Silvia Montes: «Deixei o traballo para viaxar 15 meses seguidos por moitos países»

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Ana Garcia

Personas con historia | «Foi un investimento cultural e persoal», explica esta experta en administración y seguros. Ahora, de vuelta, cambia de ciudad y de trabajo

09 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

«Non foron vacacións en ningún caso, as vacacións son outra cousa. Foi viaxar». Así resume Silvia Montes la extraordinaria, atípica e intensa experiencia vital que tanto ella como su pareja experimentaron durante casi año y medio sin parar. Y además, la forma en la que empezó todo: «Deixei o traballo para viaxar quince meses seguidos por moitos países», vuelve a resumir. Una tarea (la de sintetizar) absolutamente invisible, porque cada jornada era una experiencia, una página de un libro gordo de mucho aprendizaje. Las anécdotas de un solo día ya llenarían esta página.

Silvia es hija de la emigración. Sus padres emigraron en los 60 y ella ya nació y vivió siempre en Lucerna, manteniendo vivo el lazo con su Vilaño natal, sobre todo en las vacaciones. Ellos regresaron, pero ella se quedó allí. Estudió administración, y los últimos años era jefa de grupo en una agencia de seguros o mutua, realizando los cálculos de las pólizas. Un buen trabajo, bien remunerado, con responsabilidades sobre sus compañeros.

Pero ya algo bullía en su interior. La mecha se había encendido diez años antes, cuando viajó a Sudamérica unos cinco meses y, al regresar, dejó el trabajo que tenía y encontró el otro. «Aquela viaxe cambioume», dice. En su nueva ocupación sabía que no estaría siempre, y eso que era muy interesante. Fueron siete años. Pero pensó en ahorrar todo lo posible para ese gran viaje, y lo hizo, para sorpresa de muchos: era dejar su trabajo e irse. «A miña meta era gastar viaxando, era un investimento cultural e persoal».

Y lo hizo. Comenzó el periplo cerca, en Leipzig, Alemania. Allí pasó cinco meses. Quiso entender, allí, la reciente historia de Europa, la evolución tras la guerra, la caída del Muro...

Después, saltó a Indonesia. Un país que no es un país sin más, sino muchos, en islas enormemente dispares y lejanas en todos los sentidos. Ahí estuvieron seis meses, una eternidad. La zona que más le impactó fue Papúa. Una semana en barco para llegar. Un mundo aparte. Silvia es políglota, pero a veces lo que cuenta (ahí fue así) son otras cosas: «Polo mundo, se un quere, enténdese cos demais coas mans e cos pés. As necesidades son as mesmas en todas partes».

En su viaje no había hoteles, salvo mínimas excepciones. «Sempre, coa xente local». Unos llevan a otros. Obviamente, aportando algo. E integrándose. Durmiendo en el suelo. Comiendo cuando había comida. En Indonesia llegaron a lugares en los que no había estado ningún extranjero en 30 años, cuyos habitantes luchan cada día por sobrevivir. En las míticas islas Molucas, donde pasaron un mes en una barraca y con una familia con tres niños, no había casi electricidad. Y así todo.

Sri Lanka

En Sri Lanka estuvieron tres meses. En el norte, donde están los tamiles, que Silvia había conocido de niña, como refugiados por asilo en Suiza. Una gente impactante. «Foi unha experiencia preciosa. Xente moi humilde, con moita pobreza, con enormes diferenzas de clase». Recorrieron toda la isla, pero estuvieron la mayor parte en el norte. Llegaron a algunas zonas a las que hasta hace nada el acceso era casi imposible. Aún se sienten los efectos de un larga guerra civil. Y todo ello, casi sin planear. «As cousas ían saíndo», asegura.

«A India é un país de extremos»

En la India pasaron tres meses, repartidos en dos viajes. En uno de ellos pillaron unas graves inundaciones en Kerala, en el sur. «A India, para min, é un país de extremos. Téñolle unha relación de amor e odio. Hai unhas diferenzas tremendas. En todo, tamén na cultura. Rajastán gustoume moito. As cidades como Delhi ou Mumbai son unha loucura. As diferenzas de clases son brutais. A xente vive na rúa, o que ten é o que leva. E outros viven nunha riqueza incrible». Dice Silvia que «era un impacto diario, algúns moi fortes».

En Nepal estuvieron dos meses. «Un lugar fantástico. Tivemos a sorte de poder vivir cunha familia a máis de 2.000 metros de altitude. Facían coma antigamente: todo o que se comía e bebía era da súa leira, coa única diferenza de que tiñan teléfono móbil».

Los Ángeles y México

La siguiente escala fue la más breve del viaje: Los Ángeles, en Estados Unidos. Solo cuatro días para disfrutar de la ciudad y ver cómo está ahora. Y la última, ya como nata del pastel, México, un país en el que su pareja tiene a su segunda familia, donde ya había pasado un tiempo hace años. «Tamén foi moi especial. É outra cultura, moi distinta á que deixabamos atrás. Moi acolledora: tócante, abrázante... En case toda Asia é ao revés, apenas hai contacto físico».

Han sido meses muy especiales, pero no de cambiar la vida. «A vida cambia cada día un pouco. Hai que esperar a ver o cotián, a ver qué pasa. Seguro que agora, na casa, verei como me afecta», explica. Todo va a ser nuevo: nueva ciudad (Zúrich), nuevo trabajo, enfrentarse a estar sin nada. Ver cómo reacciona ante los miedos internos, si es que los hay. Un proceso de aprendizaje personal muy enriquecedor, sobre todo para la memoria.