Valentín Costa: «Me hice detective porque siempre me gustó, es algo vocacional»

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Ana Garcia

Personas con historia | Es una profesión seria y moderna, para la que estudió tres años en la Universidad de Salamanca

16 ene 2022 . Actualizado a las 20:04 h.

Valentín Costa no tiene una historia: tiene muchas. Quizás la de su profesión de detective privado sea la más atractiva para la conversación (es muy buen conversador, otra cualidad más que hay que añadir al pack), por el misticismo, romanticismo o como se le quiera llamar a todo lo que evoca pasar muchas horas siguiendo algo o a alguien. Detrás hay muchos viajes, experiencia, paciencia y, sobre todo, formación. Es una profesión regulada, con base universitaria (en su caso, los tres años por la universidad salmantina), con muchos conocimientos jurídicos y tecnológicos, y sin los clichés que siempre han vendido películas y series: «No somos espías, no estamos detrás de los árboles buscando a alguien», bromea (o no). En su caso, el salto a esta profesión lo tuvo claro: «Me hice detective porque siempre me gustó, es algo vocacional».

Pero antes de llegar a este punto de su vida, ahora con 49 años, su historia comienza en Buenos Aires, a donde había emigrado su padre, de Figueiroa (Dumbría), que se acabó casando con su madre, que curiosamente era descendiente de otro emigrante de Figueiroa. Así que, en la distancia, un dumbriés se hacía bonaerense. Y en años cruciales, hasta los 17, cuando regresaron a Galicia, de nuevo entre su parroquia de origen y, sobre todo, Carballo.

«Tengo muy buen recuerdo de Buenos Aires», explica. Y eso que vivió tiempos convulsos, como los de las Malvinas, las alarmas antiaéreas... O la hiperinflación, de subir los precios de un momento a otro, «Es una gran ciudad, con un alto nivel de educación, de cultura... Lo que más noté al venir a Galicia, de la que siempre se hablaba mucho en casa, fue el cambio de lo grande a lo pequeño. Aquella ciudad es enorme. Pero con la gente no vi tantos cambios, somos muy parecidos en la forma de ser». ¿Y de qué lado se siente? «De los dos. Muy en los dos». Pero su vida está en Galicia. «¿Volver? No. Me he reencontrado con amigos de allá, hablo con ellos, pero aquello ya es otra cosa. Cuando volví, donde antes había casas, ahora hay grandes edificios», señala.

Poco después de llegar a Galicia empezó a trabajar. Lo hizo en la seguridad privada, en la que pasó mucho tiempo. Pero llegó un día en el que su empresa realizó un ERE, se acogió a él y lo aprovechó para dar ese cambio vital hacia la formación universitaria como detective privado, primero, y laboral, después y ahora.

Está encantado de haberlo hecho. Hay mucha demanda, bastante trabajo. Y de muchos lados. Empresas que sufren robos, sabotajes... Mucho fraude del que es necesario obtener datos. Con el título en la mano se acude a la policía y se obtiene la licencia, así que no vale cualquiera. Hay normas, protocolos, conocimientos que los demás no tienen. «Yo no lo había hecho antes porque me parecía difícil, pero lo he logrado y es muy satisfactorio. Es una experiencia de superación personal», explica. Con todas las incertidumbres que eso implica: «Tú sabes dónde empiezas un caso, pero no dónde lo terminas», aclara.

Sindicalismo y política

Su trabajo ocupa buena parte de su tiempo, peno no todo. Ya queda menos para cumplir seis años de concejal por el PSOE en Carballo (un mandato y medio), como número dos. Llegó a las listas tras varios años de trabajo sindical en UGT, en la federación de servicios, sector de seguridad. Y una cosa llevó a la otra. Fue casi de casualidad: «La verdad es que no contaba con salir». Y salió, pese a que las perspectivas no eran buenas. Y ahí sigue: «Estoy muy a gusto con la gente, con mis compañeros». Pero no es nada que vea a largo plazo, porque no tiene vocación política ni aspira a otros cargos más allá de la vida local. «La política me gusta cuando da satisfacciones al trabajo realizado, y se hacen cosas importantes por los demás. Pero no es como mi ocupación laboral, que me encanta y además me da de comer».

En ese poliédrico día a día, el ajedrez también juega un papel importante. Es vicepresidente de la Asociación Española de Ajedrez por Correspondencia, además de delegado de la federación internacional. Y a punto de ser maestro internacional, entre otros muchos méritos.

Valentín es ajedrecista desde niño. En Buenos Aires, este juego es casi una religión. «En un parque puedes ver a cien personas jugando al aire libre, y a otras cien mirando. Y aquí, cuando llegué, no veía nada así». En el instituto (jugó torneos escolares) había más ajedrecistas que futbolistas, un dato impresionante. «La afición es brutal», dice. Conste que el fútbol también le gustaba, pero puede decirse que no estaba llamado para triunfar en el balompié.

También notó mucho el cambio de la lectura. Allí hay mucha afición a los libros de viejo, y él había atesorado una importante biblioteca, que tuvo que dejarle a un amigo cuando se vino. «Eso lo noté mucho», añora.

En este cúmulo de actividades, una más: la genealogía. Ha conseguido hacer la suya hasta los primeros años del siglo XVI. Párrocos como Ramón Romero Carril, el de Dumbría (y Berdeogas y Berdoias), le ayudaron mucho en esa ansia investigadora, facilitando el acceso a viejos documentos. En otras partes fue más difícil, con archivos desaparecidos o incluso desinterés.