Miguel Queiro: «Un israelí aloxouse nas nosas casas e decidiu mercar cinco vivendas»

Melissa Rodríguez
Melissa rodríguez CARBALLO / LA VOZ

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Personas con historia | Probó suerte en la hostelería, pero regresó a Vimianzo de la mano del turismo

19 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Miguel Queiro Pérez (Vimianzo, 1968) se interesó hace ya un tiempo por la tradición gallega. Si echa un vistazo atrás, ya encuentra referencias en sus antepasados. A su abuelo materno Jesús Moreira, Suso, el único de la familia que era de la localidad vimiancesa, concretamente del lugar de Bribes, se le atribuyen la mayoría de modelos de encaixe de la Costa da Morte, según cuenta. Su abuelo paterno era de Noia, muy conocido en la artesanía de zapatos. Fue a través de este oficio y por la mediación de un amigo cómo llegó a Vimianzo para abrir una zapatería. La madre de Miguel siguió con el encaixe llevando una mercería. Su padre, era bancario.

Queiro tenía nada más y nada menos que seis hermanos. En su época de adolescente, trabajó algún verano en los bares. Entre esto y que un primo suyo se fue a la capital a estudiar hostelería, él tampoco dudó en hacerlo. Compaginaba los estudios con trabajos espontáneos en el verano en lugares como Cervo, en Lugo, o en Tui, en el propio parador. Fue en el primer espacio mencionado donde conoció a un «gran sabedor» de los rituales de las queimadas. Era el gerente de la casa de comidas en la que trabajaba. Fue él quién le despertó las ganas de «profundizar nos costumes da tradición galega».

Como resultado, él mismo recorrió bodas, ferias enológicas y otros eventos llevando a cabo este tipo de rituales. Incluso abrió un local en A Coruña, O Cachivache, en el que trató de «conquistar ao público a través do folclore galego».

Entre medias, le apeteció seguir estudiando, y optó por turismo. Quizás fue por las ganas que tenía de recorrer el mundo y que por un amor en Corcubión se quedaron en solo eso. Lo cierto es que en el 2007, motivado por querer alejarse de la hostelería y, en cambio, buscar acercarse a su lugar de origen, apostó por un proyecto turístico en Calo que solo fue el comienzo de algo más grande.

Compró unas casas, una de ellas fue en donde vivió Manuel Rivas y donde nació su hijo Martiño, y puso en marcha las casas de turismo rural Casas da Fontenla. Fue en estas donde vivió una anécdota de lo más curiosa: «Un israelí aloxouse coa súa familia e ao segundo día díxome que se namorara da casa e mais da zona e que quería comprar algo por aquí. E así polo chiste mercou cinco vivendas en ruínas que quere arranxar para ofrecer servizo de aloxamento». Miguel y su actual mujer, que no es ese primero amor que tuvo en Corcubión, le gestionan las obras en una aldea de Cabana cercana a Ponteceso. Esperan tener lista la primera vivienda en abril del próximo año.

Y es que a mayores, esta pareja tiene la empresa Pedra e Mar a través de la que gestionan alojamientos turísticos. El siguiente paso de Miguel fue fundar la asociación de turismo Calo Rural Costa da Morte con otros negocios como el suyo. La idea que persiguió fue ofrecer actividades complementarias al «potencial» que ya de por sí tiene Calo, defiende, con sus «recursos naturais». Hicieron rutas nocturnas, por ejemplo, para a través de ellas conocer los seres de la mitología gallega, u ofrecieron conciertos en los jardines de las casas.

Queiro defiende que la Costa da Morte es «un produto natural que quizais non hai que tocar demasiado. Que se siga facendo así. O que falta é que a xente que vén busca algo máis para facer. Agora estase traballando en rutas a nivel local e comarcal que son atemporais e que non precisan ser organizadas, só mantidas. E aí é onde está o fallo, en que se descoidan as contornas rurais, coa súa esencia e a súa alma, pola idiosincrasia política». El vimiancés todavía afonda más en esta cuestión: «Permítense pendellos de bloque ao lado de aldeas, aluminio en vez de madeira ou pedra... A Xunta debería de permitir facer construcións, pero doutra maneira. Ás veces non sei por que algo tan sinxelo o complicamos tanto. Se perdemos a esencia da contorna, á vez o turismo perde alma».

De la aldea de Calo destaca un bosque «moi atractivo», una zona de minas que «foi moi importante» y un grao de conservación «moi bo».

Dirigió la discoteca Soco por un período de tiempo

Este vimiancés presume de que también Elisa y Marcela, los precedentes del matrimonio homosexual en España, vivieron en la parroquia de Calo. Él está muy vinculado al concello y a sus tradiciones y ejemplo de ello es que aún a día de hoy sigue vinculado al Asalto ó Castelo: «Sempre participei, dende as primeiras edicións, e sempre que me chaman déixome lear. Fago a escena medieval, véspera do asalto, no foso do castelo, cun ritual pagán co que todos os presentes na mesa se purifican», cuenta.

En su período como hostelero, además de recorrer Tenerife hasta el punto de echar año y medio sin regresar a casa «sempre por circunstancias laborais», recalca, pues constantemente cambiaba de trabajo, llevó en su Vimianzo natal la discoteca Soco.

Los recuerdos que más presentes tiene de su vida se corresponden con su infancia, siempre ligados a su villa de mil amores. «De pequenos xogabamos con tendas de campaña no castelo. Paréceme moi ben que se queira facer alí ao carón unha zona verde, porque é cuestión de futuro, de estética, dunha finalidade social», empieza explicando. «Había varias escolas diferentes, e aínda que non as percorrín todas, sempre me gustaron porque tiñan alma. Lembro que cando fixeron o colexio novo de San Vicenzo non quería ir. Agora botas de menos esas escolas unitarias», añade. No le gustó nada unas obras que acabaron con el parque infantil y el cuartel para dar lugar a «un local para as feiras».

Son siete hermanos, algo en lo que siempre vio «beneficios»: «Se te levas ben como é o noso caso, é un apoio constante». Él es el tercero. Recuerda que desde los 12 años pasó varios veranos en la mueblería de un tío suyo para «ganar algo»: «Perdemos moitas tardes de praia».