Soledad Vidal, soprano de Camelle: De las razones de mi viaje

soledad vidal devesa

CARBALLO

SANTI XANDER

En primera persona | El escenario es un enorme catalizador de fantasmas. La entrega a vivir la música, en mi caso, me sigue ofreciendo el regalo de poder trascenderlos

07 mar 2021 . Actualizado a las 14:53 h.

Sobre  o porqué deste relato en castelán, quero aproveitar esta ocasión que se me brinda para dicir o seguinte: son bilingüe. Falo galego e castelán tódolos días, indistintamente. Este conto brotou de maneira natural en castelán e, por riba de todo, quero respectar a liberdade artística da obra. Non concibo as linguas como armas ideolóxicas, senón como expresións culturais. Benvidas sexan todas! Isto aprendino dun home sabio que me ensinou o significado máis profundo da liberdade, por iso este relato vai por ti, Francisco Devesa Martínez, meu querido tío. «Las puertas de la mente se abren desde dentro» (A. V. Humboldt).

Comenzaré por el final. Cerré los ojos y me dejé llevar… Allí no existe el tiempo ni el espacio, ni siquiera yo soy quien soy; en realidad, no importa cuál es mi nombre ni mi identidad. Allí uno se encuentra suspendido en la eternidad, como el astronauta que flota plácidamente en el hiperespacio. La música une los antagónicos del mundo y para quienes la vivimos, la sentimos y nos entregamos a su magia, reconcilia los opuestos que nos pueblan. En definitiva, la música y el amor tienen el mismo origen. Cuando abrí los ojos, allí estaba, en el escenario y después de haber hecho un viaje tan largo, comprobé para mi sorpresa que en realidad, nunca me había movido de allí.

El laberinto del rey Minos

Siempre he sentido una enorme curiosidad por descubrir la sabiduría que encierran los mitos y, en especial, el del laberinto que hizo construir el rey Minos en Creta. Su misterio me atraía, pero no parecía que bastase con usar la lógica ni la razón para descifrarlo. ¿Qué mensajes ocultos encerraba? ¿Cuál era el conocimiento universal que representaba? Me hacía estas preguntas mientras, sin ser muy consciente de ello, recorría ya una de sus galerías. Se decía que en su interior vivía un ser monstruoso, mitad hombre-mitad toro. En la historia del mito, Teseo ?con la ayuda de Ariadna? se adentra en el laberinto y mata al Minotauro. Pero ¿qué hacía yo allí? ¿No lo habían matado? ¿Para qué estaba en ese lugar? Una verdad nueva y a la vez antigua se presentaba ante mí.

Por una parte, tenía la fuerte intuición de que la misión en ese laberinto solo a mí me concernía, pero, por otra, me sobrevino la certeza de que esa experiencia venía repitiéndose a lo largo de toda la historia de la humanidad que -como en bucle- dibujaba la propia forma del laberinto. Tenía que tomar una decisión crucial. Me encontraba a pocos pasos de una de las salidas. Podía irme y nadie lo sabría, nadie me acusaría de haber sido la cobarde que pudo haber acabado con el Minotauro y no lo hizo.

Durante horas, la duda se apoderó de mí. Un impulso indescifrable me empujaba a adentrarme por sus galerías, escaleras y pasillos, aun a riesgo de perderme. Cuando parecía que me había decidido a caminar, de pronto los vi: cadáveres apilados en aquel corredor oscuro. Un miedo cerval me paralizó. Tarde o temprano me encontraría con ese ser del inframundo y tendría que enfrentarme a él. Lo habían hecho ellos y así habían acabado, quizás devorados por la bestia. Ya había anochecido, el cansancio y mi indecisión hicieron que me acurrucase contra uno de sus muros y, de puro agotamiento, me dormí.

El día siguiente amaneció luminoso, y lo cierto es que aquel lugar ya no parecía tan aterrador. Me autoconvencí de que si estaba allí debía proseguir el viaje y llegar hasta el final de la misión que, por alguna razón que desconocía, la vida me había conducido a trascender. Muy al contrario de lo que pueda parecer, os contaré que las vivencias en el laberinto fueron, en su mayor parte, placenteras.

Recuerdo haberme reído a carcajadas en la sala de los espejos, maravillarme con las figuras que formaba la luz entrando por los orificios del templo, recorrer sus galerías inmensas y observar con admiración sus bóvedas repletas de frescos multicolores. Había fuentes en las que me refrescaba a menudo, bibliotecas infinitas y hasta árboles frutales; el laberinto no tenía fin. Pronto advertí que era imposible conocerlo completamente y llegué a la conclusión de que el laberinto era un lugar cuyo interior se creaba a la medida del que lo habitaba.

No sería honesta si no os confesase que también hubo atardeceres tristes y que muchas veces sentí miedo por los ruidos nocturnos porque sabía que tenía que mantenerme alerta. Guardaba cada rama, palo, piedra o instrumento que pudiese utilizar como arma frente al Minotauro. Los días pasaban y a pesar de que la inquietud iba creciendo, ya me sentía preparada para la lucha. Tenía que acabar con él y con ello, por fin, liberarme.

Aquella tarde era tranquila así que bajé al pozo. Subía el caldero cuando, de pronto, sentí su aliento en mi nuca. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo y comencé a temblar. El brillo de uno de sus cuernos se reflejó en el agua y tuve la certeza de que era él. Estaba perdida. No llevaba conmigo las lanzas y piedras que había preparado. En segundos tuve claro el plan: lo golpearía con el cubo y lo tiraría a lo más profundo del pozo. Lo haría y todo acabaría para siempre.

Me giré con rapidez y por fin lo vi. No, aquella no era la imagen del monstruo que yo había imaginado, ni se parecía a la bestia cuyas historias había oído durante años. Su imagen, que en un principio se me presentó borrosa, fue haciéndose cada vez más nítida hasta que todo se evidenció: aquella imagen era yo misma. Me quedé petrificada. Su rostro reflejaba inocencia y su mirada desprendía ternura. Me inundó una profunda sensación de plenitud y libertad. Quise abrazarlo, pero al intentarlo -como una nube de humo- se esfumó. Entonces supe que aquellos cadáveres nunca habían llegado a encontrarse con su sombra y que, probablemente, habían muerto desesperados y enloquecidos tratando de encontrar la salida del laberinto. Al fin entendí el sentido de mi viaje y recordé aquella frase: «Todo aquello que no se mira se protege».

Cuando la oscuridad del escenario se fue disipando, pude ver las caras del público y de nuevo me encontré en sus miradas, que me devolvieron el mismo brillo de libertad que había visto en el Minotauro. La mente humana entierra en su interior miles de fantasmas, el escenario es un enorme catalizador de todos ellos y la entrega al viaje de vivir la música, en mi caso, me sigue ofreciendo el regalo de poder trascenderlos. En cada actuación, el artista revive este apasionante viaje.

DNI

Licenciada en Derecho por la facultad de Santiago de Compostela, interventora de administración local en excedencia voluntaria y titulada superior en canto por la Escuela Superior de Canto de Madrid. En la actualidad, está dedicada plenamente a la música. La soprano de la Costa da Morte, nacida en Camelle (Camariñas), cuenta con una amplia experiencia teatral y musical. En los últimos años actuó en numerosos recitales, zarzuelas y óperas de diferentes ciudades españolas. Ahora está llevando a cabo, junto con el pianista Aurelio Viribay, el proyecto de canción lírica gallega «O son da palabra galega», en diferentes salas y escenarios del territorio nacional.