La noche más horrenda en la ensenada de Trece

Manuel Castiñeira Canosa

CAMARIÑAS

MATALOBOS

«En ella los 176 tripulantes del buque inglés Serpent eran arrastrados sin piedad por las olas frías del Atlántico, tras el choque del acorazado contra los bajos de Punta do Boi». Esta noche se homenajea a los náufragos

10 nov 2020 . Actualizado a las 22:55 h.

Terrible noche aquella en el mar embravecido de la Ensenada do Trece, al norte de Xaviña (Camariñas)! Era la noche invernal del 10 de noviembre de 1890. En ella los 176 tripulantes del buque inglés Serpent eran arrastrados sin piedad por las olas frías del Atlántico, tras el choque del acorazado contra los bajos de Punta do Boi. Todavía no habíamos nacido ninguno de nosotros cuando ocurrió esta tragedia, pero muchos de nuestros abuelos se despertaron, en ese día, profundamente apenados, en la parroquia de Xaviña, al conocer la noticia.

Todos los tripulantes, sin excepción, se estaban enfrentando a un destino amenazante, inesperadamente trágico, en angustiada lucha individual. Sus gritos se perdían en la inmensa soledad de la ensenada entre el horrible estruendo del oleaje y las insensibles aguas que los abatían.

Mientras tanto y en contraste, detrás de ese Monte Blanco y de los montes colindantes, las gentes cercanas de Pescaduira, Brañas Verdes, Santa Mariña descansaban tranquilamente en sus hogares, totalmente ajenas al pavoroso drama que allá abajo y a sus espaldas se estaba desarrollando.

Después de varias horas de despiadada lucha, tres supervivientes, golpeados y agotados, alcanzaron la orilla: Burton, Luxon y Gould. Los dos primeros acertaron a subir juntos por la empinada ladera del monte y llegaron a Pescaduira, a pesar del desconocimiento de aquellos parajes, a pesar de la oscuridad de una noche sin luna y sin estrellas. ¡Qué alivio y qué gratitud interna por haberse salvado del reciente peligro y qué gratitud a la familia que allí, en Pescaduira, los acogió y los trató con tanta generosidad y esmero!

En cuanto a Gould, mucho más accidentado y sin saber nada de sus dos compañeros, continuaba merodeando por aquellos montes, hasta que, finalmente, fue encontrado en deficiente estado.

Pero todos los demás marinos, en número de 173, fallecieron en aquellas aguas del Trece. Monstruosidad inhumana y terrible. ¡Ciento setenta y tres personas, la mayoría jóvenes, con sus vidas segadas en una misma noche! ¿Producto de un destino insensato y absurdo al que estaban llamados?

Se buscarán justificaciones de todo tipo a esta hecatombe: si las corrientes marinas, si la fuerza del viento, si la escasa visibilidad… Pero siempre encontraremos algo que nos desconcierta y nos deja insatisfechos ante tanta gente hundida definitivamente en esa noche enloquecida.

Tan solo si miramos esa pequeña cruz, puesta en lo alto del recinto de los allí enterrados, podemos calmar nuestra rebeldía: esa insignificante cruz nos está recordando al Único que puede dar sentido a todos los sinsentidos y absurdos de la vida. De ahí que, en medio de la mayor desolación, triunfa todavía la esperanza, con ánimos de entonar un primoroso y alentador canto: «Crux fidelis, inter omnes/arbor una nobilis: /nulla silva talem profert/fronde, flore, germine». Es decir: «Oh Cruz fiel, único árbol noble entre todos los árboles: ninguna selva ha producido otro igual en hojas, en flores, en frutos». Por eso, como la arena va subiendo más y más el Monte Blanco, así también las víctimas de esta tragedia habrán subido a lo alto, muy alto, a una morada muy distinta, totalmente llena de un azul celeste embriagador.