La verdura y el olor a churro recién hecho

Marta López CRÓNICA

CEE

01 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando era pequeña me encantaban los feiras. Me gustaba especialmente la de Cee: ¡Me parecía gigantesca! Decenas y decenas de puestos. Uno detrás de otro. Colores, texturas, sabores del huerto y ese delicioso olor a churro. No había comida en el mundo que entrase mejor un domingo por la mañana.

Los mercadillos eran mi particular «mañana de compras en el Marineda». Había tanto donde elegir... Y si no te convencía el precio, te dabas media vuelta y seguro que el vendedor te agarraba para regatear y ahorrarte unas perrillas. Recuerdo coordinar las citas médicas para que cayesen a jueves y así darnos una vuelta por el mercado de Vimianzo, que hoy en día serán de los pocos que mantienen su vigor. Allí mi padre se compraba los pantalones de trabajo; y mi madre, los vaqueros. Digan lo que digan sobre la calidad de los tejidos, no hubo pantalones más resistentes que esos sobre la faz de la tierra.

Me acuerdo bien de cuando comenzó el mercadillo de Zas, el primer lunes de cada mes. Por aquel entonces cursábamos el último curso de la ESO y vendíamos prácticamente de todo para ahorrar para el viaje de fin de curso. En una de esas primeras feiras nuestras camisetas de Que dura é a vida do estudiante se vendieron, nunca mejor dicho, como churros. Por cierto, todos nuestros profesores se llevaron una de recuerdo excepto Pili, la docente que nos daba gallego, que no nos perdonó la falta de ortografía en la palabra «estudiante».

A Santa Comba fui con mi mejor amiga, ya mayorcitas las dos, durante prácticamente un verano entero, casi cada semana, aprovechando una formación intensiva que cursaba mi madre por aquel entonces. Primero un café en el bar Esquina -para desperezarnos el sueño y para hacer tiempo mientras los feriantes montaban sus puestos- y después a darnos tres o cuatro vueltas por la plaza.

Ahora ya no voy a las feiras. Reconozco ser una víctima más de esas enormes superficies comerciales. Y en verdad me da mucha pena. Me entristece cruzar Baio de camino al trabajo el primer martes de mes y ver apenas cuatro o cinco puestos con clientes. Más que nada los de producto fresco, los de ropa ya ni hablamos. Deprimente estampa. Y similar la del mercadillo del tercer domingo de mes, aunque algo más de gente siempre hay, por esos callos tan ricos que se sirven en los bares.

Jose Rodríguez, uno de esos vendedores de siempre, me hablaba hace unos días de este declive. «A historia galega vén das feiras», decía. «Por agora somos nós [os vendedores ambulantes e comerciantes] os que imos mantendo a vitalidade nos pobos e os que somos capaces de loitar contra o efecto das grandes superficies». Ojalá dure, Moreno. Ojalá dure.