IES Monte Neme, mi segunda casa

Carmen González llorca

CARBALLO

Carmen González, en el centro
Carmen González, en el centro Jose Manuel Casal

En primera persona | «La mejor herencia que unos padres pueden dejar a un hijo: estudios y una formación que lo hagan independiente», escribe la docente Carmen González Llorca

10 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Érase una vez una niña a la que le gustaba mucho leer porque veía a su abuelo Joaquín, sentado en su mecedora, al lado de la ventana, con un libro en la mano. Entre él y su madre, que siempre le regalaba libros, se fue metiendo en ese mundo maravilloso e inabarcable de la Literatura.

Durante su período de estudiante de EGB (Educación General Básica), no le mandaban leer; quizás fuesen «abanderados» de la estúpida frase -¡Con perdón!- de Daniel Pennac, de que el verbo leer no permite el imperativo (¿Seguro?). Cree que no era por eso, sino que había otras prioridades en aquellos tiempos…

Cuando llegó al instituto, en la clase de Lengua y Literatura, en 1.º y en 2.º de BUP (Bachillerato Unificado Polivalente), los profesores seguían en la misma línea: los alumnos solo leían y comentaban, a la antigua usanza, los textos literarios que figuraban en los libros, a lo que se añadía la «chapatoria pura y dura» de biografías, años de publicación de obras, amantes de autores (¡Se sabían de memoria las de Lope de Vega!) Mas llegó 3.º de BUP y COU (Curso de Orientación Universitaria), y ahí tuvo la gran suerte de ser alumna de un catedrático de los de antes, «de los de pata negra», como se les llama ahora: Joaquín Lens Tuero, ya fallecido. Tenía una voz preciosa; muchos años más tarde se enteró de que doblaba, en la televisión gallega, a uno de sus actores favoritos, Sean Connery. ¡Fray Luis de León, Quevedo, Góngora, Bécquer, Machado, Lorca… Todos leídos por aquel profesor! Muy pocos actores teatrales declamaban tan bien como él. Leyeron en clase Luces de bohemia de Valle-Inclán, Tres sombreros de copa de Miguel Mihura, Hamlet de Shakespeare, Tartufo de Molière… En aquel plan de estudios, los alumnos de letras, disponían de cuatro horas semanales para Lengua Española y de otras cuatro para Literatura. ¿Cómo se va a poder explicar lo mismo en los dos años de «Bachillerito» que tenemos actualmente?

En Compostela

Esa adolescente, que dudaba entre estudiar Filología Francesa o Hispánica, se decantó por esta última. La Facultad de Filología en Santiago de Compostela, en la Plaza de Mazarelos. ¡Menuda diferencia con el edificio actual, sin encanto de ningún tipo! Cinco años de estudio (frente a los cuatro actuales con esos períodos de meses libres para preparación y realización de exámenes y, en ocasiones, los viernes libres), con los agobios correspondientes, las oposiciones y, por fin, un puesto de funcionaria de Educación; primero, en Pontevedra; luego, en Cee y, por último… Carballo.

Empezó en el llamado Instituto de Formación Profesional, pues todavía no tenía nombre y recuerda cómo, en un claustro, por votación, se decidió bautizarlo como «IES Monte Neme». De la antigua Formación Profesional, de la que guarda gratos recuerdos, según me dice, pues yo me limito a transcribir lo que me comentó en una ocasión, se pasó a la ESO y al Bachillerato de dos años. Recuerda, con muchísimo cariño, a los conserjes que la recibieron: Luis Barbeito, simpatiquísimo, y Manuel García Gerpe, el «mago» que todo lo arreglaba con su dulce sonrisa. Compartió trabajo, cafés y conversación con Luis Cancela, Antonio G. Losada, Susana Lema (una de sus «asesoras literarias», me dice), Mercedes Barca, María Mariño, Carmen Pensado, Elvira Barizo, Maruja Mira… y muchos más. El hecho de que cite concretamente a estas personas es que supone que muchos los conocerán, pues viven en Carballo o muy cerca, y porque ¡todos están jubilados! Por tanto, ella me comenta que añora aquellas vivencias, pues muchos de ellos no solo fueron simples compañeros sino que se convirtieron en amigos. Me dice que el IES Monte Neme es su “segunda casa” y yo no entiendo cómo se puede considerar así el lugar en el que uno trabaja. Pues muy fácil, me replica: ella está muy a gusto porque le entusiasma lo que hace; cuando entra en un aula, se olvida de todos sus problemas y, sin dejar de explicar, me confiesa que se lo pasa genial porque tiene alumnos muy ocurrentes; ha disfrutado de su trabajo con generaciones y generaciones de estudiantes (llegó a Carballo en el curso 1990-1991). ¡Parece ser que ya da clase a hijos de exalumnos! ¡Un «pelín» mayor debe de ser!

Me contó que la semana pasada, se encontraba explicando una poesía de Machado a sus queridos alumnos y tutorandos de 2.º de bachillerato. Concretamente, cuando decía Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar, se hallaba al final de la clase. Le gusta «hacer teatro» cuando explica, así que para aludir al camino de la vida, comenzó a andar sobre las baldosas cercanas a la pizarra y, cuando llegó casi al final, giró la cabeza, mirando hacia atrás y vio que, por desgracia, lo que estaba explicando le estaba ocurriendo a ella: todos esos años pasados «no volverán», como «las oscuras golondrinas» de Bécquer.

Concibe la Literatura como un continuo aprendizaje. Un libro lleva a otro, y ese a otro… ¡Hasta el infinito y más allá…! Sus alumnos de 2.º de Bachillerato podrán comprender claramente esta idea cuando comiencen a trabajar con la obra de Almudena Grandes, El lector de Julio Verne, novela propuesta como lectura obligatoria por la CIUG, para este curso. El protagonista, Nino, hijo de un humilde guardia civil descubre «la magia» de los libros en la casa de doña Elena, una maestra «roja», que le invita a que elija cualquier libro de Verne. Empezará por uno y se los leerá todos. Luego, seguirá con Galdós y con Stevenson… Este hecho marcará un antes y un después en su vida; los libros le explican muchos hechos que él no entiende y busca en los comportamientos de los personajes que lo rodean, alguno que haya visto reflejado en las novelas de aventuras o en los Episodios nacionales, que lee apasionadamente, porque le parecen «más verosímiles».

Y así pasa el tiempo, leyendo, explicando, animando a sus alumnos, sobre todo a aquellos que se agobian y lo pasan fatal, debido a su gran responsabilidad y autoexigencia. Los comprende perfectamente porque cree que los profesores deben ser, aparte de profesores, psicólogos, padres, abuelos… incluso administrativos (¡cada vez tienen que cubrir más papeleo burocrático!). Es una profesión que admira y que debe, como vocación, al profesor anteriormente citado, y como forma de «ganarse el pan», a sus padres, que le dejaron la mejor herencia que se le puede ofrecer a un hijo: unos estudios y una formación que lo hagan independiente y libre. Y «colorín, colorado, este cuento se ha acabado…»