Una comarca de caminos, de peregrinación y de admiración, que desde luego motiva también viajes gastronómicos, pero eso daría para muchas letras más. Diez casillas para dejarse caer en este juego de descubrir que, teniendo tiempo, podría alargarse sin dudar.
Mar e interior
La propia Muxía, o incluso Carballo, con una costa excelsa y un interior que obsequia paradas como las cascadas de Entrecruces o Rus, son de esos concellos minados de riqueza para el visitante. En A Laracha pasa lo mismo: si atractivo es Caión, con su pasado ballenero, no menos lo deja de ser el monasterio de Soandres, uno de los grandes cenobios de Bergantiños. Vigías en muchos sentidos, los faros de la Costa da Morte van mucho más allá de Vilán o Fisterra: alcanzar O Roncudo es una experiencia y en Punta Nariga (Malpica) hallará el más joven, inaugurado en 1998 y diseño de César Portela, pero enclavado en un entorno rocoso y acantilado que guarda secretos de mucho tiempo atrás. También grabados.
Dicen que aquí los vientos celebran asambleas y se reparten los mares. Quedan ecos de ermitas desaparecidas y batallas. Parece que uno pasea entre seres mitológicos, sensación que el visitante también tendrá si se interna en los Penedos de Pasarela y Traba, un museo pétreo al aire libre a caballo entre los concellos de Vimianzo y Laxe, con varias rutas señalizadas y paisaje protegido sin igual. Ni en la Costa da Morte ni más allá.
Árboles centenarios, jardines que son sueños como el del instituto Fernando Blanco, puentes que permiten transitar entre la historia y la belleza, soutos, carballeiras, paseos fluviales, templos, pazos, museos y templos artesanos, furnas de mil colores como la de As Grallas... La Costa da Morte siempre da para más.