Cuando el agresor se vuelve la víctima

CARBALLO

09 ene 2018 . Actualizado a las 23:00 h.

«Que una chica tan seria y formal camine sola a las 2 de la mañana deja mucho que desear», «¿Qué hacía esta chica a las dos de la mañana con un pantalón cortísimo, y sola?», «[Por pantalón corto] yo entiendo por medio muslo, y el suyo es bastante más corto». Estas son solo algunas de las perlas que pudieron verse en una publicación de Facebook de un periódico de tirada nacional cuando recordaban, en agosto del año pasado, que Diana Quer seguía desaparecida. Aunque no distan mucho de algunas opiniones expresadas en los últimos días, tras ser hallado su cadáver.

Normal que al Chicle le entrasen tentaciones de asaltarla, con lo cortos que eran sus pantalones. ¿Y que fuese asaltada en medio de la noche sin ton ni son? Pues que no anduviese sola a esas horas, que parecía que lo estaba pidiendo a gritos.

Mientras sigamos invirtiendo los roles, mientras exculpemos al agresor e inculpemos a la víctima, mientras encontremos cualquier absurda razón para justificar el acoso machista o mientras caminar sola por la noche siga estando considerado como una «llamada a la perversión» esta situación no mejorará.

Uno bien podría pensar que la sociedad involuciona a pasos de gigante. Si bien la mujer ha ganado terreno en terreno laboral y social, lo pierde en el escalón base de la pirámide: el derecho a la vida. Desde 2003, año en el que empezó a contabilizarse de forma oficial el número de víctimas por violencia de género, los números han oscilado a la baja, pero también al alza. El 2017, sin ir más lejos, no fue un buen año para la mujer española: son medio centenar menos, y todas ellas han caído a manos de sus parejas o exparejas. Mucho pacto político, pero poca voluntad de acabar con el problema de raíz, o de comenzar por los más pequeños y modificar la base del sistema educativo.

Mientras una mujer tenga que llevar las llaves de casa entre los dedos a modo de arma cuando camine sola de noche, no será libre; mientras tenga que escuchar obscenidades por parte de un desconocido, no será libre; mientras que tenga que enviar a sus amigas el mensaje «ya estoy en casa» por miedo a no llegar nunca a ella, como le pasó a Diana Quer, tampoco será libre y, sobre todo, mientras un hombre se sienta con el derecho a arrebatarle su vida, no será libre.

Y así pasan los días, con «camareras de falda muy corta», «fulanas fáciles» o «putas que se hacen las duras» a las que, aparentemente, uno está en el derecho de agredir, violar o asesinar. Y una sociedad aparentemente avanzada sigue permitiendo -y aprobando- que el machismo sea una asignatura de obligado cumplimiento, un dogma inquebrantable y una lacra que, por desgracia, nos extermina sin igual.