Liller Alexander: «Desde enero he participado en una media de un funeral o entierro diario»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

BASILIO BELLO

Persona con historia | El cura de siete parroquias de Cabana eligió Galicia tras unas vacaciones

27 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Liller Alexander Carrillo Delgado (Trujillo, Venezuela, 1976) nació un 25 de julio y pidió ser destinado a Galicia tras unas vacaciones en Sanxenxo. Tiene a su cargo siete parroquias del municipio de Cabana y colabora con otros sacerdotes de la Costa da Morte. La edad media de su feligresía es muy elevada y eso hace que los oficios más frecuentes sean las exequias. «Desde enero he participado en una media de un funeral o entierro diario», dice. «El domingo pasado, en Canduas, en la misa de la Pascua, a causa de tanta inercia y tanta costumbre me pongo el ornamento morado y salgo de la sacristía. Yo creo que nadie se dio cuenta, pero lo vi yo. Pedí disculpas a la gente, me volví y me cambié», explica.

Las características de sus parroquias hacen que su labor poco tenga que ver con poner en marcha proyectos. Es más bien de mantenimiento de lo que hay y, de momento, está satisfecho. Todos los años se va de vacaciones a su pueblo, a ver sus padres. Se marcha a finales de diciembre y regresa en enero. «El primer año todos los feligreses se sorprendieron cuando volví, el segundo año algunos daban por hecho que no regresaría y al tercero ya daban por seguro que estaría de vuelta. Ahora ya ni se lo preguntan», dice.

Llevar tantas parroquias deja muy poco tiempo libre al sacerdote. «Cuando tengo un día de descanso me siento extraño», explica. Se ha adaptado a hacer muchos kilómetros en coche y a trabajar constantemente, pero también se entretiene en su tiempo libre. Se confiesa muy aficionado al dominó, al que también jugaba en su Venezuela natal. Ahora lo hace en As Revoltas y va cambiando de compañero. Reconoce que riñen algunas veces cuando juegan mal. «Yo creo que el 90 % de los enfados me los llevo yo», dice.

Liller Alexandre es el mayor de seis hermanos. El padre era vigilante de dependencias del Gobierno, y la madre, ama de casa. No se trataba de una familia religiosa, «eran totalmente distantes», pero de su pueblo, donde empieza la cordillera andina, salieron cuatro sacerdotes y un obispo. Llegó a España para hacer el posgrado en Navarra y después pasó unas vacaciones en Sanxenxo. Fue después de eso cuando decidió pedir destino en Galicia. Hace justo un año que depende de la Diócesis de Compostela.

Sus padres no querían que fuera sacerdote, ni siquiera que estudiara en el seminario menor pero él estaba convencido, más por estar con sus amigos y por el interés que le despertaban los estudios que por una vocación religiosa muy clara.

Su ordenación, de la que pronto se cumplirán 21 años, fue una fiesta, como se estila en su lugar de origen. Cree que eso motiva una gran vocación en los jóvenes, que, por lo que dicen, son muchos. De hecho, en algún momento en su parroquia natal llegó a tener una treintena de monaguillos. En Cabana tiene un buen equipo, dice, que apenas son una decena.

Llegó a Cabana en el 2019 y casi de golpe se encontró con el Berro Seco, instituido por Saturnino Cuíñas. Reconoce que no tuvo ningún problema por hacer suya esta tradición que se vio suspendida por la pandemia.

Se encontró en la zona de Cabana con un paisaje muy distinto al de su pueblo natal, el pequeño San Lázaro. Explica que allí apenas hay dos estaciones, la seca y la húmeda y que él ahora viaja cuando no hay lluvias.

De los gallegos dice que son «un poco introvertidos, cerrados». «Al principio sientes que te observan, te analizan, te pesan, te estudian... Pero cuando ha pasado este período y te ofrecen su amistad ya sabes que es para toda la vida y te dan todo», dice.

Viaja a ver a sus padres porque no quiere arrepentirse después de no haber pasado tiempo con ellos.

«En la pandemia me daba una vuelta cuando iba a tirar la basura por si podía ver a alguien»

A Liller Alexander le pilló el confinamiento casi acabado de llegar a Cabana. Pasó el encierro solo y reconoce que fue una prueba difícil. Le ayudó pensar cuánta gente se había quedado en su misma situación. «En la pandemia me daba una vuelta cuando iba a tirar la basura por si podía ver a alguien», explica. Reconoce que tiene un contenedor delante de su casa, pero cogía la bolsa e iba a buscar el más lejano que podía por si se daba la circunstancia de que cruzaba con alguna persona. No ocurrió casi nunca.

De Galicia le ha llamado la atención el carácter de la gente, muy alejado del de los vecinos de su estado natal. También el paisaje. «Aquí todo el tiempo está verde. Allí solo hay dos estaciones. En el invierno llueve constantemente y también hay vegetación, pero en verano está todo seco», explica.

Tampoco se parecen las celebraciones religiosas. Allí, explica, hay música de guitarras, coros juveniles e incluso algo de baile. Las iglesias son grandes y hay muchos niños en ellas. Nada que ver con los templos pequeños de la zona rural que le corresponde, en el municipio de Cabana o en los ayuntamientos de los alrededores.

Pero lo que casi llevó peor fue lo de la comida. «No deja de ser extraña», señala. Le chocó sobre todo por la diferente sazón. «Tengo el picante encima de la mesa constantemente. Se lo echo a todo», explica.

Al margen de todo ello, dice haberse adaptado muy bien y lo cierto es que tiene la intención de quedarse bastante tiempo, o para siempre, algo que todavía les choca algo a los propios vecinos de Cabana.