Escritura en papel de lino con tinta de agalla de roble y pluma de pato

ramón romar

CARBALLO

Mi Aldea del Alma | Mi padre me entregó un legajo de viejas escrituras, alguna de ellas verdadera joya del 1781, y este es el por qué

08 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando, en los inicios de mis investigaciones sobre la historia de mi familia y mi pueblo, mi padre me entregó un legajo de viejas escrituras me dijo: «Alguna de ellas está escrita en papel de liño, con tinta de agalla y pluma de pato». No sé si esta información la recibió de algún escribano o fue transmitida de generación en generación, como las mismas escrituras.

Una de ellas, por la contextura del papel, efectivamente este debe ser de lino, la tinta podría ser la que se sacaba de la agalla de roble, y la pluma podía ser de pato o ganso. Es una verdadera joya del 1781, con una letra excepcional, que recoge la compraventa de una herencia, y que ubica perfectamente Fornelos en el mundo: «Lugar de Fornelos, feligresía de Santa María de Baio, Jurisdicción de Vimianzo, Arzobispado de Santiago, Reino de Galicia».

El vendedor es Manuel Maurín y el comprador su hermano José (casado con Josefa de Lema, suegros ambos de Andrés de Romar Romero, el primer Romar que vivió en Fornelos). Andrés no tuvo descendencia y nombró heredero a su sobrino, también de nombre Andrés, mi trastatarabuelo. Por consiguiente, soy el octavo portador de estos documentos, y espero que sigan guardándose en la familia muchas generaciones más.

Manuel, según mi padre, era pastelero, y debió emigrar a Madrid con su convecino Manuel Suárez de Lema, el cual murió joven en Madrid, en 1780. Según los datos de que dispongo, entre finales del siglo XVIII y en el siglo XIX, una veintena de vecinos de la parroquia de Baio emigraron a Madrid, creando así la que debió ser la primera corriente emigratoria de Fornelos, mucho antes que a las Américas y a Europa.

Volviendo a la tinta de agalla de roble, en su momento no le pregunté a mi padre cómo se fabricaba. Es una de las muchas cosas que me quedaron pendientes de preguntarle, a pesar de todas las que sí le hice y que él me contó, y que hoy son parte de la leyenda y de la historia. Le di muchas vueltas en mi cabeza, por no dejar en el tintero (nunca mejor dicho) esta cuestión tan tradicional. Las agallas son una excrecencia que generan los robles, de forma esférica, como una bola. En mi infancia lo llamábamos bailarete, ya que la hacíamos bailar poniéndole un palillo por el centro y haciéndolo girar como una especie de peonza, o también poniéndolo sobre los labios y soplando muy despacito. Un día, estando en mi casa de El Escorial, me fui al monte, recogí unas cuantas agallas y las metí en agua dentro de un bote de cristal. Al cabo de un mes, el bote contenía una especie de líquido oscuro. Con un palillo hice unos rasgos en un papel y vi, entre sorprendido e ilusionado, que el color de la tinta en el papel era el mismo que el de las escrituras.

Más tarde, en 1999, cuando publiqué Ancestros y Vivencias, cité la historia de la tinta del bailarete, y como quería demostrar lo buena que era, me fui a la orilla del río Manzanares, donde habitan muchos patos. Allí recogí unas plumas, no sé si de pato o de pata, corté la punta de forma que se pareciera lo más posible a una pluma de las que se ven en los libros y películas, y con la pluma y la tinta así fabricados, firmé todos los libros, uno por uno (imagen que encabeza esta información). En principio iban a ser 100, y al final fueron 360, pero no me importó en absoluto. Mi trabajo es altruista.

Esta firma es la original del libro, y queda demostrado que es una magnifica tinta, ya que pasaron 24 años y aun hoy hice unos rasgos con los posos que quedaron en aquel bote de cristal, y sigue igual. Y ya no digamos la de la escritura, que tiene 243 años y, si hubo cambios, no lo sé, pero se sigue viendo perfectamente. Aun dejando caer agua sobre ella, la tinta no se corre, igual que ocurre con la tinta china. Ojalá todo lo que he escrito ahora en medios digitales, resista el paso del tiempo, tanto como estas viejas escrituras.