con depósitos flotantes en aguas también de Quenxe y con un importante almacén en tierra.

Banquero, empresario de minas, armador, comerciante e industrial, Plácido Castro fue representante de la Lloyds y desempeñó el cargo de vicecónsul de EE.UU., Inglaterra, Suecia y Noruega, ejerciendo de secretario municipal de Corcubión durante una determinada época de finales del siglo XIX.

Fue, además, propietario de las fortalezas defensivas del Príncipe, en Ameixenda y de la de San Carlos, en Fisterra, creando y modernizando el tejido industrial corcubionés y ayudando a convertir la localidad de San Marcos en uno de los lugares más pujantes y cosmopolitas de la zona.

Su figura, unida a la de Manuel Miñones Barros, con el que competió profesional, comercial y políticamente, están directamente relacionados con la aparición de la etapa de mayor esplendor y pujanza económica que vivió Corcubión en su dilatada historia. Y, cuando abandonó su actividad empresarial, traspasó la cartera de clientes, tanto su activo como el pasivo, a Pefecto Castro Canosa, de Cee.

Por su parte, el otro banquero, Manuel Miñones Barros, que nació en Os Muíños-Muxía, aparece en 1889 en Corcubión como arrendatario de la Compañía del Tabaco y del Giro Mutuo y en 1897 como avalista del depositario de los fondos municipales y del Recaudador de Contribuciones de la Zona.

En 1899 figura como socio de la empresa de carruajes La Lealtad, con línea de Corcubión a Coruña, instalando en 1904 depósitos flotantes de carbón frente a Fornelos, en Brens-Cee, y a la Boca do Sapo, en Corcubión, aunque su principal ocupación fue la de prestamista a particulares y empresas.

Casa de banca propia

En 1903 se estableció como corresponsal del Banco de España y más tarde del Banco Español del Río de la Plata, así como del Credit Lyonnais y del Banco Hispano Americano, entre otros más. En la década de 1910 fundó su propia casa de banca y después contó con corresponsalías en todas las localidades de la comarca y también en Vigo, financiando a la mayor parte de las iniciativas empresariales y comerciales que tuvieron lugar en aquella época en la actual comarca de Fisterra, así como los viajes de aquellos que quisieron probar fortuna en los países sudamericanos, los emigrantes.

En 1920 fue nombrado vicecónsul de Argentina, y con anterioridad agente consular de Alemania. Miñones Barros, además de banquero, ejerció otras actividades: consignatario de buques, agente de seguros marítimos y terrestres, representaciones comerciales... y su casa de banca fue uno de los pocos bancos locales gallegos que sobrevivió a la crisis de los años veinte del siglo pasado. En fin, que tanto el uno como el otro, Plácido y Manuel, tuvieron las ideas muy claras y concentraron todas sus energías en llevarlas a cabo y materializarlas, invirtiendo un elevado porcentaje de los depósitos de sus casas de banca, por tener un radio de acción restringido, en el territorio en el que residían: la comarca de Fisterra, dinamizando la economía local.

Un lujo para el pueblo

La conclusión que podemos alcanzar de esta mirada histórica es que los dos emprendedores fueron todo un lujo para el mejor Corcubión de la historia, dos individuos, y precisamente no oriundos de la localidad de San Marcos, que a base de un enorme esfuerzo personal, y a pesar de sus enconadas luchas políticas, intrigas, resentimientos y rencores irresueltos, con heridas difícilmente cicatrizables, lograron un progreso en cuanto a número de empleos y riqueza y transformación socioeconómica nunca antes, ni después, alcanzado...

Así de simple.

Es fácil concluir afirmando que bajo cada uno de sus propios paraguas lideraron grupos oligárquicos rivales y al desaparecer de Corcubión, primero Plácido Castro, que vendió todas sus empresas; y después la Banca Miñones Barros, que desapareció por la represión franquista, también desapareció con el tiempo el progreso del pueblo que ellos habían protagonizado. Finales, en todo caso muy disímiles, uno terminando en el exilio uruguayo, y la familia Miñones, o fusilados, o exiliados o perseguidos, pero que no vamos relatar en este trabajo.