«Las hermanas de Castelao me trataban como a una nietecita»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO MUNICIPIO

ANA GARCIA

PERSONAS CON HISTORIA | Mimí de la Llave abrió hace 38 años una farmacia en la Gran Vía de Carballo, a la que sigue acudiendo casi a diario, a pesar de que lleva tiempo jubilada. Su padre era el médico de las hermanas de Castelao en Rianxo y ella estuvo visitando su casa hasta que murió Teresa, su hermana. El destino la hizo gallega, aunque tenía muy pocas posibilidades de serlo

17 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Mimí de la Llave, como se la conoce en Carballo, es gallega por voluntad propia. Nació en Villar de Pedroso, en Cáceres, de donde era su madre, pero al cabo cinco años, su padre, un médico natural de Valladolid con padres gallegos muertos muy prematuramente, fue destinado a Rianxo. Atendía a las hermanas Teresa y Josefina Rodríguez, las hermanas de Castelao, y la relación llegó a ser tan estrecha que Herminia pasó veranos en su casa cuando ya era estudiante de bachillerato en Madrid. Para entonces su padre fue trasladado a Puente del Arzobispo, en Toledo, pero la relación siguió.

De hecho, Mimí nunca aprendió a nadar porque iba a la playa en Rianxo. «Nos llevaba la niñera de las Baltar y me hicieron una aguadilla que casi me ahogo y no volví a entrar en el mar», explica.

Mucho más tranquila era la vida en casa de los Rodríguez Castelao, donde la mimaban. Recuerda especialmente a Josefina, «que era tan artista como su hermano. Le gustaban las gardenias y las íbamos a buscar a la huerta que tenían en casa», recuerda. Le hablaban constantemente de «o noso Danieliño» y le mostraban dibujos, pero no llegó a conocerlo.

Tras el instituto y la carrera en Madrid nada hacía presagiar que Mimí volvería a Galicia. Se casó con un aparejador cordobés, de Pozoblanco, que conoció a través de una amiga.

El destino la llevó de vuelta a Galicia. Una vez terminada la carrera, su novio encontró trabajo precisamente en A Coruña, «nos casamos y nos vinimos». De ahí a Carballo había solo un paso y lo dio a través de un compañero de carrera de su esposo. Fue el aparejador Tono Ávila Bustillo el que le ofreció el bajo en un edificio que había construido en la esquina con la rúa Ordes. El local estaba bien situado, cerca del centro de salud y frente a la consulta de Eduardo Mariño, por cuya casa pasaba mucha gente.

Abrió en 1980 y desde entonces pasa más tiempo en la botica que en su domicilio. «No sé estar en casa, no he estado nunca. Me pasaba casi todo el día en la farmacia. Ya me fui a una residencia para estudiar el bachillerato y prácticamente no viví con mis padres», recuerda.

Cuando abrió la farmacia se pasaba todo el día fuera de casa y así sigue. Ve la tele en la rebotica, pasea con las amigas que fue haciendo a lo largo de los años y se entretiene en un espacio que le es más familiar que su propia vivienda y que no quiere abandonar de ninguna manera.

Esta zona se ha vuelto como un barrio, le digo, pero ella responde que la que se ha vuelto de barrio es ella, pero todo le es tan familiar que incluso ha cambiado al doctor Eduardo Mariño por su hija Nieves, que es veterinaria, y una de las primeras personas con las que trabó amistad.

De sus estudios de farmacia recuerda que había bastantes mujeres y está convencida de que a su padre le hubiera gustado que cursara medicina, pero entonces eran pocas las que lo hacían.

Cuando su madre estudiaba todavía Magisterio, profesión que nunca ejerció, una de sus primas ya era farmacéutica. En un periódico de Toledo aparecen ambas en 1918, bajo el título Mujeres que estudian.

De su ascendencia gallega no sabe prácticamente nada, solo que el abuelo era de Noia, y la abuela, de Ferrol, y que murieron mucho antes de que ella naciera. A pesar de todo, lograron regresar a través de su descendencia.

«¿Por que non quita o carné Mimí? Yo lo tenía, pero mi marido pensaba que no sabría conducir»

 

 

Durante más de 14 años Herminia de la Llave iba de A Coruña a Carballo en autobús todos los días. Lo cogía en Juan Flórez a las ocho de la mañana y se bajaba en la misma estación pasadas las nueve de la noche. Desde que su hija se incorporó a la farmacia hace el recorrido en coche.

«Ahora parece que ya no llueve tanto, pero me tengo pillado cada mojadura tremenda en la parada del autobús», explica. Lo esperaba en la parte alta de Vázquez de Parga, delate de lo que se conocen como las casas baratas, donde no hay nada donde guarecerse. «Muchas veces me abrían el portal, pero siempre me preguntaban: ¿Por que non quita o carné Mimí? Yo lo tenía, pero mi marido pensaba que no sabría conducir», explica.

Pero ella aprobó el examen a la primera, recién llegada a A Coruña. «Lleva todos los papeles, me decía, no vayas a tener un accidente. Los niños eran muy pequeños y yo lo fui dejando estar, pero es lo único que me propuse y que no hice», explica.

Doce horas

Las jornadas eran larguísimas. Tenía que levantarse muy temprano para estar a primera hora de la mañana en la estación y coger el de las 20.00 horas de regreso, doce horas fuera de casa.

Quizá por eso ahora se encuentra en su hogar cuando está en la farmacia y los vecinos ya son casi parte de su familia. En el restaurante que tiene en frente de su establecimiento ha comido durante casi 40 años y lo ha hecho con algunas compañeras como la panadera de la parte alta de la Gran Vía, que enviudó pronto y que todavía la visita regularmente. Los que eran clientes ahora son amigos.