Daniel Fidalgo Antelo: historia de raíces y desmemoria

Natalia Lema Otero

CARBALLO

Josefina Fidalgo Antelo, bisabuela materna de la Natalia Lema, era una de las hermanas de Daniel. Ella tuvo cinco hijos y también murió tempranamente.
Josefina Fidalgo Antelo, bisabuela materna de la Natalia Lema, era una de las hermanas de Daniel. Ella tuvo cinco hijos y también murió tempranamente.

CRÓNICA FAMILIAR | Estaba en Francia antes de estallar la Segunda Guerra y acabó muriendo en un campo de concentración de Austria

15 may 2021 . Actualizado a las 10:42 h.

Dicen que la memoria es un ente tan frágil que es capaz de amoldarse a las mentiras hasta convertirlas en, al menos, medias verdades. El 9 de agosto del 2019, el Estado Español publicaba en el Boletín Oficial del Estado la relación de nombres y apellidos de los 4.427 españoles fallecidos en los campos de concentración nazi. Apátridas y parias en su momento que murieron fatídicamente tan lejos de sus hogares. Siendo sinceros, la memoria histórica no ha sido ni es uno de los grandes hándicaps de nuestro país, parece que cualquier tema es de mayor prioridad y relevancia, aun siendo nuestra nación una de las que más desaparecidos alberga de toda Europa. Quizás también yo tenía la misma perspectiva polarizada del tema en aquel entonces.

La casualidad hizo que en aquellos días viese en las redes sociales una publicación del historiador Luís Lamela, haciendo hincapié en los represaliados oriundos de nuestra zona geográfica. Imposible no detener la mirada en un nombre: Daniel Fidalgo Antelo, nacido en Castrarón el 21 de marzo de 1913.

Tanto un apellido como el otro han sido durante mucho tiempo legado en nuestra familia y, conociendo de antemano que mis abuelos eran de San Tomé dos Vaos, no pude sino albergar la esperanza de que hubiese algún lazo sanguíneo entre este hombre y nuestra prole. Hablé con mi abuelo y el me dio señas de que le sonaba el nombre, que quizás era algún primo lejano. Más tarde, lo comenté con Roberto Roget, descendiente también de la parroquia mazaricana antes de la diáspora. Me derivó a Voces e Nomes, una base de datos especializada en facilitar el acceso a la investigación de la represión en la Guerra Civil.

Hace un tiempo, revisando viejos papeles y escrituras en mi casa, descubrí un párrafo arrollador: «Don Manuel Otero sin segundo, viudo de Doña María Josefa Fidalgo Antelo y vecino del lugar de Castrerón, parroquia de Baos, en el ayuntamiento de Mazaricos. No exhibe Documento Nacional de Identidad, por manifestar que carece de él en el acto». Esta era sin duda la confirmación de que Daniel era hermano de Josefa, mi bisabuela materna. Con la ayuda de estos indicios, pude hablar distendidamente con un primo de mi abuelo que sí tenía presente en sus recuerdos los rescoldos del pasado. Daniel era tío de ambos, todos pensaban en la familia por aquel entonces que estaba en Francia, antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, sin saber nunca lo que verdaderamente le había ocurrido a posteriori. Él era el número 5910, marca inequívoca de una barbarie que aún acongoja tantos años después, con la visión que proporciona el paso del tiempo y la distancia.

Nunca lograremos saber si Daniel, el tío de mi abuelo, fue un republicano que murió por sus ideales o si, simplemente, ha sido un daño colateral de los que arrojan las guerras con sus debacles y hecatombes. Estar en el lugar y en el momento equivocados.

No queda ni una fotografía de cómo era, ni nunca sabrá de los cinco hijos que tuvo su hermana, que también murió tempranamente: Manuel, Malvina, Carmen, Lola, Dorinda y Herminio. Tan solo queda una acta de defunción amarillenta, escaneada y de acceso público que constata que un día existió, que fue persona. Tampoco las instituciones y los consistorios locales se han dignado a homenajear la memoria de sus paisanos. A nadie le interesa. Quizás este sea el único homenaje póstumo que reciba en este país que no honra ni a sus propios muertos, condenándose así de motu proprio a poder repetir los errores pasados.