«¡Qué estoy haciendo aquí, si tenía que estar en Lesbos ayudando!»

Fernando Molezún A CORUÑA / LA VOZ

CARBALLO

Marcos Míguez

Este bombero de Arteixo acaba de regresar de un campo de refugiados sirios en Grecia

30 may 2016 . Actualizado a las 12:09 h.

Hace unas semanas que Federico Pichel regresó de un campo de refugiados sirios en Grecia, donde estuvo prestando sus servicios con la Asociación Integral de Rescate en Emergencia (AIRE), que él mismo fundó recientemente junto a otros compañeros bomberos (trabaja en el parque de Arteixo) de la comarca. Su relato de la experiencia resulta tan estremecedor como cargado de esperanza, al comprobar que hay quien siente la necesidad de ayudar a quien lo necesita.

-¿Cómo surge AIRE?

-No hace ni seis meses que la fundamos, pero hemos crecido a toda pastilla obligados por las circunstancias. La idea surgió en uno de los parques comarcales de bomberos. Nos pasó lo que a todo el mundo cuando vimos las imágenes del niño ahogado en las costas de Lesbos. Hablándolo con los compañeros nos decíamos que no sabíamos qué estábamos haciendo aquí cuando deberíamos estar echando una mano. Es que somos la gente capacitada para eso. En mi caso particular soy bombero, sanitario de ambulancias, buzo profesional, socorrista, patrón de embarcaciones... ¡Qué demonios estoy haciendo yo aquí, si tenía que estar ayudando!

-¿Cómo llegaron al campo de refugiados en Grecia?

-No fue fácil. Teníamos toda la voluntad del mundo pero había un montón de trabas burocráticas para ir con otras organizaciones. Así que, cansados de perder el tiempo, y como teníamos personal de sobra, montamos la oenegé. Nuestra idea al principio era ir a Lesbos de rescatadores, que es lo nuestro. Buscamos financiación y la encontramos en varios lugares, aunque nuestro principal soporte es la Fundación Paideia. Pero cuando teníamos todo a punto para marcharnos, sale la ley europea y nos lo echa todo abajo. Entonces vimos que había un campo de refugiados en Grecia, en Katsikas, que estaba en unas condiciones infernales. Una oenegé que estaba ya trabajando allí nos dijo que hacíamos toda la falta del mundo, y allí nos fuimos.

-¿Qué se encontraron allí?

-Caos. Llevaba abierto 15 días y el ejército había colocado a 1.500 personas, entre ellas 600 niños, en una explanada llena de piedras como las de la vía del tren para drenar el terreno, con tiendas de campaña de los años 80 que ni tienen suelo. Como única comida, las raciones del ejército, que para un adulto son lamentables, y ¿cómo le das de comer pollo con patatas a uno de los 150 lactantes que había allí?

-¿Iban preparados para encontrarse con un panorama semejante?

-Iba con muy malas expectativas, pero una vez allí ves que todo es diferente. Lo que más me impresionó fueron los niños. Me esperaba un drama, pero son capaces de jugar entre la miseria. Se lo pasan de miedo donde sea. Menos mal. Pero he vuelto con la sensación de que lo peor de todo es que esta gente no tiene futuro. Sobre todo los niños. Cuando cumplan una edad determinada ni van a estar escolarizados ni los van a querer en Europa. Son una generación perdida. Es una tragedia que va más allá del campo de refugiados, es algo a muy largo plazo.

-¿Cuál fue su labor sobre el terreno?

-Fuimos un equipo de cinco personas, uniformados. Y eso funciona, porque había mucho voluntario al que no le hacían caso. Nosotros transmitíamos una impresión de organización. Hemos organizado envíos de ropa, comida, medicinas... Hay ya trabajando allí oenegés muy grandes, que hacen una labor estupenda, pero que precisamente por lo grandes que son no son tan rápidas como nosotros. Al final conseguimos estabilizar el campamento a un nivel de vida aceptable, aunque el tema higiénico sigue siendo horrible. Pero al menos pueden sobrevivir allí una temporada.

-¿Tendrán que volver?

-Nada más pisar España lo primero que pensé es que tenía que volver. Y volveré, porque allí me sentí realmente necesario.