Carlos, de la funeraria Costa de Baio: «Atrás, na moto, unha muller levaba na cabeza unha maleta cas cousas do velorio»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

ANA GARCIA

Personas con historia | Cuando empezó el dueño de Pompas Fúnebres Costa había pocas carreteras en la Costa da Morte

03 feb 2022 . Actualizado a las 04:29 h.

Carlos Rodríguez (Baio, 1941) fue carpintero, como su padre y su abuelo, «porque a caixa facíase no momento». Al igual que sus antepasados, a lo que realmente dedicaba sus esfuerzos era a la realización de ataúdes, una labor que había de derivar en lo que hoy es la Funeraria Costa, a cargo ahora de la cuarta generación. Hasta llegar al tanatorio, el segundo abierto en la comarca, este zasense nacido la víspera del día de san Pedro y san Pablo, anduvo por las casas de sus clientes, atendiendo las necesidades mortuorias en los domicilios, recorriendo kilómetros por caminos prácticamente intransitables.

«Atrás na moto, unha muller levaba na cabeza, nunha maleta, o do velorio», explica. Eso incluía los candelabros, entre otros objetos, lo que llevaba a que el paquete llegara a los 30 kilos. Con el tiempo, prescindió de la señora, cuyo único cometido era sostener en equilibro la carga, porque en cuanto llegaban a la casa del finado ella se marchaba andando y él se ponía a la tarea de convertir el dormitorio o el comedor en un tanatorio. Colgaba mantones y otras piezas de tela negra, el mismo color con el que su madre tapizaba las cajas de madera que elaboraba su padre.

Como el ataúd no se fabricaba hasta que el cliente había fallecido, «non daba tempo de pintalo», por lo que se recurría al tejido. Toda esa escenificación del duelo incluía una corona, también negra, «de plumas naturais. Demasiado bonita para o que era». Evidentemente, se recogía en cuanto el difunto abandonaba el domicilio para no volver, como el resto de los bártulos. Entre los elementos tradicionales del duelo de esa época estaban las plañideras. «En canto eu remataba de montar todo, como se tiveran una chave de contacto, elas empezaban a berrar e a chorar, tapadas da cabeza aos pes, non se lles vían máis que os ollos», recuerda.

Cuando las flores empezaron a desplazar a las plumas en homenaje a los difuntos, Carlos Rodríguez y su familia encargaba los arreglos en una floristería de la calle Panaderas de A Coruña. «Chamabamos pola mañá e pola tarde chegaba no autobús», explica. Para entonces, ya habían pasado los peores tiempos, cuando no había más que malos caminos para desplazarse. Recuerda que entre O Mosquetín, donde están los batáns, y la parroquia de Salto, en Vimianzo, no había una sola pista por la que pudiera circular un coche, por lo que no quedaba más remedio que ir en moto, como Carlos Rodríguez, a caballo o andando, el medio que empleaban los enviados por la familia para comprar la caja. En algunos puntos, el paso era tan estrecho que solo podían llevarla dos hombres.

Carroceta

Con el tiempo, la maleta se ató a la moto y, más tarde, compraron una carroceta del ejército, algo que también tenían los aserraderos. Se trataba de un vehículo en el que «tiraban as catro rodas». «Foi un avance moi grande», dice Carlos Rodríguez.

Asegura que en aquellos primeros años de profesión vio muchas cosas. Era bastante habitual todavía encontrar viviendas en las que el bajo estaba cubierto de tojo. «Había que entrar na casa pola cañeira dos animais», señala, pero todo empezó a cambiar cuando hicieron la carretera de Baíñas.

También fue sacristán, empezó cuando había un cura en cada parroquia y en los funerales los vecinos competían por la cantidad de sacerdotes que participaban en el oficio, que empezaba a las diez de la mañana y solía prolongarse hasta casi la una de la tarde. Una de sus labores consistía en alimentar a los oficiantes y para ello se turnaba con un compañero en ir a buscar cafés y desayuno a la casa rectoral, enfrente de la iglesia. «Non parabamos, un ía e outro viña e os curas mentres uns cantaban, outros merendaban», rememora.

«En emerxencias son 15 Tango 305 e no particular, A1 Gol Gol Charly»

Carlos Rodríguez es radioaficionado desde 1985 y tres años después se incorporó a Protección Civil. «En emerxencias son 15 Tango 305 e no particular, A1 Gol Gol Charly», explica. En ese mundo particular se emplean pocas palabras, lo que permite que haya comunicaciones con distintos países. De hecho, de los mejores amigos que el propietario de la Funeraria Costa ha hecho a través de las ondas son de Canadá, aunque nunca los ha visto en la realidad.

Como ocurre ahora con los grupos de Whatsapp, «algúns falamos e outros non din nada. Tes que ter coidado co que dis porque non sabes quen está aí». De hecho, explica que cuando se despide utiliza el código, que es el 73, pero añade saludos también «para as orellas que están na escoita», aunque suele terminar con un 53, que significa «cariños para todos».

Cuestiones técnicas

Lo introdujo en ese mundo un primo y ahí sigue, siendo una de las casi treinta personas de la zona que están constantemente conectadas. Aunque los encuentros se centren en cuestiones técnicas, para hablar de antenas o electrónica, también hay tiempo para el trato humano. Reconoce que encuentros hay pocos, aunque recuerda a dos radioaficionados argentinos que iban a ir a Fisterra y con los que sí se vio las caras.

También rememora su primera emergencia, que fue con motivo del Casón y la evacuación a la que dio lugar. Al margen de eso, no hubo otros hitos en su carrera, más que algún pequeño accidente o una cuestión similar.

Reconoce que a nivel de pasatiempo se ha convertido en algo muy entretenido a lo que dedicarse después de dejar la carpintería hace casi 20 años.