Joaquín Caamaño: «Se sabía que habíamos venido en el trole porque todos llegábamos pálidos»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO MUNICIPIO

Personas con historia | Fue el primer podólogo que hubo en Carballo, de familia de farmacéuticos

29 ago 2024 . Actualizado a las 23:40 h.

Joaquín Caamaño Cordero (Carballo, 1939) es hijo y nieto de farmacéuticos y esa es la profesión de su hermana, de su hija y de otros muchos parientes, pero él optó por la podología y durante muchos años fue el único en la Costa da Morte.

De Noia llegó su abuelo, José Caamaño, «don José hasta para la familia». Explica su nieto que hizo la carrera en tres años. Era mancebo en Santiago y tales eran sus conocimientos que hasta los catedráticos le consultaban. El establecimiento de su padre estaba en Vázquez de Parga, pero no era, en absoluto, el único, ya que entonces compartía clientela con otros cuatro.

El que sí estaba solo en su especialidad era Joaquín Caamaño. No en vano formó parte de la segunda promoción de la escuela en Madrid. Allí conoció a la que sería su esposa, la salmantina Meli Hernández, que estaba estudiando Filosofía y acabó jubilándose como profesora del colegio Bergantiños de Carballo.

Antes de irse a Madrid, estudió interno en los Hermanos Maristas de A Coruña. Lo que más recuerda es la morriña que sentía al principio y los viajes de vuelta a casa: «Eran dos horas y pico de viaje y se sabía que habíamos venido en el trole porque todos llegábamos pálidos». Era toda una aventura. «Todos teníamos prisa por coger sitio en la ventanilla. Al llegar a la altura del embalse de Meicende, donde había una fábrica de sardinas que llamábamos a cheirenta, ya se había mareado el 50 % y veníamos con las ventanillas abiertas para ... [hace gesto de vomitar] y que diera el aire. Al llegar a Paiosaco ya otro 30 % se había puesto mal y así llegábamos a Carballo», explica.

También recuerda la antigua iglesia parroquial: «Era un edificio bonito. Dijeron que se iba a caer, pero trajeron aquella bola grande y no era capaz de tirar los muros». Reconoce que ahora hay más servicios, pero echa de menos las bóvedas que después taparon y para las que se accedía por una escalera vertical que daba al campanario. «Cuando venía alguien lo subíamos allí para que viera todo Carballo», explica. También le viene a la mente la enorme lámpara que había en el centro del templo, flanqueada por otras dos de menor tamaño.

Cuando Joaquín Caamaño era joven el San Xoán se celebraba entre las calles Desiderio Varela, donde estaba la casa consistorial, y Coruña, que era el lugar en el que se colocaba la orquesta. Joaquín reconoce que nunca aprendió realmente a bailar, pero se le ha quedado grabada la expresión que utilizaban para estar un rato con la chica que les gustaba. Se dirigían al muchacho y pedían «a remuda», es decir, el cambio.

¿A qué jugaban entonces?. «Probablemente a pedradas, los de una calle contra otra», dice medio en broma. La suya era la Vázquez de Parga. Allí había una fuente que Joaquín Caamaño enlaza en su memoria con otra que estaba en el jardín municipal, a la altura de donde está ahora el ajedrez y con la de la casa de la Condesa. Explica que cuando hicieron el edificio del mercado pudo ver una conducción de agua muy antigua que, por la dirección que tomaba, parecía abastecer esos tres puntos. «Lo taparon rápidamente. Creo que fue para no tener problemas», dice.

También recuerda muy bien cómo era la calle de la Estrella y la capilla que había allí, además la zona de los Baños Vellos, una braña. Del jardín de la Condesa es capaz de contar cada una de las partes que lo conformaban, incluida la puerta, en la que permitían guarecerse.

«Quise que me operara Eduardo Mariño porque sabía que era muy buen cirujano»

Antes de ir a la escuela de Podología en Madrid, Joaquín Caamaño estudió para asistente técnico sanitario en Santiago y realizó prácticas en Carballo. «Quise que me operara Eduardo Mariño porque sabía que era muy buen cirujano», explica. Tenía conocimiento directo de las habilidades del insigne médico carballés porque fue su ayudante un tiempo. La intervención, de apendicitis, fue en Carballo, en la propia consulta del insigne médico carballés y fue la primera de una lista de ocho que ni siquiera puede recordar completa. «Me valió mucho», dice refiriéndose al tiempo que estuvo ayudando a Eduardo Mariño, precisamente en operaciones como la que le realizó a él mismo.

Sus clientes como podólogo venían, en muchos, casos, desde bastante lejos. «Conmigo no había problema. No me importaba si estaba comiendo, yo solo pensaba en sacarles el dolor y los atendía, incluso de noche, aunque no solían venir muy tarde», explica. Recuerda una vez, sin embargo, una persona que se presentó de madrugada, sobre las tres. Era un un hombre que quería que lo atendieran, pero se quejaba de los ojos. «Había confundido la especialidad», explica.

Melilla

Hizo la mili en Melilla y recuerda que en una ocasión, paseando, se internó el territorio de Marruecos sin darse cuenta, paseando, cuando un oficial lo quería meter en la Legión porque era un gran tirador. También cuando confundió la guerra de Argelia con una tormenta. Sigue siendo un buen andarín y todos los días camina media hora. «Ni un minuto más ni uno menos», dice.