Fotos con historia | Los 50 años de la revolución rural de Castro y Loroño | Fue una iniciativa de participación vecinal impulsada desde las parroquias que marcó una época en la Costa da Morte
02 jun 2019 . Actualizado a las 16:06 h.Pepe Cundíns Alvite, de los Cundíns de Cores (Ponteceso) y los Alvite de Alborés (Mazaricos) venía de la Pontifica de Salamanca y de trabajar con la gente del barrio de Vista Alegre en Santiago. Eran los tiempos del Vaticano II y trajo a su tierra, las parroquias de Castro y Loroño, en Zas (su familia vivía y vive en Vilar), una verdadera revolución de convivencia, integración y participación vecinal, que incluso le granjeó sus más y sus menos con la curia compostelana.
Aunque él prefiere quitarse méritos «porque sen músicos o director de orquestra non toca», lo cierto es que sirvió de catalizador de una verdadera revolución en un entorno netamente rural, en el que había apenas tres coches, uno de ellos el suyo, y todas las opciones de ocio pasaban por la taberna para los hombres y para.
«Eu viña dos movementos rurais católicos, de traballar coa xente do barrio de Vista Alegre, e tiña esa misión de mobilizar á xuventude. Para eles, o cura era novo e non sabían moi ben por onde lles ía saír, pero a verdade é que fixemos un traballo impresionante. Espremía a miña imaxinación e a dos demais, a xente entregouse e rompéronse moitas barreiras, creouse un clima de relación social, que era do que se trataba», resume el sacerdote, que acabó pidiendo la secularización, dio clase 12 años en Coristanco y se jubiló en Curtis como profesor de gallego y de teatro, esa pasión que también cultivó entre los parroquianos de Castro y Loroño.
99 años
Calor (de Castro y Loroño) Hermandad Deportiva cumple ahora 50 años y tienen preparado de todo para celebrarlo. Un reencuentro futbolístico, misa por los fallecidos en Loroño, una comida de confraternidad en la carballeira y muchas distinciones. Costaría destacar a alguien porque se van a entregar nada menos que 115 medallas conmemorativas, pero hay casos singulares, como el de Fernando Lorenzo, que en septiembre cumplirá 99 años y puso en el proyecto, a parte de todo su buen hacer como carpintero, mucha entrega como secretario, tesorero y colaborador destacado.
En realidad todos los parroquianos lo hicieron hasta el punto que crearon un teleclub, editaron revistas, sacaron adelante el coro y el grupo de teatro... El campo, por ejemplo, después de mucho buscar un sitio, lo ubicaron en el Igrexario, y el local social en la casa rectoral, que hoy está medio caída. No fue precisamente fácil para Cundíns, que le tuvo que dar explicaciones al propio cardenal Quiroga Palacios, en parte también por las reticencias de otros sacerdotes del entorno, a los que todo aquello les quedaba demasiado grande en unas mentes aún de otra época.
«Eu non quería plantar máis millo, nin máis cortes das vacas, nin das ovellas. A xente sabía o que había e tiramos para adiante. De feito, tiñamos prometida unha subvención para as obras, porque había cartos da parroquia en Santiago, e non chegaron a dárnola co cal tomouse a decisión -reuniámonos en asemblea- de que non se ía facer ningunha colecta máis, nin para Domund nin para outra cousa ata que pagaramos as obras. Así foi e non lle gustou nada», recuerda Cundíns.
Pasar de «chamar as vacas» para trabajar el campo, que era a lo que se dedicaba la mayoría a participar en un recital poético de Labarta Pose «foi como a revolución francesa», relata el profesor, que ve todo aquello como «unha escola de convivencia e punto». De hecho, considera que todos se civilizaron, porque eran tiempos en los que grupos de jóvenes entraban al galope en las romerías «con 4-5-6-7 cabalos en plan indio apache» y aquello iba de conversaciones de camino al fútbol sobre la importancia de aprender a perder y a ganar.
Bordaron sus propios escudos en las camisetas, representaban obras de teatro, cantaban en el coro... incluso las mujeres mayores iban a ver los partidos, algo que aún hoy no está plenamente normalizado. Y ni mucho menos aquello se quedaba en Castro y Loroño. Iban a Mira, a Muíño, jugar en la carballeira de la Santa; a sardiñadas en Laxe. Jugaban con el Ameixenda, el Camariñas, el Corme... Se formaron matrimonios con aquello e incluso, con un sistema de becas, se disparó el interés educativo. Lo dicho una revolución rural de las de verdad, construida desde la base.