«Fraga quería ser un máis no río»

Patricia Blanco
patricia blanco CARBALLO / LA VOZ

CAMARIÑAS

José Manuel Casal

Cuarenta años de guardarríos dan para muchas anécdotas y para muchos cambios. Tiene 89 años, es natural de Anceis (Cambre) y recaló en Baio en el año 70

25 mar 2017 . Actualizado a las 10:10 h.

José Brandariz, José O Gardarríos, recaló en Baio en el 70. «Encontreime moi ben aquí. É un pobo acolledor. Ten moi boa xente», detalla. Sin embargo, su llegada a la localidad en la que hoy sigue viviendo a los 89 años responde a una curiosa anécdota que recuerda al detalle. Ocurrió en Betanzos, en el coto de Chelo. Lo explica: «Alí ía pescar o caudillo, Franco, cando viña a Meirás. Vedábaselle o río. ‘Dicen que aquí hay muchos reos, pero yo nunca los vi’, dixo el. Entón eu leveino ver os reos, pero non pescou ningún. Comentoulle ao administrador que buscase dous pescadores para ver como se podían pescar, e viu... Viu aquela capa de reos, nin se vía o fondo do río», evoca Brandariz.

Los pescadores llegaron por intermediación de Ricardo Catoira, autorizado para tomar tal decisión, pero alguien denunció a Brandariz por acompañar a dos pescadores por un coto en el que supuestamente no podrían estar, dado que estaba vedado para todos, «salvo para o caudillo». Al día siguiente recibió un telegrama del ingeniero jefe regional, para que se personase en la jefatura: «O que menos pensei era que fose para chamarme a atención por iso, pero así foi, e díxome: ‘Usted viene aquí para escuchar, no para hablar’». Le pidió a Brandariz que solicitase inmediatamente el traslado y este, como pudo, le remitió a Ricardo Catoira y trató de explicarle lo ocurrido. Pese a ello, y pese a que su interlocutor le pidió que olvidase toda la conversación tras saber de dónde venía el asunto, Brandariz solicitó su traslado: «Aos poucos días xa me mandaron para aquí», dice refiriéndose a Baio. Al jefe regional lo enviaron a Madrid: «Funo ver e non puiden. Estaba nunha casa vella. Non souben máis nada del».

José nació en Anceis (Cambre). Desde el 52 hasta el 92, fecha en la que se jubiló con 65 años, recibiendo de su sus compañeros del servicio de medio ambiente natural un homenaje, ejerció la profesión de guardarríos. Fueron 40 años que empezaron en Sigüeiro. Viajó después a Inglaterra, tras pedir una excedencia. Transcurrió allí un período relativamente corto y, de regreso, solicitó el reingreso y lo mandaron a Os Peares: «Aquilo era un inferno. Había unhas culebras tremendas e un frío que non se soportaba». Después, lo trasladaron a Celanova, «un sitio estupendo» en el que era muy apreciado por los vecinos. De Celanova pasó a Betanzos (unos cuatro años), y ahí fue donde ocurrió la anécdota que lo acabaría trayendo a Baio. Su oficio consistía en controlar la pesca que salía del río, y a los pescadores, de modo que se cometiesen las menos infracciones posibles.

Vivencias de su profesión tiene unas cuantas. De Franco dice que ya cuando pescaba en Chelo era mayor. «Levábanlle a cana e máis o cesto, levábano polo brazo», recuerda. Dice que es mentira que se le colocasen los reos en el anzuelo: «O que se poñía era o cebo na caña. El lanzaba. Cando se cansaba, lanzaba o garda con el. Ía escoltado, aínda que á Garda Civil no río non a podía ver». Con ello tiene alguna anécdota bien graciosa, así como con un comandante de la Marina, nieto del Ministro de ese mismo ramo, al que tuvo que convencer para que desistiese de su intención de pescar en el río vedado, con la conocida excepción. En Betanzos coincidió asimismo con Manuel Fraga: «Non quería que lle chamasen señor Ministro», dice Brandariz. Seis o siete años más tarde se volvieron a encontrar en el río Grande, en las inmediaciones de Mosquetín:

-¡Y usted por aquí, Brandariz!, le dijo el mandatario.

Se acordaba de él y hasta bromeaba con lo que «pescaba». No truchas, que era lo que había, pero sí buenas mojaduras en el río: «Aquí Fraga veu varias veces. Non quería que o río estivese pechado para el só, el no río quería ser un máis».

En 40 años no se llevó grandes sustos, aunque alguna se buscó. Estando en Sigüeiro salió a eso las dos de la madrugada, y se topó con un carro cargado de lino: «Cando o estaban botando ao río déillelo alto, eu coa lanterna na boca e a carabina arrimada a un carballo». Cuenta Brandariz que el lino no era lino de verdad si no iba al río, «creo que dúas lúas». Para su trabajo, tuvo moto y también un 600. Hasta fue comedido cuando el jefe de Pontevedra le concedió una Vespa. Era lo que había pedido él: «Fun burro, que puiden pedir unha Derbi 250».

«Este de Baio foi un dos mellores cotos da provincia»

Brandariz cree que los cauces, en general, estaban mejor antes: «Se quere que lle sexa sincero, dáme pena o río». Se limpiaban más y, a mayores, guarda el buen recuerdo de verlos crecer en vida: «Por onde eu andaba a cada paso ían a máis». Así, en Betanzos, pasaron de pescarse uno o dos salmones por temporada a 13, guiados por él. También el de Baio creció y dice que desde el puente se veían las truchas: «Este era un coto calquera, pero eu tratei de facerme amigo de moitos, tamén dos pescadores, e chegou a ser un dos mellores cotos da provincia. Pescaban o cupo todos os días, e agora parece que non hai troitas». Llevó tanto el coto de Baio como el de A Ponte do Porto, en el que también había algún reo. Él, aunque alguna vez lanzó la caña de los pescadores, nunca pescó como tal: «Non me gusta».

El control que hacían los guardarríos puede que siga haciéndose, porque hay agentes, aunque es diferente: «Habelos hainos, pero non se ven». Desde que se jubiló, José casi no volvió al río y, de hecho, constata en el momento de ser fotografiado cómo ha cambiado el entorno del Refuxio de Santa Irena, en Vimianzo, en donde él, con «xornaleiros», se ocupó del empedrado que rodea la caseta, la barbacoa y también las mesas, con piedra llegada de Ogas. «Este carballo, cando eu estaba aquí, non levantaba máis que así [un palmo] e estaba rodeado de ladróns. Mira agora... As árbores están máis voluminosas...». También consiguió que le diesen permiso para hacer la carretera hasta la Carballeira baiesa. A sus 89 años, viudo, con dos hijas, tres nietos (entre ellos el presidente de Río e Mar, David Brandariz) y dos bisnietos, José no tiene tiempo a aburrirse. Se levanta, hace el desayuno, se toma su café y lee el periódico. El tiempo se le va bien entre los árboles frutales de la huerta: «¡E se hai que plantar patacas, tamén!».