La abogacía como vocación

antonio platas

CARBALLO

MARCOS MÍGUEZ

Escribe el abogado Antonio Platas Tasende. «(...) En Baio comenzó mi andadura profesional, difícil sin un juzgado cercano. Al principio iba a las ferias en el caballo Rubio de mi abuelo, el que llevaba a mi madre a los partos (...)»

13 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Quizá me recuerden algunas gentes de Baio y de sus cercanías. Fui familiar de algunos, amigo de muchos, abogado de otros, y compañero y conocido de la mayoría. Me llamaban Toñito de Platas. Aunque nací en Santiago, mis padres Antonio y Consuelo se trasladaron a Baio por temor a las revanchas franquistas sobre él, maestro republicano, y, por cierto, el número uno de su oposición, sacado a hombros por la puerta del palacio de San Xerome, antes Escuela de Magisterio. Llegaron las represalias y lo despojaron de su trabajo durante los primeros cinco años de la posguerra, justamente mis primeros en este mundo. Mi madre, comadrona y practicante de Zas, ayudó a nacer a más de dos mil niños, y cuidó a muchos enfermos, sobre todo a los que luchaban contra la tuberculosis, plaga entonces mortal.

Me contaron que cuando nació mi hermana Anita -que me guía hoy en estos recuerdos- no me gustó aquel bebé tan pequeño, porque yo esperaba a alguien con quien ponerme a jugar al fútbol de inmediato. Era este el deporte de mis amigos de Baio, adonde pronto mi padre se reintegró como docente y animó a ese pueblo tan generoso a construir el grupo escolar Agra Regueiro. Cursé por libre los primeros años del bachillerato y seguí luego los estudios en Santiago: fui a Peleteiro y aprobé los Preuniversitarios de Letras y de Ciencias. Me decanté por el Derecho y creo que influyó en ello el haber visto cómo mi padre orientaba a muchos vecinos e incluso les escribía sus problemas en nuestra vieja máquina Underwood para que los explicasen a algún abogado en otro lugar, pues en Baio no los había.

Hice una carrera brillante, becario siempre. Estuve de pasante de don José Domínguez Noya, de quien tanto aprendí sobre cuestiones prácticas; observar el buen hacer de aquel letrado desarrolló definitivamente mi vocación. Sin embargo, el estudio no me alejó de la vida social universitaria, de sus bailes en el hotel Compostela, los paseos por la Alameda o la Rúa do Vilar, los tradicionales cafés, y el fútbol, siempre el fútbol, jugando incluso en los modestos Victoria y Vista Alegre. Pero mi pensamiento no se apartaba de Baio, donde estaban los míos, los abuelos maternos, mis padres, mi gente. Varios compañeros de Derecho y yo organizamos un partido allí contra el Baio Fútbol Club. Acudió muchísimo público, aunque al final quedamos sin saber si era por rivalidad o porque con nosotros jugaba un estudiante africano: la mayor parte de los asistentes no había salido del entorno y no había visto a nadie de su raza.

En Baio comenzó mi andadura profesional, difícil sin un juzgado cercano. Al principio iba a las ferias en el caballo Rubio de mi abuelo, el mismo que llevaba a mi madre a los partos. Me instalaba en algún café y sacaba mi cartel: «Antonio Platas Tasende. Abogado». Fue llegando una clientela que pronto acudió a mi propio despacho.

A Coruña: una etapa dura

Más tarde me trasladé a A Coruña: una etapa dura. Seguí yendo a Baio en un Seat de segunda mano. Ya habían nacido algunos de mis hijos, todo ingreso era necesario y no se me conocía, pero pronto mi bufete empezó a funcionar. Mi trabajo de adaptación fue inmenso, pues los pleitos y asuntos legales eran muy diferentes en la ciudad. Estudié de nuevo, tanto que desgasté un sillón de cuero, que aún conservo. Cuando me era posible iba a los juzgados por ver actuar a Iglesias Corral, Martínez Risco, Gila Lamela, Servando Núñez y otros grandes maestros de la abogacía. Llegué a formar parte del equipo jurídico del Banco Pastor y me encargué de la suspensión de pagos de Sidegasa.

Desde entonces seguí una línea en progresivo ascenso. Y, no obstante mi amor al Derecho, viví mis más felices días cuando pude simultanear mis ocupaciones con las de profesor asociado de la cátedra de Derecho Mercantil en la Universidade de A Coruña. Mi mayor orgullo, de todas formas, es que mis cuatro hijos hayan estudiado Leyes. Varios de ellos, sus cónyuges y otros familiares y amigos continúan hoy en el bufete.

Una vez jubilado fui Decano del Ilustre Colegio de Abogados de A Coruña y Presidente del Consello da Avogacía Galega, además de Adjunto a la Presidencia del Consejo General de la Abogacía Española, así como Insignia de Oro de los Juristas Gallegos en Madrid. Soy Académico de número de la Academia Gallega de Jurisprudencia y Legislación desde 2012 y he recibido la Cruz de San Raimundo de Peñafort, entre otros galardones que tanto agradezco. Pienso que, además de al cariño de mis colegas, le debo mucho a mi padre, al que vi ayudar con aquella Underwood, pero también a mi madre, que creyó en mis capacidades y fomentó igualmente mi vocación por la abogacía.