En los últimos años está de plena actualidad el popularmente conocido como cambio climático, y reconozco que es posible que estén en lo cierto los expertos que defienden que los fenómenos meteorológicos extremos, que ahora acontecen tan a menudo, son el resultado de la agresión continuada del hombre sobre la naturaleza. A lo que ha de añadirse que estos desastres tienen consecuencias muy graves en términos de pérdida de vidas y daños materiales.
Lo que sucede es que la bandera de ese cambio climático la aprovechan unos y otros para la defensa de lo que a cada uno más le conviene. En ese sentido, creo no equivocarme si afirmo que uno de los ámbitos en los que eso ocurre de forma reiterada es el de la energía, con la notable influencia que tiene esta materia sobre la práctica totalidad de los ciudadanos, como consumidores de los distintos tipos de energía, sea la eléctrica, el gas o los combustibles.
Sin embargo, la finalidad perseguida de llegar, en algún momento futuro, a consumir nada más que la llamada energía limpia, que no genere esos odiados gases de efecto invernadero, da lugar a actuaciones contradictorias y cambiantes de todos los gobiernos a lo largo del tiempo.
Tuvimos ejemplos del anterior Gobierno popular con respecto a la energía solar, cuando se aprobó que los propietarios de viviendas con instalaciones de paneles solares tendrían que pagar por la disponibilidad de tal energía, en lo que popularmente llegó a conocerse como el impuesto al sol.
Pero el actual Gobierno socialista tampoco ha estado muy fino, que digamos, con los anuncios relacionados con la intención de incrementar los impuestos a los combustibles, en especial al diésel, supuestamente con la finalidad también de erradicar en un plazo no muy largo de tiempo los vehículos que utilizan tal combustible, por considerarlo dañino al medio ambiente.
Impacto evidente
Es evidente que cuando se hicieron públicas tales noticias no se tuvo en cuenta el impacto que iban a tener en el mercado de vehículos y en los ciudadanos. Y ello por cuanto es evidente que a nadie le gusta adquirir productos sobre los que se ciernen unas amenazas tan claras que los llevarán, en pocos años, a ser considerados obsoletos, con la consiguiente pérdida de valor ante una hipotética venta futura.
Lo que sucede es que esa pretensión de elevar los impuestos que gravan fuertemente los combustibles se ve agravada con el incremento general de su precio en las estaciones de servicio. La comarca es un ejemplo.
Es cierto que pese a los años transcurridos nadie llegó a explicar claramente a qué se deben estos inexplicables vaivenes, consistentes en que cuando baja el petróleo apenas bajan los precios, pero cuando sube el petróleo inmediatamente se aceleran esos precios al alza.
Pero, sea por uno u otro motivo, no cabe duda que somos todos los ciudadanos, como consumidores, los que terminamos pagando las consecuencias, tanto de la presumible torpeza de nuestros gobernantes, como por la insaciable actitud de las empresas petrolíferas.