«En el mundo del arte actual eres tan bueno como tus tres últimos trabajos»

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

CARBALLO

ZELIA ZAMBRANO

Juan Carlos Abraldes tenía 10 años la primera vez que publicó un dibujo, cuatro antes de llegar a Galicia

02 oct 2017 . Actualizado a las 13:11 h.

Nació en Barcelona hace 46 años, se vino para Boqueixón hace 32, se instaló en Santiago al cumplir los 20 y es muy frecuente que pierda la noción del tiempo en el estudio de su casa de Teo, donde ahora vive y trabaja. Juan Carlos Abraldes ha sido, es y será un currante del arte que huye de las etiquetas, que tiene claro que «lo mejor está por llegar» y que el día que pueda jubilarse no volverá a coger un pincel ni a abrir un programa para dibujar por ordenador. «Es solo trabajo».

Si fuera por los años que lleva en el tajo ya podría jubilarse. A los cinco años ya era un fenómeno con los lápices, y solo un lustro después ya cobró su primer trabajo por un dibujo en una revista de Barcelona. «Diez euros. Perdón, ¡diez pesetas!», se corrige al instante. Tiene en la cabeza un batiburrillo de nombres de empresas y productoras para las que ha trabajado que a él mismo le cuesta recordar, porque tiene tendencia vital a mirar siempre hacia delante.

Su mujer, Mari, y sus tres hijos, Alicia, Érica y Alejandro, ejercen de toma de tierra con la realidad. Son ellos los que marcan los tiempos vitales: la hora del colegio, la de la comida... es lo que tiene sumergirse de lleno en proyectos para empresas de todo el mundo y trabajar siempre con límites de entrega endiablados y cambios horarios. Crear para Hollywood y la industria de los videojuegos ha sido su último desafío, que le ha dejado satisfecho y con ganas de más. «Cuando entra algún encargo potente sabes que has salvado el mes, pero para nada tienes la garantía de que será así el siguiente y ni siquiera dos después», reflexiona con los pies en la tierra, pero lo cierto es que algo le ha impulsado siempre para ir de proyecto en proyecto, muchos años como empleado por cuenta ajena y desde hace tres como autónomo.

La obsesión por la formación constante tiene mucho que ver con sus progresos. Desde la ventana de Internet se asoma a las tendencias y él mismo hace sus apuestas. Prueba técnicas nuevas, se adentra en programas informáticos desconocidos y pasa en un momento del ratón del ordenador a mancharse las manos con el óleo y el lienzo. «En el mundo del arte actual eres tan bueno como tus tres últimos trabajos», sentencia. De ahí que solo le importe el pasado más inmediato.

Sí le pesa, en cambio, no tener más contacto con la escultura. Aprendió el oficio en la escuela Mestre Mateo, pero por cuestiones familiares tuvo poco tiempo para entretenerse como aprendiz o estudiante. Había que ponerse a trabajar -lleva en ello desde los quince años, en fábricas de muebles, invernaderos...- y cuando tuvo la oportunidad no dudó en marcharse cuatro años a Lisboa para esculpir esculturas en mármol para la recuperación del edificio Grandella, «en plan Miguel Ángel», recuerda. Abraldes está convencido de que lo clásico siempre vuelve -tiene razón- y por eso alberga esperanzas de que antes o después se valoren otra vez las disciplinas artísticas tradicionales. «Lo que puedes ver ahora en un museo es puro mercantilismo, y eso ha alejado a la gente del arte».

Al dibujante le da cierto reparo admitir que su rincón escogido tiene más que ver con el músculo que con el cerebro. Pero finalmente no es exactamente así. Con 16 años encontró en el gimnasio del estadio de atletismo del campus un lugar donde coger fuerza -«llegué a pesar 105 kilos de puro músculo»- y donde compartir horas con el equipo de rugbi universitario. «La entrada era libre, pero era una habitación de cinco metros por dos, un cuchitril al que llamaban gallinero». Pero lo importante es que allí le daba «vueltas a la cabeza y ponía en orden mi vida». Hoy, las mejores ideas le siguen surgiendo en movimiento.

«Las productoras prefieren que estés en su sede para preservar la confidencialidad»

A los lectores veteranos de La Voz no les hace falta que les cuenten cómo ha sido la evolución estilística de Abraldes. Hace 17 años se estrenó con una tira cómica protagonizada por Pilgrim, siempre con Santiago y el Camino como telón de fondo. Sus colaboraciones regulares han continuado con su personal visión de la crónica compostelana de Xosé Manuel Cambeiro, y siguió con las caricaturas de prebostes económicos o las ilustraciones en la novela por entregas veraniega del periódico. A pesar de que sus clientes aprietan, nunca falla a la cita con la prensa porque le conecta con el público local más cercano y le ha permitido crecer con nuevas técnicas: «Mis trabajos en el periódico han acabado siendo como un laboratorio», comenta agradecido.

Además, la actualidad le mantiene ligado con su entorno inmediato y con los pies en la tierra. Sin embargo, es consciente de que en una profesión como la suya pueden salir propuestas que incluyan hacer las maletas, a veces muy lejos de aquí. Sí, en la era digital las empresas relacionadas con la creación artística vuelven a querer a sus trabajadores cerca «para preservar la confidencialidad y para trabajar en tiempo real», porque «todo va muy rápido». Curiosamente, antes de la popularización del correo electrónico, también hacía envíos por correo ordinario «y todo funcionaba con facilidad». Otros colegas de profesión han optado por un modelo mixto. «Están seis meses fuera, hacen caja, y regresan otros seis aquí, y les va bien».

Aprendió inglés «tarde, casi con 40 años», así que está listo para cualquier cambio. Llegado el caso, hasta le gustaría irse de Erasmus con sus hijos. La cuestión es no dejar de aprender.