El papel de la aldea en la memoria y en el porvenir

Jaime Izquierdo

CARBALLO

ANA GARCIA

«La cultura popular, sea gallega, asturiana o de donde sea, es siempre la obra más representativa del país»

24 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Podríamos decir que la modernidad es, como decía Ramón Piñeiro -y recoge Álvaro Cunqueiro refiriéndose a Alfonso Castelao- «la plasmación culta de la sabiduría milenaria y llena de madurez» de un pueblo proyectada hacia el porvenir. La cultura popular, sea gallega, asturiana o de donde sea, es siempre la obra más representativa del país.

Y eso, aunque sea una obviedad, conviene recordarlo de vez en cuando porque se nos olvida con demasiada frecuencia deslumbrados por la última moda, la última novedad. Sin embargo, para que esa evidente representatividad histórica sea también de futuro y por ello moderna -sigo citando a Cunqueiro hablando de Castelao- precisa de la proclamación formal y efectiva de «la fe en nosotros mismos» para «ahogar el peligro de la inercia».

Esto escribe el escritor mindoniense en El Noticiero Universal en artículo titulado Castelao en la memoria gallega fechado el 4 de febrero de 1975 y que ahora arrimo al ascua de la sardina del nuevo aldeanismo posindustrial, terrenal y cosmopolita en el que andamos algunos.

Recurrimos a Salvador Lorenzana, a Piñeiro, a Otero Pedrayo, a Cunqueiro y a la obra de Castelao que destilaba «un apetito de esperanza y la necesidad de hacer un nuevo cielo y una nueva tierra» para Galicia y por ello también, y sobre todo, para la aldea, para las miles de aldeas que preñan el solar gallego y asturiano y ahora dormitan recostadas entre las silvas y acosadas por el desorden, el abandono o el fuego.

La pérdida de la aldea que cantó mi paisano Palacio Valdés no es irreversible. Es la consecuencia del despiste histórico e irreflexivo del siglo XX que cabalgando en la industrialización liquidó en apenas unas décadas el hacer lento y pensado del campesino, del aldeano, del que el propio Cunqueiro había dicho que «no existe oficio más intelectual», pues el asurcado de las tierras de labor imprime «una señal de intelectual posesión que el hombre hace de la tierra».

Fin del despiste secular

El despiste secular llega ahora a su fin, ahora que también finiquita el dominio absoluto de la industria grande y se impone el saber hacer local, lo renovable, el regreso al sentido común y al sentido del lugar, y se abre la posibilidad de revisar lo que la aldea hizo por nosotros en términos de paisaje, de gastronomía y de cultura del país. Pero ese viaje de regreso no se hace para volver al pasado, sino para recuperar el hilo de la historia detenida, limpiar las silvas, levantar los muros y despertar de su letargo a la inteligente y humilde aldea para que nos ayude a revertir tanto descalabro climático, tanta necedad urbana, tanta pérdida de saberes y de sabores, tanto abandono, tanto despoblamiento y tanto quebranto de cultura rica y concentrada en un caserío escaso, medido, inteligente.

Y también, y sobre manera, para rehacer, rearmar y actualizar las nuevas comunidades campesinas que daban sentido a la acción aldeana y sin las cuales -y sin su iniciativa- no habrá nada que hacer. Definitivamente, vamos a poner todo el empeño en recuperar, reconocer y revisar el aldeanismo como visión y propósito moderno, combinando la reflexión teórica con la acción práctica, la pluma y la azada, para dar forma y orden al territorio, al campo ahora a la deriva.

Los pronósticos sobre el futuro que don Felices realiza en El reló de arena -recogido en la magnífica recopilación de Artículos periodísticos (1930 ? 1980) de Cunqueiro que publicó a principios de año la Fundación José Antonio de Castro- se han cumplido y parecen pensados para reafirmar nuestra intención. Refiriéndose a lo que habrá de suceder en el año 1952, el adivino advierte que «cada vez mandan menos los hombres en la Tierra», y en la tierra añado. Desde que «cayó el caserío en partición» vino la discordia y ahora «entre las máquinas y el papel sellado derrotan al hombre». Ay! se lamenta Cunqueiro por boca de don Felices, «¡si los hombres inventaran maneras más cristianas, sencillas y humildes de vivir! Si no lo hacen serán molidos como trigo». Y remata: «Los hombres han dejado de creer en sus sueños y han comenzado a creer en los instrumentos que fabrican con las manos».

La aldea constata en su extenso currículo que durante varios miles de años el hombre supo vivir de la naturaleza y en la naturaleza. Y supo también producir rentas aunque estas no se quedaran en la aldea y emigraran para la ciudad dejando el poso de la miseria y la desesperanza entre los aldeanos.

Pero, al margen de esa desavenencia económica -ahora más sencilla de revertir que antaño-, nunca se nos ocurre referir que la aldea es un artefacto bioclimático de entradas y salidas energéticas bien reguladas, que cambia los rayos del sol por comida y calor, que retiene el carbono en el suelo para hacerlo más fértil, que produce agroecosistemas más estables y menos vulnerables, y que organiza los ciclos de la naturaleza al compás de las estaciones para que el paisaje y el país respondan a un canon y suenen con armonía.

Parte de la solución

Si te preocupan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, ocúpate de las aldeas y aplícate en actualizar sus culturas. Las aldeas no son la solución única, es cierto, pero son una parte importante de la solución al menos en términos de ordenación territorial.

La advertencia de Lewis Mumford -«tan pronto como permitamos que la aldea desaparezca, este antiguo factor de seguridad se desvanecerá. La humanidad todavía tiene que reconocer este peligro y eludirlo», dijo- pronostica un mal augurio para nuestro futuro si definitivamente perdemos la aldea y reducimos nuestro modo de vida tan solo a la ciudad, la tecnología y el capital.

Las regiones con demostrada solvencia, historia, cultura e inteligencia aldeana, como la gallega y la asturiana, tienen ahora la oportunidad de devolverles a estas pequeñas ciudadelas campestres atributos y función y en eso deberíamos ocuparnos trabajando codo con codo con las comunidades aldeanas que tengan la misma intención e iniciativa.