Victoria Claudia Ciure: «Cuando llegué al faro de Fisterra, lloré»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Ana Garcia

Nació en Rumanía, pero por razones familiares ostenta una doble nacionalidad rumana, por parte de padre, y húngara, de madre. Ahora es vecina y empresaria de Fisterra, a donde llegó caminando y donde quiere quedarse para siempre. Cree que la localidad ofrece numerosas oportunidades para los emprendedores

29 abr 2021 . Actualizado a las 15:11 h.

Victoria Claudia Ciure se llevó una decepción cuando se plantó ante la catedral de Santiago tras andar durante semanas desde Saint Jean Pied de Port, uno de los arranques clásicos de la ruta francesa. «Esperaba algo, pero no pasó nada». Se rehízo y se dijo a sí misma que quizá lo importante no era el final, sino el Camino en sí, toda la gente que había conocido y las experiencias que había vivido. Pero el fin sí que tenía, en realidad, importancia, lo que ocurre es que todavía no había llegado a él. Cuando lo hizo todo cambió.

Esta mujer menuda y muy rubia es rumana por parte de padre, húngara por parte de madre y fisterrana por voluntad propia. Tomó esta determinación cuando llegó caminando también al cabo. «Cuando vi el faro de Fisterra, lloré», recuerda. Todo lo que no sintió ante la catedral se le vino encima en ese momento y tomó la determinación de quedarse porque sintió que estaba en casa.

Para ella, Fisterra «es un mundo mágico», pero real al mismo tiempo, en el que es necesario ganarse la vida. Cuando se planteó quedarse tuvo claro que no podía trabajar para otro. En Hungría era responsable de la empresa y esa impronta emprendedora se la trajo en algún rincón de su mochila de peregrina. Abrió una tienda de artesanía y regalos poco antes de la pandemia y desde entonces se ha mudado a un local que es tres veces más grande que el original. «Siempre empiezo algo cuando hay una crisis», dice. No le fue nada mal en la del 2008 y el mismo resultado parece estar teniendo ahora. A pesar de que Fisterra apenas recibe visitantes, ella considera que la suerte le sonríe y que está muy bien posicionada para salir adelante. Solo tiene que esperar un poco. Ahora mismo es casi la única que puede abastecer de recuerdos a los viajeros que acudan a la localidad y ella sabe que son muchos. De hecho, reconoce que no le fue nada mal en los tres meses de verano.

Su Camino se inició en el 2017 cuando recibió una videolamada de un amigo húngaro desde el cabo de Fisterra. Ella ni siquiera había oído hablar de la localidad. Cuando él regresó le regaló por su cumpleaños la concha de peregrino con la que había hecho el recorrido y le habló de la vivencia. Ahí empezó a tomar forma la idea de realizar el recorrido. Fue entonces cuando le diagnosticaron un tumor en la piel cuya naturaleza no estaba clara, pero cuyo tratamiento que la dejó en 48 kilos y casi calva. Fue quizá el empujón que necesitaba para un viaje que había de cambiarle la vida.

Arrancó su ruta a mediados de junio en un día frío y muy lluvioso. Había llegado al punto de inicio en autobús y tren desde Barcelona, y a la capital catalana, en avión desde Budapest. Reconoce que la primera semana fue un auténtico infierno. «Una noche me dije a mi misma: no hay más. Quería morir. Físicamente estaba desecha, pero cada mañana me levantaba y seguía», recuerda. Fue tras una misa del peregrino en una iglesia cuyo nombre ya ni recuerda cuando llegó al fondo, al límite, pero a partir de ese momento, todo fue hacia arriba. «Cada día tenía más fuerza y al cabo de dos o tres ya me encontraba perfectamente para seguir caminando hasta Santiago», recuerda.

Lo de Fisterra fue cosa de un compañero italiano que encontró en un albergue y con el que hizo buena parte del viaje. Al llegar a Compostela le propuso continuar. «Yo tenía días libres de sobra y como conseguí disfrutar caminando y no tenía dolor decidí continuar». Lo curioso, por cosas del idioma, es que a ella ni se le había ocurrido que el lugar donde iban a terminar el recorrido era el mismo desde el que le llamó su amigo unos meses antes. «Uno hablaba de Finisterre y el otro del fin de la tierra. Creí que eran lugares distintos», dice.

Ana Garcia

«Estudié dos años de Teología hasta que me di cuenta de que me iba más lo comercial»

Victoria Claudia nació en 1984 en Rumanía, pero ha vivido la mayor parte de su vida en Hungría. La crio su abuela, que era bastante religiosa, pero no fue ese motivo el que la llevó a emprender el Camino. De todos modos, explica que estudió dos años de Teología hasta que se dio cuenta de que le interesa más el márketing y todo lo relacionado con las ventas. Coincidiendo con la crisis del 2008 vio la oportunidad de montar una comercializadora y distribuidora para una empresa que se dedica a fabricar productos relacionados con la salud, desde maquinaria hasta alimentación. No le fue nada mal y llegó a dirigir la oficina con más ventas de toda Hungría, lo que le ha permitido tener cierto colchón para su cambio de vida. La vendió en el 2018, poco antes de emprender su última aventura.

Reconoce que al principio le costó adaptarse a Fisterra. No conocía el idioma y ahora habla un castellano muy mezclado con italiano, que se parece mucho a los intentos que hacen los españoles de entenderse durante las vacaciones en Roma o en Venecia. De gallego, apenas nada. «Me parece muy difícil», dice.

La barrera de la lengua no es la única que ha tenido que superar. Explica que las gestiones se le hacen demasiado complicadas y los trámites excesivamente lentos. «He tenido que acostumbrarme a la Administración y había muchas cosas que no sabía», explica. A pesar de todo, no hace más que invitar a Fisterra a todos los que le preguntan cómo es la vida al final del Camino. «Les digo que vengan, que hay muchas oportunidades, muchas cosas por hacer», explica. Ella ha encontrado su destino.

JANET GONZALEZ VALDES