El puente de la discordia, en Coristanco, cumple 33 años del rescate judicial

Manuel Soutullo APUNTES HISTÓRICOS

CARBALLO

23 oct 2019 . Actualizado a las 22:33 h.

Pocos recordarán, por su escasa trascendencia, la historia de esta humilde pasarela, todavía hoy erguida sobre el río Vao en el km 39 de la AC552, a su paso por Rabuxenta. Un insólito suceso propio de la Galicia más profunda. Quienes conocen cada detalle son sus promotores, Antonio Soutullo y Pura Couto, dispuestos a contarlo y documentarlo. Ellos y su familia pagaron un excesivo precio defendiendo esta obra frente a vecinos de Centiña que, por acción u omisión, arrebataron su honor, convirtiendo un absurdo conflicto en el mayor desafío de sus vidas. La necesidad de prosperar de este matrimonio ha sido la causa y la envidia pudo hacer el resto.

La pasarela comenzó siendo de troncos de olmo en 1985, al amparo de una autorización administrativa para «servicio de pesca y propio», para comunicar un terreno que inicialmente solo se servía a través del cauce. Para ello, se compró la superficie indispensable de apoyo al otro lado, abriendo paso al camino que baja de la carretera, que también da servicio a un prado adquirido conjuntamente. Y, quienes nunca pensaron acudir a la justicia, se vieron irremediablemente atrapados en ella.

Fue precisamente uno de los lindantes del camino, que colaboró activamente en la construcción, el mismo que luego asumió oficialmente la batalla judicial, no sin un dominante inductor capaz de ir urdiendo un plan tan burdo como perverso, ilustrado por sus provocadoras frases: «Loitade polo camiño e, se o gañades, é voso»; «Os cartos son para gastar, defendédevos!» Así que enseguida presentó una conciliación con un falso apellido de Pura que delató al primer espía. Incluso el fotógrafo de la aldea desveló su implicación revelando en espejo las instantáneas del puente, para invalidarlas. El demandante no tuvo la valentía de aprovechar un ventajoso acuerdo que José y Rosalía (padres de Pura) le brindaron una noche a la puerta de su casa, para evitar la vía judicial como fuese: veinte mil costosos duros (cien mil pesetas) y un claro mensaje de súplica, «os cartos vanlle mansiños e o camiño quédalle igual alí». Pero la guerra estaba declarada y había que librarla. José y Rosalía también intentaron comprar la finca matriz del apoyo del puente para prescindir del camino, pero otro cómplice se adelantó con seiscientas mil pesetas que la dueña nunca hubiera obtenido, de no estar revueltas las aguas. Todos estaban compinchados y no había escapatoria.

La demanda judicial formulada en noviembre del 85 dio lugar a una sentencia que hubiera sido demoledora, de no recurrirse, pues estimaba la negativa de servidumbre de paso por un camino que consideraban suyo y la exigencia de levantar la pasarela. Renunciar a ambas cosas sería una pérdida irreparable, así que no quedó más remedio que disponer de un dinero que no había y apelar.

La tormenta arreció cuando se obtuvo permiso de reforma con hormigón, lo que provocó un levantamiento en armas para impedirlo. El día señalado, el camino por el que habían de trasladarse los materiales amaneció con una profunda zanja a todo su ancho y sin muros (ya habían intentado borrarlos en Catastro), realizado por la excavadora de una empresa local, arriesgándose a un victorioso interdicto que Antonio y Pura se negaron a interponer. Pronto lo taparon. Ante el avance de los trabajos por un paso alternativo, recurrieron a la Guardia Civil y al Guardarríos, que carecían de competencias, y a graves amenazas y agresiones. Pero pudo concluirse.

Otra sentencia, esta vez de la Audiencia Provincial, puso fin a la incertidumbre, absolviendo a los demandados e imponiendo costas al demandante. Se fundamenta en la «realidad física diferenciada e independiente» que constituye el camino, acreditada por pericial, notarial, catastral y testifical en cuanto presenta distinto nivel respecto a las fincas, muros muy antiguos, ancho suficiente para un tránsito generalizado y pruebas de que «desde tiempos inmemoriales pasaban por él cuantos vecinos iban al río, al molino de maquía y otros parajes, tras cruzarlo sobre tres losas de piedra». Un camino público con «acceso libre al vecindario». Concluye que el puente en nada afecta a la propiedad del actor sino que apoya en el vértice suroeste adquirido de otra parcela. La sentencia fue celebrada por ambas partes, una por inmenso desahogo y la otra por equivocación, al quedarse su lectura en los antecedentes.

Puente y camino siguen en su sitio abiertos al mundo, mientras varios protagonistas ya se fueron. Y que sean perdonados. Antonio y Pura ya lo han hecho hace años porque el tiempo va curando las heridas, pero jamás podrán olvidar el oscuro pasado. Y probablemente convenga recordarlo y aprender de los errores porque, como decía aquel sabio, el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.