Abril, el mes de los naufragios de pescadores de Cee

luis lamela

CEE

Entorno del Cabo de Cee, zona gafe para estas tragedias
Entorno del Cabo de Cee, zona gafe para estas tragedias

Apuntes históricos | Vidas de hermanos que se quedaron para siempre hundidas en el Atlántico

14 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«El padre los veía a lo lejos, ya de regreso. Sus hijos eran expertos, pero le preocupaba el mal tiempo. Se volvió a su hija.

-Recoge todo y vamos para casa, que ya están aquí. Habrá que prepararles algo caliente...

Respiró tranquilo, y cuando se volvió para verlos más cerca, la vela había desaparecido. Nunca se supo nada más, ni de los tres cuerpos ni de la embarcación. Tan sencillamente puede morir un pescador, ya a la vista de la casa donde lo esperan los suyos».

[Bocelo, en La Voz de Galicia del 11 de junio de 1955]

Hoy ya no es noticia, pero imagínense la escena en las proximidades del campo del Sacramento, el antiguo barrio de pescadores de Cee. Un lugar en el que se escuchaba el ruido de las olas al romper sobre un litoral de piedra y arena. Fue un sábado, el 10 de abril de 1955, y yo no lo recuerdo. Tenía a la sazón nueve años y nada a mi alrededor, en Corcubión, me causó el suficiente impacto como para fijarlo, de forma selectiva, en mi memoria. Ni como un fogonazo, ni como una ráfaga, pero sí debió causarlo en los habitantes del pueblo de Cee, la localidad de origen y residencia de los náufragos.

Una pequeña embarcación que navegaba con vela cuadrada y tripulada por tres hermanos, Victorio, José y Francisco Caamaño Domínguez, de 21, 18 y 16 años, respectivamente, que desapareció a la entrada de la ría en las inmediaciones del Cabo de Cee, en el municipio de Corcubión, en medio de rachas de viento huracanado del Noroeste. Los tres hermanos -Victorio, que prestaba el servicio militar destinado en A Coruña, y José, ya habían sufrido otro naufragio con su padre algunos años antes- habían salido a la mar con el propósito de pescar algunas piezas para que la madre preparase una empanada para comer en Fisterra al día siguiente, en donde iba a celebrarse la tradicional romería del Santo Cristo. El padre era Francisco Caamaño Quintela, natural y vecino de Cee, de 42 años, pescador también. Y los cuatro salían diariamente a la mar y ganaban lo suficiente como para vivir decorosamente en aquella mísera y hambrienta posguerra. Hasta ese momento tenían seis hijos y con el naufragio le quedaron solo tres hijas: de 5, 14 y 19 años. Los tres varones se perdieron para siempre en el Atlántico en una tarde aciaga. Por eso no tienen lápidas ni epitafios en la vieja necrópolis ceense.

Un intento de rehacer su vida

Con esta tragedia, vivida con desesperación y angustia, Francisco Caamaño se sintió desorientado y confuso y se vio perdido en un mundo que ya estaba hecho añicos. E intentó renacer tras la tragedia y rehacer su vida haciéndose con otra lancha. No obstante, otro traicionero golpe de mar se la deshizo y se quedó sin medios de vida para llevar adelante a su familia, invadido por una sensación de impotencia y de vida acabada. No sabía qué camino tomar, cómo podría sobrevivir a la precariedad y a la pobreza. Entonces, un corcubionés, seguramente Benigno Lago o alguien de su entorno, que triunfó en el Perú y supo de tanta desgracia, quiso llevarlo para aquel país, incluso pagándole los gastos del viaje, ya que el padre, psicológicamente, no podía seguir trabajando sobre el mismo mar que servía de cementerio a sus tres hijos, y que seguramente de seguir trabajando en él acabaría llevándoselo también. No puede sorprendernos que desease iniciar una huida hacia adelante.

Sin duda que al cabo de tantos años surgen algunas preguntas más, pero, si he de ser sincero, es toda la información que dispongo y por tanto desconozco el final de esta historia. Seguro que en la villa de A Xunqueira hay aún muchos que sí la conocen, que la retienen en su memoria. O alguna de las tres hermanas de los náufragos que puedan encontrar al leer este texto sus avatares y su propia historia.

Una zona gafe

La zona marítima del Cabo de Cee es una zona gafe para los pescadores de la villa de A Xunqueira. En sus proximidades, cuarenta años atrás del anterior naufragio, también se produjo otro accidente marítimo. Precisamente, en la madrugada del 27 de abril de 1915 salieron en una dorna a pescar dos hermanos, José y Ramón Redondo, de 23 y 25 años, respectivamente, también vecinos de Cee, conocidos por Os Bícaros. Llevaban con ellos un perro de aguas. Y aunque el mar amenazaba mal estado, salieron a pescar en contra de la opinión de algunos de sus familiares. Ese mismo día despertaron sobresaltados los padres al escuchar los aullidos del perro en la playa, muy cerca de la vivienda, en el campo del Sacramento, y se encaminaron hacia allí para enterarse de lo sucedido. Y el perro siguió ladrando y saltando, entrando y saliendo del agua, nervioso, dando a entender que había ocurrido algo grave en la mar. Alarmados los padres de Os Bícaros, al igual que otros pescadores que acudieron a los gritos de los progenitores y los ladridos, empuñaron remos y embarcaron en lanchas para salir a la mar y recorrer la costa tratando de encontrar la dorna y a sus tripulantes. Pasó el tiempo y nada encontraron hasta que soltaron al perro y saltó al mar. Nadando guio a los marineros hasta las inmediaciones del Cabo de Cee, y, allí encontraron medio sumergida la dorna, con la quilla casi al sol, sin haber dado por completo la vuelta porque la vela estaba sostenida inclinada sobre la borda de estribor. En el fondo de la embarcación, y asido a uno de los bancos, estaba el cadáver de José Redondo, que fue trasladado a tierra junto con la dorna. El cuerpo de Ramón no fue localizado. Se suponía entonces que lo habría arrastrado la corriente hacia la boca de la ría y se ignoraba la causa del naufragio: una ráfaga de viento pudo hacerla zozobrar.

Historias que produjeron mucho dolor y lágrimas entre las gentes de la época. También en Cee, pueblo poco acostumbrado, por suerte, a las tragedias del mar.