Pasos entre las piedras gastadas por los siglos, los acantilados y boleras

Xosé Ameixeiras
X. Ameixeiras CARBALLO/ LA VOZ

CORCUBIÓN

XOSÉ AMEIXEIRAS

Las Andainas «Coñece a Costa da Morte» ofrecieron una gran ruta por Corcubión

17 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Corcubión es el municipio más pequeño de la Costa da Morte, pero andarlo todo puede dejar exhausto al caminante más avezado. El sábado, un centenar largo de senderistas recorrieron sus caminos y quedaron sorprendidos por las bondades paisajísticas del contorno. Comenzó esta convocatoria de las Andainas, que promueven nueve concellos, entre muros centenarios.

Andar por Corcubión es como patear por los siglos. Sus muros guardan centurias de secretos ya olvidados. Un tramo discurre por el Camiño de Fisterra, entre laureles y piedras gastadas por el tiempo. En Vilar, una embarcación sorprende amarrada en tierra, al pie de un hórreo. Llegados al monte, los caminos están lavados por la lluvia y algunos muros viejos muestran algún que otro derrumbe a causa del abandono.

Corcubión semeja un puño de tierra rodeado de mar, pero los caminos por sus montes son inagotables. Los organizadores han sido capaces de buscar senderos imposibles escondidos entre los pinares. Algunos discurren bajo bóvedas de vegetales ya olvidados desde hace tiempo y hábilmente rozados por Leonardo Moreira, un caminante infatigable y fotógrafo empedernido que no se pierde ninguna Andaina, como su alcalde, Manuel Insua, que también hace labores de protección civil. Las dedaleras (estalotes) tempranas y el amarillo de los tojos y las retamas adornan el sendero, por los que muchos caminantes pasan veloces, como si los persiguiesen. Otros se lo toman con más calma y mastican con parsimonia los paisajes que va regalando la vista.

Detrás de los pinares se descubren los acantilados, que hasta de eso tiene Corcubión, las enormes masas de granito adormiladas sobre un mar de plomo que parecía un estanque por lo tranquilo que estaba. Por el monte de Pedro hay que pasar en fila india y bajar con tiento hacia las boleras situadas entre Punta Carballeira y Punta do Corno, al pie de un castro. Corcubión da para tanto que también son posibles las praderas, aunque breves, presididas por majestuosos carballos. Y, a pesar de su vocación urbana, también llega el olor a silo y a cuadra de vacas. Quenxe ya está a la vista. Son los últimos pasos que discurren al lado del mar y el colorido de las flores que adornan la fachada del paseo marítimo.