Telarañas en la fábrica de los sueños

Marta López CARBALLO / LA VOZ

CAMARIÑAS

ANA GARCÍA

Vicente Carril regentó durante años el Cine Rialto en Camariñas, que abrió su padre a finales de los cincuenta y que cerró en los ochenta

06 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En la actualidad reconvertido en galpón-trastero, conversamos con Vicente Carril en el lugar en el que los camariñáns se entregaban a los sueños cada fin de semana. Fue su padre el que inauguró en 1957 el Cine Rialto o «de Abaixo», como lo empezaron a conocer cuando abrió otro en los setenta. Vicente, toda una institución en Camariñas, tomó después las riendas hasta que «a chegada das películas en vídeo aos bares» acabó desembocando en su cierre, en los ochenta.

Poco queda de aquel Rialto, apenas el proyector y unas cuantas filas de butacas en una planta alta. La tela de la pantalla la retiraron hace años y en la parte baja, donde antes había bancos y una cantina, ahora la familia Carril tiene trastos y enseres.

ANA GARCÍA

La tragedia de la Bounty de Frank Lloyd fue el primer filme que se proyectó en el Rialto, que en sus primeros años era mucho más pequeño y se ubicaba en la que ahora es la vivienda de Vicente. Acabó quedándose pequeño y la sala se trasladó a un galpón anexo con un aforo máximo de 250 personas, que a menudo se cubría. Sobre todo, para las películas del oeste y para alguna que otra española. «Antonio Molina traía xente comarea», rememora el camariñán, aunque no fue un largometraje del conocido coplero el mayor éxito de la historia del Rialto, sino una «peli porno». Sí, han leído bien. Claro que la concepción que entonces había del cine pornográfico poco tiene que ver con la actual. «Un par de biquiños se verían, como moito, o resto creo recordar que estaba censurado», cuenta Alejandro Lorenzo, un vecino que se suma a la charla cargado de anécdotas. «Era de Susana Estrada e rodouse aquí en Camariñas, en Lingunde, con xente da zona», rememora Carril.

Pasión prohibida, así se llamaba, fue la única incursión del director Amando de Ossorio —un referente en el género de terror— en el denominado «cine S», una clasificación introducida en el Gobierno de Adolfo Suárez para designar a las películas que pudiesen «herir la sensibilidad de los espectadores de algún modo». Pocas sensibilidades debió herir por aquel entonces en Camariñas, ya que Vicente casi no dio abasto de la cantidad de gente que se acercó a verla. «Foi terrible, tiven que traela varias veces», apunta.

ANA GARCÍA

En el Rialto había sesiones los jueves, sábados y domingos y el precio de la entrada fue fluctuando en el tiempo, partiendo de 3 pesetas para adultos y 1 para el público infantil. Sentarse arriba, en el patio de butacas, era más caro, pero también más cómodo, ya que en la parte baja solo había bancos de madera. «Cada vez que alguén se levantaba e pasaba por diante do proxector, dende abaixo berraban ‘Cabesa!!' para que apartase», recuerda Alejandro.

El público era exigente y no perdonaba errores. Los rollos de las películas, que primero llegaban de 1.000 metros y después de 1.500, había que unirlos con acetona con mucho cuidado antes de la proyección, cuando llegaban en autobús y a 500 pesetas el filme. Al mínimo error la imagen podía salir del revés o deteriorarse, lo que hacía que la sala se alzase en silbidos. Igual que cuando se iba la luz, algo que pasaba a menudo. «Metíanos nun compromiso, porque a veces non volvía ata o día seguinte. Temos deixado á xente na sala e marchado no coche á Ponte do Porto, porque era no transformador de alí onde había a maioría dos problemas. Ao volver, como é normal, moitos cansáranse e fóranse para a casa», rememora Carril.

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En su cine, después de la preceptiva propaganda franquista que obligatoriamente tenía que anteceder a todas las proyecciones, daban los camariñáns rienda suelta a la imaginación... y a los amoríos. No es que hubiese muchas opciones para el ligoteo, así que en el Rialto «mocear, moceábase», confirma Alejandro. O incluso fuera, antes de que empezasen las sesiones, en una hora previa que Vicente se encargaba de amenizar con altavoces y música de disco: «A mocidade bailaba nunha explanada onde agora está o bodegón O Percebe e despois viñan para aquí».

Una juventud que, está seguro Alejandro, «regresarían aos cines se volvesen abrir polos pobos, como antes, que había un en cada lugar».

El Galicia de Buño aún es fiel a su esencia y en Cee se conserva otro casi intacto

Hubo tiempos en los que prácticamente había un cine en cada pueblo, pero fueron cerrando y en la mayoría de los casos los edificios se reformaron y pasaron a tener otros usos. Hay pocos que todavía conserven su vieja esencia, pero el Salón Galicia de Buño es uno de ellos. Funcionó hasta 1978 y Liso Sánchez lo regentó durante treinta años. «Foi por moito tempo o mellor cine da comarca», contó en su día a La Voz, al tiempo que enseñaba los cientos de tesoros que albergaba en su interior: bolsas de tiques, tocadiscos, un proyector de los años cuarenta, carteles con los que anunciaban los largometrajes e incluso los indicadores de edad: «Para mayores» y «Para todos los públicos».

En Cee se conserva otro, también en muy buen estado, que además se ubicaba sobre la que fue la primera administración de lotería de la localidad.