Aparte de los cambios obligados por la Lomce, parece que el inicio del curso 2016-17 no es noticia más allá de los datos de escolarización. En estos días de inicio de curso, tanto profesores como alumnos reiniciamos la actividad docente y discente con expectativas renovadas y, seguramente, con el deseo de mejorar los resultados del año anterior. Sin embargo, la experiencia nos confirma que los resultados finales no dependerán del entusiasmo inicial, sino de la persistencia en los propósitos de trabajo diario de unos y de otros en un ambiente de cordialidad, de respeto y de mejora personal, pues en la comunidad educativa, de la interacción de unos con otros, a todos se nos ofrecen oportunidades de mejora. La declaración de principios y las buenas intenciones recogidas en los preámbulos de las leyes educativas servirán de muy poco o de nada si no tienen su plasmación en la práctica docente del día a día. Los docentes que acumulan trienios saben que un buen ambiente de trabajo en el aula ayuda, y mucho, al rendimiento escolar; y tienen asumido que su rol fundamental consiste en organizar el trabajo del alumno en el aula: actitudes, modos de estar.... Se trata de crear hábitos de trabajo personal para facilitar el aprendizaje y hacer descubrir que estudiar y aprender puede resultar gratificante. Se trata de repetir protocolos para crear hábitos y forjar caracteres que, a largo plazo, serán un acierto en el vivir.
La educación es una inversión de futuro a la que merece la pena aplicarse, pero no es solo responsabilidad de los profesores; estos instruyen, facilitan el aprendizaje y en el mejor de los casos influyen en la educación. La responsabilidad educativa recae en los padres que son los mejor posicionados para la educación de los respectivos hijos. Un buen ambiente familiar, comunicación fluida y cauces de comunicación con el centro educativo pueden ser determinantes para apuntalar una buena educación y el éxito escolar.