«Cuando me dijeron que tenía cáncer se me movieron todos los cimientos»

Antonio Longueira Vidal
Toni Longueira CARBALLO / LA VOZ

CARBALLO

Ana Garcia

Personas con historia | «Gracias a Dios estoy bien y curada, pero esta enfermedad me cambió la vida. Ahora solo pienso en el día a día, no me planteo nada a largo plazo», explica María del Carmen Fariña Camoira, nacida en Montevideo e hija de un emigrante gallego

14 mar 2019 . Actualizado a las 07:46 h.

«Tuve una infancia feliz. Era hija única y mis padres, siempre que podían, me daban caprichos. En mi familia siempre me dicen que tengo el síndrome de la hija única». María del Carmen Fariña Camoira nació en Montevideo. Muy coqueta, no quiere decir el año en el que nació. Es hija de la emigración.

Su padre, José María, que todavía vive, era natural de Tallo (Ponteceso). Con 23 años cogió la maleta y puso rumbo a Uruguay en 1953. Allí conoció a Ermitas Camoira, una joven de Moredo, Palas de Rei. Se casaron y vivieron a caballo entre Montevideo y Barros Blancos (Pando). «Mis padres regentaron una panadería que se llamaba Barros Blancos, de ahí mi pasión por el trato con el público. No sirvo para estar en un sitio que no sea atendiendo a gente», apuntó Carmen Fariña». Se define como una persona «sociable y conversadora». Y añadió: «Me gusta ayudar en lo que puedo. Siempre digo que la gente que ayuda dando de lo que le sobra, no es ayudar, ayudar es compartir algo que a ti te hace falta».

Acabó los estudios de bachiller y poco después se casó. Tiene dos hijos: Marcelo y César. Su vida en Uruguay se basó en la cercanía con las personas : «En Pando nos ayudábamos entre todos. Nuestra filosofía era ‘‘hoy por ti, mañana por mí’’».

En 1991 visitó por primera vez la tierra de su padre. Y todavía se emociona al recordarlo: «No me quería ir de aquí. Estaba como en casa, pero tuve que regresar a Montevideo a los dos meses. Pero ya nada fue igual. Yo me había enamorado de esta tierra, me sentía como en mi casa. En mi casa me enseñaron siempre a querer la tierra de la que procedían mis padres».

En 1999 murió su madre, Ermitas. Carmen sufrió una depresión. De aquella, Carmen Fariña dirigía una tienda de moda. La solución que adoptó la familia fue hacer las maletas y coger el camino inverso que su padre había tomado 50 años antes.

La llegada a Cabana

Su primer destino fue Iñaño, Cabana, donde llegó un 23 de abril del 2003. «Fui a casa de mis tíos y allí estuve dos meses antes de venirme a Carballo». En la capital de Bergantiños empezó a trabajar en la panadería Celia. Luego se hizo autónoma y montó el café Cristóbal en la rúa Vázquez de Parga. Fue el 1 de junio del 2005. El negocio permaneció abierto hasta el 2013. Para aquel entonces su hijo pequeño, César, trabajaba en la cafetería Rosalía, en la intersección de la Gran Vía con Rosalía de Castro: «Fue mi hijo César el que me planteó que lleváramos el bar entre los dos así él podía seguir estudiando». Dicho y hecho. Estando en Carballo se divorció (año 2006), aunque Carmen quiso dejar claro que mantiene una «magnífica relación» con su exmarido. Y conoció a su actual pareja, Jesús Eiroa.

Dos palos gordos

Su vida transcurría con normalidad. Con sus buenos momentos y los no tan buenos, «pero siempre feliz y pensado en el futuro de los hijos y en los de mi pareja. Todo gira en torno a ellos».

Pero, de repente, la vida le dio dos buenos puñetazos de los que trata de salir adelante como buenamente puede. Primero, la muerte de José, un hijo de su pareja: «Lo de mi madre me costó mucho superarlo, pero lo de José.... Fue lo peor», dijo entre sollozos. Y se tomó un leve respiro antes de continuar: «No llegaré a superar nunca su pérdida. Nunca, nunca... Era el chiquito de la casa, era con el que andaba a todos lados. Cuando lo acogí tenía 8 añitos y se fue con 19. Iba con él a todos lados. Siempre digo que si algo me pueden reprochar mis hijos es que yo le dediqué tanto tiempo a José como a ellos... Siempre iba conmigo a todos lados... Daría lo que fuera... Si con mi vida valiera... Daría mi vida por él».

Y para colmo de males dos meses después del entierro del joven, la vida la puso de nuevo a prueba: «Tenía cita para hacer una mamografía y justo coincidió el día en el que enterramos al niño. A los quince días me dieron la peor de las noticias. Fue un golpe muy fuerte, un instante y se me movieron todos los cimientos. La palabra impresiona por más que digan que todo está muy avanzado. Recuerdo que dije: ‘‘Me muero y no voy a conocer a mis nietos’’».

Después de aquel mazazo inicial, el equipo médico que la trató, encabezados por la doctora Calvo y el cirujano Juaneda, le dio una muy buena noticia. Su enfermedad tenía cura sin necesidad de llegar a la mastectomía ni a la quimioterapia, pese a que ella, y sin que los médicos le dijeran nada todavía del procedimiento a seguir, se había rapado el pelo.

Ya está curada «gracias a mis hijos, mi pareja y mis clientes que siempre me han ayudado», pero todavía anda con la mosca detrás de la oreja: «La enfermedad me cambió el planteamiento en la vida. Antes pensaba a largo plazo, hoy solo pienso en el día de hoy». Su pasión es viajar: «Lo tengo claro» y su destino soñado no es ni las Maldivas, ni Bali, ni los fiordos noruegos... «Quiero visitar Londres», sentenció.