La Lengua del alma | Crítica de Carmen González Llorca
04 nov 2023 . Actualizado a las 05:00 h.«¡Calladito estás más guapo!, ¡qué pesadito con el móvil!, ¡sigue, sigue, sigue dándole a la tecla, que está el horno para bollos!…». «Ni mu…». No han dicho «ni mu» los artistazos de la compañía Kulunka Teatro, que representaron en Carballo su obra Forever. Mucho contenido, mucha angustia, mucho sentimiento, mucha crítica… ¿Eran mimos? Pues tampoco, señores. Ni la voz ni la expresividad del rostro, claves en un actor teatral, fueron los emisores de este cúmulo de información, pues portaban unas preciosas caretas, rebosantes de humanidad.
Un escenario triple, giratorio, que nos permitía entrar en la casa de una pareja, con sus primeras ilusiones, sus primeras preocupaciones, sus heridas, sus caprichos (simpatiquísima la escena de la elección de la naranja o el plátano para la merienda del niño)… Echaba de menos los decorados en el teatro. Sí que me gusta la simbología que pueden llegar a alcanzar unas simples sillas o unas simples tablas en cualquier obra, que se metamorfosean en aquello que es preciso, pero esa habitación matrimonial, esa sala-comedor, ese cuarto eternamente infantil con su elefante de peluche… girando y avanzando en el tiempo como se suceden los días, los meses y los años en la vida de una familia, me encantó. Incluso la breve escena del Predictor, con la protagonista orinando en el váter y esperando, ansiosa, a ver qué ocurría.
Padre, madre e hijo, con diversidad funcional, representados por tres actores que se convierten, a mayores, en otros personajes. Me pareció originalísima la escena de la aparición, tras la cama del joven, de esas cabezas «asediadoras» de sus sueños, de esos «compañeros» (por llamarlos de alguna forma) que se burlaban de él en el colegio… Igualmente, las del padre o la madre representados, de forma simultánea, por dos de ellos, en secuencias ubicadas en lugares diferentes, pero vistos al mismo tiempo por el espectador.
Y la conclusión… La vida misma… Amor, sobreprotección, egoísmo, acoso escolar, sufrimiento de la madre, abandonada por su marido y «maltratada» por su querido hijo, pero… una simple mano sobre la pierna de este, cuya conducta respondería al pensamiento de Rousseau, según el cual el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad es la que lo corrompe, constituye el colofón de la obra. Una madre que, «hartita de todo», se convierte en la cena de Nochebuena en «un hombre orquesta» que, irónicamente, toca copas, platos, mesa, armario… para finalizar con dos tapas de tarteras, cual «platillos de una orquesta sinfónica»; una mujer que, a pesar de todo, seguirá siendo la madre de su hijo.