La Administración es un lobo para el administrado

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

A LARACHA

10 abr 2016 . Actualizado a las 04:00 h.

En la antigüedad, los males eternos los resolvían los héroes mitológicos. La imaginación colectiva tenía solución para todo. En los tiempos que corren, o falta imaginación o faltan individuos o instituciones que sean capaces de afrontar los problemas por el derecho y acabar con los despropósitos. Uno de ellos, de entre tantos, el del precio discriminatorio de las parcelas de los polígonos de la Costa da Morte. Unos, los Cee, Vimianzo, A Laracha y Malpica, pertenecen a Suelo Empresarial del Atlántico (SEA) y otros, Carballo y Ponteceso, a Xestur, que da unas ventajas infinitamente mejores a los posibles compradores. Y aun quedan los parques promovidos por comunidades de propietarios, como es el caso de O Allo, en el que las empresas florecen como las margaritas en primavera. SEA pertenece al Estado y Xestur, a la Xunta. Hete aquí la cuestión. Lo que no se entiende, o lo que es muy difícil de explicar es que en un Estado descentralizado continúe habiendo polígonos centrales y autonómicos. Terrenos de primera división y de segunda. A estas alturas no tiene sentido que en una comarca haya unos que dependan de Madrid y otros de Santiago, con diferentes precios y condiciones. La consecuencia es que unas poblaciones se lleven todas las oportunidades de desarrollo mientras las otras sigan su destino hacia el hoyo del atraso, el despoblamiento y el abandono paulatino. Una discriminación sin sentido y un corrimiento de proyectos que tienen un nefasto resultado para los municipios menos urbanizados y la desestructuración del territorio. Parafraseando a Thomas Hobbes, la realidad es que la Administración es un lobo para los administrados. Sus reglas a veces tienen el efecto contrario del que pretendían. Si con el suelo del Prestige querían solucionar la falta de terrenos industriales, a los pocos años de haber habilitado las parcelas el efecto es que las empresas se van de esos pueblos a los que supuestamente querían ayudar. Los políticos deberían bajarse a la realidad de la calle y SEA, apenarse de su montura y abandonar ese mantra de querer recuperar el dinero invertido, pues, de seguir así, su aportación en vez de ser positiva es un peso colgado al cuello de los pequeños municipios al que pretendidamente quiso auxiliar. Sin embargo, no hay manera de que dé su brazo a torcer. Lo intentaron los alcaldes afectados de todos los modos posibles. Es como clamar a los vientos atlánticos desde los acantilados del Cabo da Nave. Son tantos los agravios que se da en pensar que algo habrá hecho esta tierra para merecerse tamaño castigo, que no se limita al desbarajuste de los polígonos. Ahí está el del Parador o el de helicóptero de Ruibo, otras dos promesas del Prestige. Una vez terminados los efectos psicosociales del embarrancamiento, la Costa da Morte retorna a su eterno abandono. El sentimiento de culpabilidad del poder ya se ha esfumado. Tiraron un barco de millones por la borda para que el complejo turístico de Muxía se vea paralizado por la burocracia. Otro palo más en el lomo de la burra. Además, un helipuerto sin helicóptero es como un nido sin pájaros. No tiene vida. Así el Finisterre seguirá a expensas de su suerte como ha sucedido durante la historia. Cuando se producen tragedias en el mar, que nunca se anuncian ni están programadas, los minutos son vida. Sucedió en momentos puntuales de grandes pérdidas humanas. Por eso se reclamaba el helicóptero, que ya voló para siempre. Acaban de aprobarle el suministro de agua. Será para ahogar el desencanto.

La consecuencia de errores de tantos años

Hace unos días mucha gente se encontró con el agua al cuello. Una jornada de lluvia y decenas de locales, sótanos, garajes y tiendas se anegaron. Muchos daños que exigirán cuantiosas indemnizaciones de los seguros, que en unos casos harán compensaciones y en otros no. Llovió mucho, pero una gran parte de lo ocurrido es consecuencia directa de los errores de ordenamiento durante años y años. En estas circunstancias es cuando se ve el resultado de la deriva urbanística. Es difícil saber si lo que pesó más fue el exceso de lluvia o la muy deficiente o nula planificación. No obstante, lo que sí son evidentes son las pérdidas y ese centenar largo de partes que llegaron al consorcio de seguros, amén de los cuantiosos gastos de los concellos afectados. Muchos comerciantes perdieron mercancías, electrodomésticos, vehículos y otros enseres. Es la lista de la plaga meteorológica que de forma más o menos inconsciente se fue invocando año a año. El panorama se completa con el fruto del abandono y la falta de limpieza de los cauces, los efectos indirectos de los incendios y las obras de ingeniería muy poco pensadas que actúan como embalses cuando los ríos bajan locos. Y todo ello se traduce en daños que ahora peritan calladamente agentes de seguros y funcionarios sin otra solución que esperar a ver qué sucederá la próxima vez.