Docenas de lugares ayudaban a acortar las noches y a alargar las tardes placenteras, haciéndolas más confortables en los largos, lluviosos y fríos inviernos de Bergantiños
29 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.El más bello nombre de un bar era el de una taberna sencilla, acogedora y humilde, hoy desaparecida. Estaba justo al lado de la centralita de teléfonos y tenía un nombre familiar y popular. Se llamaba A de Chambras. Era uno de esos rincones donde antaño, al caer de la tarde, iban llegando parroquianos en grupos minúsculos para degustar el bacalao con unha pataquiña ou pemento, que junto a la cunca de vino tinto tenía un sabor y un encanto especial.
Divinos recuerdos. Porque aquella taberna, y las otras docenas de locales similares, ayudaban a acortar las noches y a alargar las tardes placenteras, haciéndolas más confortables en los largos, lluviosos y fríos inviernos de Bergantiños. Eran tascas que ahora recuerdo con unción y cariño, tan alejado de sus mesas de mármol roído y de sus bancos carcomidos por los años y, tal vez también, por los besos olvidados. Ellos eran nuestra identidad de vida y la prolongación de nuestro hogar y el más democrático de los puntos de encuentro. La cita ciega de cada parte en O Mexillón, A Pedra, O Lagarto, As Conchas, A de Pura, A de Alberto, A Ferradora, Cachelos… Claro, algunos ya bajaron la cortina y se han ido a servir ribeiros a los ángeles. Sin embargo, su recuerdo sigue eterno porque fueron el ágora deportivo de los entendidos del fútbol en las mañanas de los lunes, pero también, el maravilloso mundo donde cada brotaba la camaradería y la amistad.
Aquella cunquiña tenía el sabor a abrazo y a fraternidad. Se tomaba a minúsculos sorbos en esa red social que cuando uno se aleja, o el negocio se cierra, se pierden para siempre miles de canciones y se desvanecen cientos de «te quiero».
Y es que nuestros bares hasta tienen sus propios muertos, porque, como decía Cunqueiro, «os galegos somos os bares». Somos también las tabernas, los chigres, los bodegones, las cantinas, mesones, furanchos, pulperías. Y hasta allí donde reina la concordia y la buena gente.
Como el tango
Hoy recuerdo aquel lugar casi sagrado, cuyo mostrador era el altar donde doblaban el codo cientos de parroquianos y se dejaban soñar mientras el vaso o la taza, va y viene. Pero también donde la tertulia se reinventa en cientos de palabras como para dejar correr el tiempo, mientras algún joven poeta, tal vez enamorado, escribe versos y subraya estrofas amargas por un amor desgraciado, como en el tango de Goyeneche: «Una partida de tute entre cuatro veteranos, que entre tragos y toscanos, / Despilfarra la pensión. Y acodado sobre el mármol, agarrado como un broche/ Un borracho noche a noche, se manda su confesión».
Ellos son nuestros bares, todos envueltos en cientos de melancolías y en miles de canciones llenas de dulzura mientras el neón de sus fachadas se van apagando poco a poco en la memoria de los que un día nos fuimos alejando. Son como el reflejo perenne en el charco del invernado recuerdo de los viejos tiempos de amores, donde fuimos tan felices.
Todos esos recuerdos que se fueron arrinconando junto a la barra del bar para vivir para siempre en el olvido.
Y los recuerdo hoy, en estas fechas en que Carballo canta, baila, bebe, come y se despereza en sus fiestas patronales... ¡Qué lugares tan gratos para la conversación, el abrazo y la amistad! Y es que no hay nada más grato que el calor y el ambiente de un bar. ¡Benditos refugios!