El precio a pagar por las gamberradas

CAMARIÑAS

31 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Recientemente, a un hombre le pareció una excelente idea subirse al tejado de una caseta. Las vistas desde arriba, sin duda alguna, serían absolutamente cautivadoras. No es para menos, ya lo son desde abajo, pero desde lo alto seguramente se obtenga una perspectiva diferente.

Hasta ahí todo está en orden, o al menos lo estaría si no se tratase de la caseta de Man. Uno de los pocos recuerdos que Camelle atesora del anacoreta y que, desde el pasado mes de enero, es también un mausoleo donde descansan sus cenizas. Se arreglaron sus daños estructurales, se restauraron sus paredes respetando hasta el más mínimo detalle de la obra de Man, y se convocó a toda una villa a acudir a un entierro tras el cual el artista pudo por fin descansar en paz.

Pues aun así, pese a todos los elementos que hacen de ese lugar un espacio casi sagrado, a ese hombre le siguió pareciendo genial subirse a la cubierta, ya de por sí debilitada, de la edificación. Cuánta labor de concienciación queda aún por hacer. Y cuando pensábamos que el trabajo iba bien encarrilado.

Ni sirvió de nada el cartel de Xosé Manuel Barros para el exterior -«Dende aquí podémolo contemplar e reflexionar sobre a vida e a obra [de Man]. Respectemos o legado de Man, patrimonio de Camelle, patrimonio de todos nós»- ni tampoco el sentido común.

Desde el Concello dicen que no pondrán una valla en el exterior como medida de protección, porque se perdería esa esencia de libertad, ese oasis al aire libre que caracterizó siempre al anacoreta y porque, dice Juan Carlos Canosa, «do que se trata é de concienciar para que se entenda que certas cousas non se poden facer». El caso es que, a veces, llueve sobre mojado. Si de algo no entienden los vándalos es de civismo. Y si algo hay en esta vida, son gamberros.

Dicen los responsables municipales que perciben una sensible mejora de la conciencia cívica, y sin embargo el vandalismo sigue costando miles de euros al año. Desperfectos, pintadas obscenas en paredes en vista de todos, destrozos en mobiliario público, basura esparcida por las esquinas...

Es dinero público que se desvanece, pintando y repintando la misma pared, reparando y volviendo a reparar los mismos bancos dañados. Si se gastan recursos en subsanar las deficiencias de la conciencia pública, no los habrá para lo que de verdad importa. ¡Y después nos quejaremos de que nos falta tal y cual servicio sanitario! No es de extrañar, si probablemente con siete u ocho gamberradas menos de las que preocuparse, un centro sanitario podría a lo mejor adquirir un tensiómetro digital para hacer controles rutinarios de 24 horas a hipertensos. O un puñado de metros cuadrados más de vía que contarían con una acera en condiciones. O un sueldo más en la guardería municipal. O quizá una ayuda más para asociacionismo o practica deportiva. ¡Cuánto estamos perdiendo por culpa de unos pocos!