«¿Sodes galegos? ¡Nótase ben!»

Marta López CRÓNICA

CAMARIÑAS

24 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El de 1991 fue un buen verano para el grupo pop Zapato Veloz. Con su tema Tractor amarillo conquistaron las listas de ventas de todo el país y, aprovechando el tirón, poco después lanzaron el tema Pandeirada sideral, rebautizada posteriormente como Hay un gallego en la luna. Razón no les faltaba a estos asturianos. Uno podría encontrarse a un paisano en casi cualquier país del mundo, por muy exótico o recóndito que sea, aunque si hay un lugar en el globo que desborda gallegos, ese es Londres.

Sin mayor esfuerzo, y con solo agudizar un poco el oído entre decenas de acentos diferentes que prueban la multiculturalidad de tan cosmopolita ciudad, casi en cualquier barrio de la ciudad se puede escuchar una voz amiga. Un particular conjunto de frases y entonaciones que nos hacen inconfundibles (al menos, entre nosotros). Nos detectamos entre nosotros, casi sin proponérnoslo acabamos coincidiendo en museos, en cafeterías (pubs, para los ingleses) o en concurridas plazas mientras escuchamos a un artista callejero aleatorio que bien podría alzarse con el Operación Triunfo de turno (cuanto talento «malgastado» ante oyentes que, en ocasiones, tiran a las mochilas de sus guitarras apenas las monedas sueltas que hacen peso en sus carteras).

En el Bizzarro, un restaurante italiano situado en el barrio de Paddington, trabaja José. Con su desparpajo y buen humor se integra a la perfección entre un staff compuesto principalmente por camareros y personal de sala de origen mediterráneo. Su inglés es bueno, como también su italiano, pero al tomarnos nota del pedido le bastan apenas unas frases para caer en la cuenta de que está sirviendo a tres paisanas. «¿Sodes galegas, non? ¡Nótase!». De repente hablar un rato en gallego se vuelve casi balsámico. Entre nosotros nos entendemos bien: de donde somos, a qué nos dedicamos, nuestras impresiones sobre la ciudad... Presta hablar de esas cosas con un camarero que acabas de conocer, y solo por el mero hecho de ser paisanos. En apenas un par de minutos sabemos que vivieron durante años en Vilaboa, y que su esposa -con la que convive en Londres- es de Camariñas. «¡Somos case veciños, qué gusto!».

Se palpa la morriña. Tanto en residentes como en turistas. Nos despedimos con un hasta pronto y con un postre de regalo («Entre galegos hai que ter un cariño»). Tal circunstancia tiene, sin embargo, un cierto matiz melancólico. Uno desearía quedarse, al menos unos días más, para seguir empapándose de un bule bule que nunca acaba. Otros darían lo que fuese por tener una oportunidad en casa, un futuro factible. Londres nunca será casa para muchos. Gusta, encandila, pero no conforta de la misma manera.