La locura de un capitán de Camariñas

LUIS LAMELA

CARBALLO

CEDIDA POR LUIS LAMELA

Ángel Senande mandó la corbeta Nemesia, de la que era copropietario con un hermano, y acabó recluido en Llobregat

14 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

La Costa da Morte fue cuna de bravos marinos, de héroes de los océanos que recorrieron los mares del planeta. Y hay uno de Camariñas que luchó contra tempestades y calmas, y llegó un mal día y se rompió en mil pedazos.

Sin duda que esta es una historia de lobos de mar de la primera mitad del siglo XIX, aunque además de sus hazañas profesionales habría que destacar su aspecto humano. El camariñán Ángel Senande fue capitán de la mercante y mandó durante un tiempo la famosa corbeta Nemesia, de la que fue copropietario junto con su hermano Roque.

Era un buque de 200 toneladas de registro bruto que durante muchos años, y tras surcar los treinta y dos rumbos de la rosa náutica, hizo ruta a Puerto Rico, a La Habana, al río de La Plata y demás países americanos; así como a puertos ingleses y del canal de La Mancha, y del norte de España y el Mediterráneo. Se hizo a la mar desde el puerto de A Coruña con distinta carga y también con tropa para Cuba o con emigrantes que abandonaron su tierra.

La misma corbeta, la Nemesia, en un solo día perdió por muerte en A Coruña veinte tripulantes afectados por la terrible cólera morbo durante una epidemia que a finales de 1853, y todo el año 1854, aniquiló la ciudad herculina y afectó a más de un diez por ciento de su población también de las clases dirigentes, la burguesía comercial y de todo el arco social de la época. En fin, que la Nemesia y el capitán Ángel Senande surcaron mares y recalaron en numerosas latitudes y longitudes geográficas, navegaron por océanos y entablaron combates cotidianos con vagas de mar intensas, con olas apalomadas, o con mala mar, viento recio y lluvias. Y también con la aterradora epidemia de cólera procedente de Asia que afectó a numerosos países de todo el mundo.

Navegante con oficio

Navegante con oficio, a pesar de las furiosas tormentas y las calmas desquiciantes en medio del océano, y de quedar al pairo o escuchar crujir las maderas de su buque con los embates del mar, para Ángel Senande durante algunos años profesionalmente todo marchó viento en popa, aunque son solamente unos pocos restos dispersos, teselas de una historia mucho más amplia, lo que nos queda de su memoria.

En 1842 se casó con una bella joven coruñesa de 16 años llamada Manuela Espino Rodríguez, y en breves años llegaron cuatro hijos que había que sacar adelante. Pero, joven aún, un día el capitán Senande, quizás por los problemas del cólera que sufrieron muchos de sus tripulantes, o por la dura vida abordo en tantas singladuras, o por un acusado estrés emocional, se volvió un día totalmente loco, no se sabe si a causa del brote de una esquizofrenia que llegó como una tormenta perfecta para desbaratar sus planes de vida, intentó matar a su padre, también un viejo capitán de la mercante, en una locura que le desvinculó para siempre de la vida social y del mar. Y con la locura desaparecieron las normas y perdió la empatía y reinó el infortunio: el principio del fin de un experimentado marino arrojado de la bruma incierta del mar al desgarro de su pérdida.

Después, Ángel Senande fue recluido en el famoso manicomio de San Baudilio de Llobregat (Barcelona), que precisamente fue inaugurado en agosto de 1854. Un día lo llevaron de casa y nunca más regresó al mar de su infancia y durante años estuvo más solo que en sus largas travesías atlánticas en el puente de mando de su corbeta y más apartado del mundo que si estuviese interno en cualquier monasterio. Su esposa volvió a verle. En aquel lejano psiquiátrico barcelonés falleció en un naufragio más, pero lejos del mar, poniendo fin a la oscura y larga noche de la locura.

Manuela Espino

Los cimientos, lo sólido, lo normal y lo razonable se habían tambaleado y desmoronado en la familia Senande Espino. Y nada tiene de extraño que con la ausencia del esposo, Manuela Espino sufriera la ruptura de la seguridad, y dejara atrás las certidumbres para no ver luz alguna en el negro túnel en el que había caído, pensando solo en la carga de sacar adelante cuatro hijos. Poco después pudo entrar a trabajar en la Fábrica de Tabacos de A Coruña y la negrura se hizo así menos visible.

En junio de 1912, con 86 años, Manuela Espino Rodríguez era una «viejecita menuda y muy simpática» que aún seguía trabajando con la categoría de maestra tabaquera. Llevaba en la empresa 65 años y cinco meses y era la más veterana de todas las empleadas. Parecía uno de esos personajes que a pesar de los golpes que da la vida nunca se rinden. En aquel entonces Manuela estaba sola en el mundo, vivía con una familia amiga en una casa de la Fuente de San Andrés, en A Coruña, y ya no perseguía sueño alguno. Todos habían quedado en el camino: la última de sus cuatro hijos, Ángela Senande Espino, a la sazón casada con José Varela, falleció en A Coruña el 30 de octubre de 1891 y una hija de esta, y por tanto nieta de Manuela, Amelia Varela Senande, falleció muy joven el 21 de enero de 1901 cuando residía con su padre en la calle Panaderas, 15.

Esta es, a groso modo, la tela de araña que el destino tejió para la familia Senande Espino, un relato de sufrimiento y pesadilla. Olvidada durante mucho tiempo, viene ahora al recuerdo tratando de reconstruir las partes en blanco y desatar los numerosos nudos que los marineros de la corbeta Nemesia anudaron para emprender sus rutas transoceánicas. La vida, pues, del camariñán Ángel Senande, una historia silenciada por el polvo del tiempo, y también la de su esposa, Manuela Espino, es una historia pequeña y dolorosa, triste, de rostros sin cicatrices visibles actualmente, un mosaico de voces que sufrieron. En fin, un recuento de vidas comunes.