Las visitas pastorales con indicaciones para las mujeres jóvenes

Luis Ángel Bermúdez LAS HUELLAS DE LA RELIGIÓN

CARBALLO

24 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Una visita pastoral puede definirse como la inspección que lleva a cabo el obispo, o un delegado en su nombre, a las distintas instituciones o parroquias que forman su diócesis con el fin de conocer de cerca y controlar la forma de vida de sus clérigos, el sistema de creencias y las costumbres de los fieles, censurando todo aquello ajeno a la ortodoxia católica. Los obispos no solo revisaban el aspecto espiritual, sino que dedicaban sus esfuerzos a un examen pormenorizado de lo temporal y material, especialmente del estado de los lugares de culto. La temporalidad de las visitas pastorales varió a lo largo de la historia ya que, por ejemplo, en el Sínodo de Compostela de 1390 se estableció la cifra de un año para que el obispo visitase toda la diócesis. Sin embargo, actualmente, con la renovación de la legislación eclesiástica, el Código de Derecho Canónico de 1983 establece que el obispo «tiene la obligación de visitar la diócesis cada año total o parcialmente». De las visitas pastorales salen una serie de informes que eran custodiados tanto en el archivo parroquial, copiados en los distintos libros, así como en la curia diocesana; mediante ellos podemos conocer, primeramente, el estado de las iglesias en tiempos de la consecución de la misma. Por ejemplo, durante la visita de 1817, la iglesia de Sísamo «se ha reedificado poco tiempo hace, de paredes y todo el techo hasta la frontera, la que por falta de caudales dejó también de reedificarse», o el estado de la iglesia de Sofán en la visita de 1742, cuya «capilla mayor nueva espaciosa con retablo nuevo y bueno, está fayada como el cuerpo, tiene tres cálices el uno dorado, viril, incensario, naveta de plata y vinajeras de plata».

Aparte de aquellas medidas dedicadas al estado de la iglesia y del culto, encontramos una serie de mandatos centrados tanto en la vida de los clérigos como de los propios fieles; en esa misma visita ocurrida en 1742 en el arciprestazgo, encontramos una serie de medidas comunes, dictadas en todas las parroquias como se recoge en el archivo de Sísamo: se prohibía «la concurrencia a molinos, hiladas y panderadas para lo cual se le conceda jurisdicción», «que ninguna mujer se ponga encima de las tarimas de los altares ni sobre estos pongan los hombres monteras, sombreros, ni otra cosa pena de cuatro reales de multa aplicados a la luminaria del Santísimo Sacramento» o «que el cura no consienta moza alguna soltera a solas en casa separada, obligándolas a que vivan con gente sin sospecha o a servir; y no ejecutando uno u otro se da comisión a dicho cura para que auxiliado de la justicia secular, la eche fuera de la feligresía» (visita pastoral a Oza, 1764). Aparte de censurar los bailes y las actitudes poco ortodoxas del pueblo, otro de los acontecimientos que desesperaban a los clérigos que presidían las visitas pastorales eran las ferias; así, en la del 28 de agosto de 1726 a Cances, el arzobispo Miguel Herrero de Esgueva indica: «Igualmente su Ilustrísima está informado que se ha introducido de poco tiempo a esta parte una feria junto a la iglesia el tercer domingo de cada mes y con esta ocasión se vende y compra dentro del atrio y aún dentro de la misma iglesia profanándola con repetidas irreverencias, y haciendo graves ofensas a Dios. Manda su Ilustrísima no se haga dicha feria junto a dicha iglesia sino fuera del atrio a veinte pasos de distancia de él en circunferencia y que no sea en domingo ni en otro día de fiesta sino en día feriado y de trabajo para evitar los referidos inconvenientes y que se quede mucha gente sin oír misa como ha sucedido hasta ahora».

Algunos visitadores, con gran sensibilidad, incluyen también descripciones de las zonas que inspeccionan o, del mismo modo, tradiciones orales; uno de los visitadores más famosos es Jerónimo del Hoyo, que recorrió la diócesis a principios del siglo XVII y, las parroquias de Bergantiños, en el año 1611. Jerónimo del Hoyo al comentar la fundación de la ciudad de A Coruña, incluye esta nota que afecta a la comarca: «Otros dicen que unos franceses llamados vergantes, los cuáles después se metieron la tierra adentro donde ahora llaman arciprestazgo de Bergantiños y esta ciudad se quedó con el nombre del puerto de Bergantiños y lo conservan hoy en día algunos naturales».

Escándalos

Otro de los puntos clave en los informes era la inspección de la vida de los clérigos; se le ordenaba que, aparte de celebrar decentemente los cultos, explicasen «la doctrina cristiana los días festivos con palabras acomodadas al estilo del país» o «que bajo la misma pena ninguno exorcice sin expresa licencia por escrito de S.S. I. el Ilmo. Sr. Arzobispo» (Sísamo, 1752). Para evitar males mayores, se les prohibía a los párrocos que fuesen «a comer a las bodas sino que sea una casa particular» (Oza, 1764) o «que bajo la misma pena (excomunión) ningún eclesiástico entre en tabernas a comer, ni beber con hombres, ni mujeres, ni aún solos; a excepción de los que vayan viajando»; era necesario evitar escándalos, como los que producía el cura de Bértoa en 1817, Simón Antonio Godoy y Castro. Este sacerdote era natural de Santa María de O Porriño (diócesis de Tui), donde había nacido en 1752, y que había accedido a ser párroco de Bértoa en 1784. Este clérigo no gozaba de mucha popularidad ni entre sus compañeros en el presbiterado ni entre sus feligreses: «Infamado en todo Bergantiños con su criada conocida y llamada la vizcaína (…) se puso a bailar en la feligresía de San Juan de Carballo (…) no reza el oficio divino. (…) Pasa de veinte años que no celebra misa alguna, si bien en la actualidad está impedido de las manos. (…) Variaba la forma del bautismo (…) predicaba desatinos (…) que en tales ferias había cometido graves excesos dando golpes a fulano y fulano que siempre estaba en continuos pleitos con sus feligreses (…) según él mismo decía y que en su parroquia era dueño despótico (…) omitía parte de la Misa siempre que celebraba».