«A mi modo de ver, el Camino va bien, pero conozco a gente que dice que no. Hablan de turigrinos, palabra que no me gusta, de coches de apoyo, transporte de mochilas... Sin embargo yo creo que todo el mundo tiene derecho a disfrutar del Camino, y como cada uno lo haga es asunto suyo. Cada peregrino es un mundo, cada peregrino es un Camino, siempre respetando unas normas, claro», reflexiona. Picaresca la hay, eso sí. Con su experiencia, Lazaga habla de que el Camino tiene una «energía» que se inocula: «La ruta de senderismo no tiene un fin, un motivo, le falta esta chispa».
Más allá de la religiosidad, que no es su caso, dice que en la ruta pueden hallarse muchos atractivos, y que sigue habiendo hospitalidad. Él, que no es religioso, ha dormido en iglesias: «Nadie me ha preguntado por mi religión para ayudarme, solo veían a un peregrino». No rechaza a aquellos que consideran el Camino una vía económica, sin coste elevado, de hacer turismo («tienen el mismo derecho a hacerlo») ni rechaza tampoco la proliferación de rutas que buscan ser reconocidas: «Los puristas pensarán lo contrario, aludirán al sustento histórico... pero yo estoy encantado. Al final, el Camino empieza en la puerta de casa de cada uno». En su peregrinar, un chusco de pan duro, o un trago de agua de una fuente, le han sabido a gloria. Prefiere caminar solo: «Las decisiones que tomas tú, las 24 horas, son tuyas».