Moscas de noviembre

Juan Ventura Lado Alvela
J. V. Lado CRÓNICA CIUDADANA

CARBALLO

15 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La revista científica Science acaba de publicar un estudio de la Universidad de Toronto Mississauga (Canadá), en el que el biólogo Marc Johnson, entre otros especialistas, ha detectado que los mosquitos del metro de Londres ya no chupan la sangre de los viajeros, como hacían sus antepasados. A lo mejor es que le parece suficiente con las tarifas, pero la cuestión que planea de fondo es un cambio de hábitos cada vez más patente de distintas especies animales, que no hace falta para irse a Londres ni a Canadá para percibirlo, tenga más o menos solidez científica. Aquí en la Costa da Morte las que están de moda son las avispas asiáticas, la ya familiar vespa velutina, que a medida que va colonizando territorio -ha llegado ya a todos los concellos de la comarca- pierde también en percepción de riesgo. Quien más quien menos convive con algún nido próximo y puede comprobar que la agresividad que se les presumía en un principio la reservan para otros voladores más o menos de su tamaño, porque a las abejas comunes las alcanzan y le arrancan la cabeza al vuelo, mientras que son capaces de vendimiar ellas solas una parra pegada a una casa -comprobado- sin preocuparse lo más mínimo por sus inquilinos humanos.

Ahora bien, hay otro bichejo bastante más común y con el que estamos familiarizados de siempre, que este año ha decidido quedarse a pasar el puente de Difuntos y, a este paso, puede también que se autoinvite para las Navidades. Se trata de la musca domestica, que todos conocemos, sea en latín o en castellano.

Cualquiera que viva en un ambiente más o menos rural, y sobre todo si hay animales de granja cerca -no hace tanto que las granjas y las casas eran un todo continuo- está acostumbrado a vivir con las moscas, siempre dispuestas a apoderarse de un dulce o a amargar una siesta. Pero lo de este 2017, con todo lo que pueda tener de percepción subjetiva, no parece ni medio normal. Alcanzado ya el ecuador del mes de noviembre, la sensación se parece bastante más a la de un mes de agosto, porque el insecto más común entre los que convivimos con ellos a diario da la impresión de que se ha olvidado del letargo invernal y ni siquiera le asusta el frío que estos días ya se deja sentir.

En la temperatura parece estar la explicación, porque aunque las moscas del año que viene no son precisamente las que vemos ahora -ya que suelen vivir en torno a 15 días y las futuras vendrán de las crisálidas que sí soportan sin problemas el invierno- el calor determina sus letargos. Es decir, en estos días que no deberíamos verlas, o al menos en tal cantidad, las que todavía quedan tienden a refugiarse por los rincones, pero en cuanto notan ese incremento de la temperatura en las horas centrales del día, no desaprovechan la ocasión para revolotear y alimentarse. Así que, si no es cambio climático, se le parece bastante.