Personas con historia | Helena García Lorenzo es la voluntaria más antigua del Proyecto Hombre, al que accedió en agosto 1991
14 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Helena García Lorenzo nació en Ardaña tres meses antes de que se declarara la guerra civil española. De la parroquia carballesa era su madre, en tanto que su padre procedía de A Laracha. De su línea materna, terrateniente que hizo fortuna con la caña de azúcar en Cuba, heredó un extraordinario sentido de la caridad y la compasión, y de la paterna, el prestigio de un abuelo alcalde que, aunque murió con solo 35 años, tuvo nueve hijos y dio carrera a seis.
El 13 de agosto de 1991 una cuestión familiar la llevó a Proyecto Hombre y ahí sigue. La iniciativa dedicada a la recuperación de personas con adicción había nacido solo unos meses antes, por lo que Helena es la voluntaria más antigua y toda una autoridad. «Empecé limpiando los despachos de los educadores», recuerda y acabó yendo a congresos internacionales.
«El seguimiento familiar es un éxito, ayuda a mucho a los parientes porque pasas momentos muy oscuros. Colaborar, a mí me enriqueció mucho y, para mí, es mi segunda residencia, por no decir la primera», dice. «Me verás en la calle, con esos que andan tirados, que necesitan cariño, una mano amiga. Nunca recibí una mala palabra», explica. No exagera ni un poco.
«Un día estaba en la Dulcería Vella comprando pasteles y una chica que estaba allí me pidió dinero». La invitó a pasteles y allí nació a una relación que Helena fue fomentando porque la muchacha, que era de la zona, vivía en la calle con su pareja. «Peleamos muchísimo por ellos», recuerda. Los visitó en una casa en ruinas y coincidió allí con la Guardia Civil, que amenazó con esposarla creyendo que les había ido a llevar alguna sustancia. «Tenían un perro famélico que me llenó las piernas de pulgas», cuenta. El chico se las quitó de un manguerazo.
Un día que se hizo la encontradiza la pareja terminó cediendo. «Cogí un taxi y los llevé al Proyecto Hombre», explica. Sin embargo, no fue fácil. El carácter de ella desestabilizaba el piso de acogida por lo que Helena tuvo que acabar llevándosela a su casa. No sería la única persona drogodependiente que metería en su propio domicilio.
El joven juzgado por los militares
Una noche de tormenta apareció un muchacho alto. Acudió a cobijarse de la lluvia pero no había dónde meterlo. «Me lo llevé a casa», dijo ella sin pensar. Había desvalijado poco antes el pazo familiar. Lo trasladó a Santiago todos los días hasta que a las dos semanas le pidió que lo dejara en Bembibre. Lo convenció para que, al menos, fuera a Santiago. «Paré delante del centro y echó a correr. Después me enteré de que había estado en la cárcel y fue juzgado por los militares. No volví a saber más», señala.
La pareja logró rehabilitarse, pero perdió a otros por el camino hasta que se dio cuenta de que no podía recoger a todo el mundo en su casa. «Pensé que tenía que ayudar de otra manera», reconoce.
Empezó entonces a ir a la cárcel. «Iba con la abogada y de allí también se rescató a alguno», explica. Sigue con el voluntariado. «Es una satisfacción para mí, es algo que no soy capaz de dejar», explica. No es el caso de muchas otras personas porque lo que hacen falta son más manos para ayudar, ya sea para hacer recados y para tratar con las familias.
Todo este esfuerzo, al margen de la satisfacción personal y del agradecimiento de muchos, le valió ser nombrada Carballesa del Año en el 2003. Recibió la noticia estando en una congreso en las Palmas en el que participaban especialistas de 35 países.
No parará y tienen razones. «Esto mantiene la mente despierta», explica.
«Mi marido murió por una negligencia médica y le gané el pleito al Sergas»
«Ingresó un viernes y en vez de llevarlo a la zona de coronarias lo mandaron al Teresa Herrera. La médica que acudió dijo que quién lo había enviado no tenía ni idea y me recomendó que lo apuntara todo», explica. Esas horas fueron tremendas, pero Helena no se achantó en ningún momento ni ante nadie. «Mi marido murió por una negligencia médica y le gané el pleito al Sergas», recuerda. Es verdad que eso no quita el dolor de la pérdida, pero la alivia.
Helena le planta cara a cualquiera y son sonadas sus discusiones con Ramón Gómez Crespo, presidente del Proyecto Hombre. Ambos se respetan, pero chocan y ella enseguida le hizo saber de qué pasta estaba hecha. Combate y ayuda, parece ser su lema.
Estuvo también en el nacimiento de Vieiro, que fue en el seno de la parroquia. Ella y Fina Regueiro, que era profesora en Coristanco, le plantearon al cura, José García Gondar, la necesidad de una entidad para ayudar a tantos chicos y chicas con problemas, pero el estado de salud de la docente hizo que supieran del trabajo de José Manuel Vázquez Gómez y le expusieron el proyecto en el banco en el que trabajaba.
Lo único malo de hablar con Helena es que tiene mucha experiencia, y cuando dice que el problema de la droga, lejos de reducirse, se incrementa, hay que creerla.
También cuando se refiere a la crisis. «Yo vi llorar a la gente de hambre», dice refiriéndose a la posguerra. Recuerda a su abuela y su caridad. «Hay que hacer las cosas con la máxima humildad, sin rebajar a nadie. Bastante dolor es estar a las puertas de Cáritas esperando a que te den un paquete», dice.