Ruchy: «Cando empecei na orquestra non tiña os 16, andei todo o verán agochado na furgoneta»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Ana García

Personas con historia | Este baiés ha sido bajista en muchas orquestas, pero asegura que no le gusta la verbena

16 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Este sábado, a las seis de la mañana, Ruchy comenzará un nuevo trabajo como mecánico montador para una auxiliar de la Estrella Galicia. Ya antes había probado otros empleos, por no cerrar puertas que un día quizá tendría que volver a abrir, pero lo suyo, en verdad, fue siempre la música.

Ángel Sánchez Rodríguez es el nombre completo de este baiés, nacido en 1967, que se inició en la música a los 15 años. Comenzó a tocar casi por casualidad, con otros chavales de Baio y sin el beneplácito de su padre, que tenía la ilusión de que fuese forestal.

Se metió al conservatorio de A Coruña, al que iba tres días a la semana en un autobús que más parecía llevarle a una odisea que a una clase de música, y enseguida fue llamado por la orquesta Os Dueños de Ponteceso para unirse a sus filas. «Cando empecei non tiña os 16 anos cumpridos, [non podía traballar] así que andei todo o verán agochado na furgoneta», rememora Ruchy entre risas.

Desde ahí pasó por numerosas orquestas como Nuevas Ideas, Nueva Palma, Ceniza o la Capitol, de la que formaba parte justo antes de la llegada del coronavirus y que este año ya no saldrá de gira porque no hay manera posible de que cuadren los números. Él, como otros compañeros, decidió buscarse la vida por otros derroteros: «Eu non podo estar un ano na estacada. De que comes? Este é un traballo no que vives todo o ano do que fas no verán, practicamente. Ademais, o réxime dos artistas ten moi malas cotizacións xa polo xeral. E se por enriba che vén isto...», explica.

Todos estos años de experiencia en la verbena no fueron del todo malos. Tuvo suerte -confiesa- conoció a personas que hoy ya son amigos y nunca le tocó pasar el mal trago de tener pagos pendientes o proyectos que cayeron en saco roto. Siempre se lo tomó, eso sí, como un trabajo con el que ganarse el pan: no es, ni mucho menos, un aficionado de este tipo de música. «Eu, se teño un día libre, non se me ocorre ir a unha verbena, nin de risa», bromea, «e teño compañeiros aos que si lles gusta». No es su caso. Él se siente más cómodo en otro tipo de formaciones de rock, pop o jazz, de las que formó parte en determinados momentos de su vida, como es el caso de los Troleblues.

«Tocar nunha orquestra é un traballo moi sacrificado. Xa para empezar: de verán, esquécete da familia. Vou tocar a Benavente, chego ás 11 da mañá á casa, déitome ata a 1 da tarde e ás 4 xa teño que arrancar de novo, por exemplo, para O Porriño», relata. La incompatibilidad horaria con familiares y amigos la superan con resignación, y a la falta de sueño acaba el cuerpo acostumbrándose: «Chega a agosto e xa estás curado de espanto. Ao mellor son as 12 do mediodía e andas abrindo a boca co sono, pero dan as 5 da mañá e tes os ollos abertos como un moucho... Tes o sono cambiado e comes a deshora». Son algunas de las consecuencias de llevar una vida completamente nocturna. Y tanto trajín para apenas 3 horas de actuación: «Eu chego a unha festa ás oito da tarde, que é cando están os montadores e hai que probar o son. Comezamos a tocar ás 11 e rematamos ás 4. Ata as 6 non marchamos da festa. E todo para tres horas tocando no medio dunha leira de Ourense á que non chegan nin os lobos». Algo tiene de bueno, se conoce la comunidad de cabo a rabo: «Creo que me poden descargar en calquera sitio de Galicia que sei volver», bromea.

El palco que tiene la Capitol, la última orquesta en la que ha estado, medirá unos 18 metros de largo y supera de alto, en total, los 12. Para alzar tal magnitud de escenario son necesarias cinco horas de trabajo y otros tantos montadores. Por este motivo esta formación ya no hace sesiones vermú, porque sería inviable a nivel horario.

Del tute entre la verbena nocturna y la vermú guarda Ruchy unas cuantas anécdotas. Como aquella vez que tocaban con la Nova Palma en Lugo y al día siguiente, a mediodía, por la zona de Arzúa. «Daquela montabamos nós. Arrincamos sen durmir, chegamos alí, tiñamos todo xa colocado e chegou o tipo da comisión a dicirnos que [aínda que no contrato figuraba que farían sesión vermú] en realidade só precisaban un micrófono noso para que o señor alcalde inaugurase unha fonte, que non ía haber vermú. Nós, co enfado, agarramos unha borrachera e chegamos todos perdidos á noite. Mira a de horas que perdemos...».

Las dinámicas de la verbena han cambiado radicalmente en los últimos años, y cree Ruchy que a día de hoy prima demasiado el postureo y el despliegue de escenario en vez de lo realmente importante: la calidad artística. «Van a quen ten o palco máis grande, pero os músicos están cobrando menos que hai 25 anos», lamenta. A día de hoy, y aun teniendo una oferta en firme sobre la mesa, preferiría quedarse donde está antes de irse para una de las grandes como la Panorama.

Tocar en Baio, ya no le impone tanto como al principio, cuando andaba por los veinte años y se ponía nervioso por cómo reaccionaría la gente. Últimamente agradecía tocar cerca, sobre todo por los kilómetros ahorrados.