El cuerpo de Crisanto sigue escondido

m. rey CEE / LA VOZ

CEE

José Manuel Casal

Siete años después de la desaparición del cadáver del empresario, continúa el misterio sobre el destino de los restos

22 nov 2016 . Actualizado a las 13:23 h.

Tras la lápida de Crisanto no descansa Crisanto, pero cada Día de Difuntos sigue habiendo flores para recordarlo. Las que le dejaron el pasado 1 de noviembre ayer ya estaban marchitas. Fue algún día, también de noviembre, hace ahora siete años, cuando el cadáver del maderista se esfumó del cementerio de San Adrián de Toba, en Cee.

Los vecinos de la parroquia no han dejado de oír rumores sobre el difunto más famoso del camposanto. En un asunto que está a medio camino entre el mundo de los vivos y el de los muertos, es difícil distinguir a veces donde acaban los hechos y donde empiezan los rumores. Una mujer que ayer limpiaba un nicho recordaba una anécdota que ocurrió, al parecer, días antes de descubrir vacío el sepulcro. «Unha veciña contoume que ía entrar coa neta no cementerio, pero que a rapaza empezou a asustarse porque cheiraba moito, como se houbera un morto cerca, e non foi capaz de entrar». Unos días después, se descubrió que la tumba había sido profanada.

En esta parroquia, el desaparecido difunto había levantado una importante empresa que heredaron las tres hijas fruto de su matrimonio con Dolores Soneira. Tras decenios de trabajo, Crisanto acabó conociendo como la palma de su mano muchos rincones de la comarca. Dicen que paraba bastante a menudo, casi a diario, en una casa de Buiturón ( Muxía) a pocos kilómetros de su casa familiar. Allí nació y vivió Manuel Enrique Caamaño Vidal. Llevaba los apellidos de su madre. Aunque los papeles no decían que Crisanto era su padre, muchos lo intuían, y el maderista tampoco se esforzaba en negarlo.

Pasaba lo mismo en Fontecada, entre Santa Comba y Negreira, donde había una casa de comidas que Crisanto también visitaba con frecuencia durante sus viajes por la zona. Las hijas de la propietaria, Rosa y Natalia, al igual que su hermanastro Manuel, tampoco se apellidaban López, pero también se comentaba que su padre era el maderista.

Había un pacto no escrito que se quebró cuando el empresario falleció en junio de 2007. Manuel Enrique Caamaño presentó después una demanda de paternidad para que lo reconocieran como hijo de un padre que siempre lo cuidó como tal, según dicen, pero que no le dejó herencia legítima. Sus hermanastras, las legítimas, se negaron a prestar su ADN para hacer la prueba, así que la justicia determinó que había que exhumar el nicho donde, a priori, estaba el cuerpo del difunto. Pero al quitar la lápida, hace ahora siete años, no había nada. Alguien se había llevado los restos, que hasta hoy siguen desaparecidos.

Dos años después, en 2011, las dos hermanas de Fontecada, que en Cee, según contaba en aquel momento La Voz, eran conocidas como «as de Negreira», presentaron una nueva demanda de paternidad. Una de las hijas reconocidas de Crisanto se prestó finalmente a la prueba, aunque adujo que los análisis de ADN entre hermanos no eran lo suficientemente fiables. Sin embargo, tras varias sentencias y recursos, el Tribunal Supremo acabó reconociendo a Manuel, a Rosa y Natalia como hijos de Crisanto, con pleno derecho.

En los tribunales, el proceso civil quedó cerrado, pero sigue abierto la vía penal respecto a la profanación de la tumba, aunque poco se avanzó desde entonces. A instancias del juzgado de Corcubión, agentes especializados en medicina legal visitaron varias veces el cementerio de Toba y llegaron a abrir varios nichos más para buscar alguna pista que pudiese llevar al cuerpo de Crisanto Hasta hoy, sin embargo, no encontraron nada. Lo único cierto es que donde antes había para tres, ahora hay para seis.