Especial Agricultura | Escribe Jaime Izquierdo Vallina, geólogo, escritor, defensor y dinamizador del rural
22 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Actualizar, renovar, rehabilitar, reformar para convertir en contemporáneo algo es una actitud vital que debería acompañarnos permanentemente. Y el campo no puede quedar al margen de esa obligación.
La última versión de la modernización del campo se produjo a partir del Plan de Estabilización de 1959. Desde entonces el campo de los campesinos, de las aldeas, de los casales —caserías, en Asturias; baserris, en Euskadi—, de las ordenanzas comunales, de cultivar un poco de todo para que no faltara de nada —que ahora llaman policultivo— fue virando hacia dos escenarios: el de las explotaciones intensivas y en monocultivo, principalmente de leche y eucalipto en Galicia, Asturias y Cantabria siguiendo las premisas de la modernización industrial; o hacia el abandono en aquellos territorios históricos que habían conformado localmente a fuego lento los campesinos a través de los siglos valiéndose de la cultura para engarzar sus aldeas en el campo y en el monte como un joyero encaja una piedra preciosa en una sortija.
Ambos mundos están en crisis, por eso necesitan repensarse, activarse de otro modo, mirando para atrás —para lo que fuimos: campesinos cultos e inteligentes — y para adelante —para lo que podríamos ser: gestores duales del territorio y la alimentación— y sortear los peligros de la globalización alimentaria —que compite deslealmente con la producción local—, del capitalismo salvaje de los fondos de inversión y las macrogranjas, de la visión urbano céntrica del campo y de los populismos políticos que crecen apoyándose en el desconcierto y la desesperación y se autoerigen en salvapatrias. Recuperar los sistemas de alimentación de proximidad que durante siglos y hasta hace apenas unas década dieron de comer a las pequeñas ciudades y villas de Galicia; reformar las explotaciones agrarias surgidas durante la modernización industrial para mejorar rentabilidad económica e integración ambiental y devolverles la vida a las aldeas que dan sentido, identidad y coherencia campesina a las más genuinas culturas del país, son los tres escenarios en los que trabajar para hacer que el campo sea contemporáneo y alternativa a la vida en la ciudad.