«La vida me cambió mucho a los 21 años al venir para España»

Melissa Rodríguez
Melissa rodríguez CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO MUNICIPIO

BASILIO BELLO

Natalia Petrova asegura que Carballo se parece mucho a Chechenia por su naturaleza. Razo y Baldaio son algunos de sus lugares favoritos

06 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

En España, la guerra es un episodio histórico que, por suerte, ya queda bastante lejano. Pero, sin saberlo, en la comarca vive una mujer a la que le ha tocado pasar por distintos conflictos bélicos sucedidos en Rusia aún no hace tanto tiempo. Ella es Natalia Petrova, natural de Grozni, capital de Chechenia (norte del Cáucaso), que residió en A Coruña desde 1998 y, actualmente, en Carballo, desde hace tres años.

Su historia es la de una niña que desde su nacimiento (noviembre de 1975) y hasta los 16 años vivió en un campo militar de Grozni, pues su padre era el capitán de los tanques de combate del Ejército soviético en esa zona. Pero, en contraposición a lo que puede parecer en un principio, la vida rodeada de soldados Natalia la recuerda como «preciosa, muy bonita», explicó ayer. Vivía con su familia y las de otros militares aislada del propio Ejército en un monte. El día a día era una auténtica gozada, así lo describió: «Era un bosque con ríos y lagos en el que durante el verano nos bañábamos, recogíamos frutos y jugábamos al escondite o a los indios y, en el invierno, patinábamos sobre hielo, esquiábamos o hacíamos muñecos de nieve». Las familias de los soldados también disponían de un polideportivo con piscina y de un cine. Una vida perfecta hasta que en el año 1991 la guerra por la autonomía de Chechenia los obligó a marcharse: «Los chechenos nos advirtieron de que o nos íbamos por las buenas o por las malas», explicó. Así, hoy recuerda cómo esa zona en la que vivió su infancia fue la primera en ser bombardeada: «Ahora está igualada con la tierra. No dejaron nada», lamentó.

Petrova y su familia se fueron a vivir a Ucrania y allí les cambió la vida radicalmente: «No tengo ningún recuerdo bueno de ese país. La gente era muy soberbia. Además, pasé de ver el monte Cáucaso desde mi ventana a solo observar chimeneas de humo. Fue horrible, como bajar a Heidi del monte a la ciudad», explica. Desde ese momento, el padre se prejubiló, presionado por su madre, y ella se tuvo que poner a trabajar como dependienta de una tienda para poder llevar dinero a casa. «Yo quería estudiar para ser intérprete militar, pero no pude. Es una espina que siempre me ha quedado ahí», recordó.

Pero en 1998, la vida le volvió a cambiar a Natalia. De esta vez para bien. A los 21 años se casó con un ferrolano y se vino a vivir para A Coruña. «La vida me cambió mucho al venir para España. En Ucrania no teníamos a nadie», explicó. Así, tuvo en Galicia su primer hijo: una chica que tiene ahora 19 años. Tampoco tardaron mucho en mudarse sus padres, en el año 2001, y su hermano pequeño, en el 2002. El más mayor todavía esperaría unos años para hacerlo. No obstante, Natalia se divorció y se fue a vivir para Valencia, en donde conoció a un policía local con el que tuvo, más tarde, un hijo (tiene ahora 12 años). Pero Natalia quería regresar a la tierra verde de Galicia, por su amor a la naturaleza, y lo logró. Su marido consiguió plaza en Carballo en el 2014. «Carballo me recuerda un montón a Chechenia. Tiene muchos sitios verdes preciosos. El más especial para mi es el Refuxio de Verdes. Pero Fisterra, Malpica, Razo, Caión y Baldaio también me parecen muy bonitos», comentó. La chechena también está encantada con la gastronomía local: «Es fenomenal», dice entre risas.

«Mi hermano se negó a ir a la guerra y le dispararon en las piernas»

La vida de Natalia Petrova fue muy bonita, explica, mientras vivía en el campo militar de Grozni o, lo que es lo mismo, mientras estaba protegida de las barbaries que sucedían al otro lado de la línea divisoria.

Con todo, ya dentro vivió alguna experiencia que le sirvió para advertirla de lo que existía fuera: la profunda cultura chechena. Con 15 años, un soldado de este origen le pidió si podía probar el anillo que Natalia llevaba en la mano, y ella se lo dejó encantada. Pero, de repente, el militar se puso tenso: «¿Sabes lo que has hecho? Al prestarme tu anillo has aceptado casarte conmigo. Si ahora voy a la casa de tus padres con esta joya puesta, estás obligada a ser mi esposa», le dijo. Petrova no podía parar de llorar. Fue en ese momento cuando conoció la cultura y religión tan profundas de los chechenos, que hasta entonces le había pasado desapercibida, pese a vivir en la misma región. Finalmente, el soldado le devolvió el anillo y la advirtió de que nunca más lo volviera a hacer. «En Chechenia, las chicas desde el nacimiento se preparan para ser esposas y madres. Es el valor más grande que existe. Yo lo veo fatal», expresó.

Otro momento doloroso que le tocó vivir a esta rusa fue hace, todavía, muy poco. Su hermano mayor fue el único de la familia que se quedó a vivir en Ucrania hasta el 2014. El ejército ucranio quiso reclutarlo para el conflicto de guerra civil en este país, pero se negó. Una noche, cinco hombres se presentaron en su domicilio y le dispararon apuntándole al pecho. Pero pudo esquivar las balas, aunque solo a medias, porque lo hirieron en las piernas. Se salvó, pero decidió marcharse. Al igual que Natalia, ahora reside en España.