Rubio de Camelle: «Rescatei 42 corpos do fondo do mar»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

BASILIO BELLO

Lobos de mar | Manuel Tajes se hizo buzo después de que su abuelo falleciese mientras exploraba un pecio en la zona de Santa Mariña

04 sep 2020 . Actualizado a las 21:39 h.

Manuel Tajes nació y creció al lado del mar. Tan cerca estaba su casa de la playa, que en días de temporal los golpes de mar le destrozaban la puerta. «Tiñamos galiñas debaixo da pedra do lar e marchaban nadando, o mesmo que as bacinillas das habitacións», rememora.

Como hijo y nieto de marineros, él terminó dedicándose a lo mismo, como la mayoría de sus cinco hermanos. En su casa, pese a ser de procedencia humilde, siempre hubo todo tipo de barcos y aparejos. Él empezó desde niño con su padre yendo al besugo, al congrio y a la merluza, pero también se hicieron, con el tiempo, con un barco de cerco. Cuando se sacó el título de navegación también hizo varias mareas en el Gran Sol, aunque su currículo no destaca tanto por sus logros como marinero y mariscador, sino por la ayuda que prestó durante naufragios y demás tragedias por toda la costa gallega.

«Segundo os informes que me pasaron -que eu acabei por perder a conta- participei en 127 accidentes na busca e rastrexo de persoas e saquei 42 corpos do mar», explica el propio Manuel, aunque nadie le conoce en la Costa da Morte por ese nombre: para sus vecinos es el Rubio de Camelle. Desde Estaca de Bares hasta A Guarda prestó su ayuda a las autoridades para buscar los cuerpos de numerosos náufragos que perdieron la vida en el mar. Siempre tuvo deseo de hacerlo, en cierto modo para devolverle el favor a quienes en su día rescataron el cadáver de su abuelo.

Él, que tenía 7 hijos, también era buzo. Se dedicaba a extraer chatarra de los muchos pecios esparcidos por la comarca. «Isto era un cemiterio de barcos, estaba sementado deles. Esta costa está chea de baixos e illotes. Os barcos non tiñan os aparatos de agora e caían como moscas», explica el Rubio. En una ocasión, mientras exploraba unos restos en la zona de San Mariña, una pieza de hierro arrastró a su abuelo hasta el fondo y fueron compañeros suyos, también buceadores, quienes recuperaron su cuerpo. «Miña avoa e meus tíos quedaron moi pobriños, ata andaban pedindo por aí. Moito a teño visto chorar! Ela non tiña moita gana de que vivísemos do mar, pero sabía que non tiñamos outra opción. O que nos pediu sempre foi que, se algunha vez alguén necesitaba axuda no mar, lla prestásemos», dice Manuel.

De ese modo, y para saldar una especie de deuda pendiente, comenzó a ayudar en todos los naufragios que podía. Aunque no le llamasen, él acudía igual. Y su fama llegó a ser tal, que desde las cofradías le tenían como el hombre de confianza cuando alguna tragedia azotaba. «Pasei centos de horas debaixo do mar, buscando e meténdome en sitios onde hoxe en día non se meten», explica. Y en muchos casos, completamente solo.

Trampa mortal

Dice que no le tiene miedo a la muerte, aunque la ha mirado de frente en más de una ocasión. Una vez, buscando un cuerpo en el interior de un barco de recreo en el puerto de A Coruña, se le vieron encima unos aparejos guardados detrás de un armario. Se enredó en ellos y se quedó sin luz, con lo que tuvo que volver a la superficie guiándose por el cable del compresor. «Un aparello é unha trampa mortal para un mergullador, e mesmo un simple fío co que te enredes. Podes quedar sen aire moi facilmente. Tes que ter a cabeza moi fría para saber reaccionar nesas situacións. Agora penso onde me metía... Pero aínda así estou contento por facer o que fixen, e nunca lle cobrei un peso a ninguén», asevera.

Solo tiene buenas palabras para las autoridades, para los buzos de la Armada y para los GEAS. «Compartín moitas horas de rastreo con eles e só me saen agradecementos», dice. Él no era el único que ayudaba en estas tareas, pero sí al que más recurrían, porque eventualmente otros buzos acabaron dedicándose a otras cosas y no llegaron a sacarse las titulaciones correspondientes.

Su gran conocimiento de la costa posibilitó que, en los más de cuatro decenios que estuvo ayudando en accidentes marítimos, rescatase 42 cadáveres. «Coñecía a costa como a palma da miña man e sabía que en tódalas pedras hai lugares a onda van parar tódolos restos e, co cal, os corpos. Tamén aprendín moitísimo dos pescadores de a flote, e nalgúns casos eles foron os que me indicaron onde podían estar os náufragos despois de varias horas buscando», explica el Rubio.

Uno de los rescates que más le impresionaron fue el de un chaval que había naufragado junto con su padre. Los restos del hombre afloraron enseguida, pero los del joven no aparecían, aun tras varios días de búsqueda. Una mujer lo llamó: «Rubio de Camelle, meu fillo de 15 anos está no fondo do mar», le dijo. «Baixei e vino. Impactoume moitísimo», relata.

Aparición televisiva

Sus hazañas le han valido no solo el reconocimiento de sus vecinos y la Medalla de Ouro otorgada por el Concello de Camariñas, sino también una breve aparición televisiva en el programa Mi casa es la tuya, en la que emocionó no solo al propio Bertín Osborne, sino también a la popular actriz Paz Padilla.

Ahora, ya jubilado, el Rubio disfruta de una de sus grandes pasiones, y probablemente a lo que se habría dedicado si hubiese nacido en otra época: cantar y bailar. Al teléfono, incluso se anima con un par de coplas para su Camariñas natal, y dice que no se perdía ni uno de los «espectaculares» bailes para mayores que se hacían cada semana en Vimianzo. También es cinturón negro de taekuondo, pero ahora, en estos tiempos de coronavirus, el aburrimiento ha aflorado: «Imos quedar todos secos como rachóns!», se lamenta.