Algún día los castros verán la luz

Santiago Garrido Rial
Santi Garrido CRÓNICA

CARBALLO

27 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Una de las más importantes transformaciones que he visto en los últimos años en Galicia es que se valora más el patrimonio que antes. Y ya era hora. En otros sitios, sobre todo del norte, nos llevan años de ventaja, igual que en el urbanismo, la náutica o ciertas normas sociales. Pero hemos pasado de tener que acudir a cubrir noticias de castros porque eran expoliados y destruidos en labores forestales o agrícolas, a hacerlo porque los limpian o los excavan para aprovechar sus tesoros, y maravillarse de la perfección que dejan cuando se trabaja sobre ellos. Esa casa que aparece, ese camino estrecho, restos de sus enseres domésticos. Ahí está una parte de nuestro pasado, desenterrada, con mucha más fuerza -llamémosla sentimental- que la de monumentos megalíticos, igualmente importantes, o más, pero de menor impacto visual. Todo lo que está escrito en esas piedras colocadas en círculos que han estado cubiertas por un manto de tierra o de silencio durante tantos siglos. Y, si eso es bueno, más lo es el repentino aprecio que sienten los visitantes al descubrirlo, jóvenes y no tan jóvenes, sepan de arte o no sepan. Eso lo he visto. Era impensable antes, que toda conexión se reducía a las leyendas que, más o menos, han ido garantizando su estabilidad. Fruto de ese mayor conocimiento, sensibilidad o lo que sea, incluso personas mayores a las que nunca les había importado demasiado el castro de su parroquia, ahora atienden cuando se les explica lo que hay ahí debajo. O lo que pudo haber.

Por supuesto que existen lamentables excepciones, no tan lejanas. Aún recuerdo las motos de cros, hará un decenio, que aprovechaban las altísimas murallas laterales del de Ouxes, en la Alta de Entrecruces, para entrenar. A raíz de aquello el Concello anunció que compraría la propiedad para darle valor (cónica, alta, carretera al lado, casi parece una maqueta), pero seguimos esperando. Al parecer, no había acuerdo con todos los propietarios, y eso que eran pocos. Al menos, aquellas ruedas no causaron destrozos visibles.

Igual que, con buen criterio, se obligan a limpiar grandes franjas de monte para evitar los incendios, ojalá más adelante se haga lo mismo con los castros. Algunos parecen eucaliptales, y están dañando las estructuras. Obligar a limpiar, pero con dinero público: puestos de trabajo, conocimiento, implicación... Que no tenga que depender solo del entusiasmo de uno o de otro. Parece imposible, seguramente no lo veremos en esta generación, pero no estaría mal abrir al cielo la mayor parte de los 5.000 castros (de esta cifra hablaban algunos historiadores en mis tiempos, otros la reducen muchísimo, y eso que somos casi 3.800 parroquias) en el país de los mil ríos.